Under My Wings

20-. Lo único que queda

Eve:

Imposible. ¿Chris? ¿En un accidente de tránsito? No quería creerlo. Hacía solo unas cuantas horas desde que lo había visto por última vez y entonces se encontraba bien.

Sin embargo, mis amigos ya se habían encargado de investigar lo ocurrido, y por desgracia, había suficientes pruebas como para demostrarlo.

—¡Eve! ¿Me estás escuchando? —interrogó Brie, sacudiéndome por los hombros.

—Sí, claro —asentí con la mirada perdida.

—¿Qué acabo de decir?

—Emm —dudé unos segundos, pero la verdad era que la pelirroja tenía razón. No había escuchado ni una sola palabra de lo que dijo—. Lo siento, ya no lo recuerdo.

—Estás así por lo de Chris, ¿cierto?

—Lo siento, yo... —una lágrima rodó por mi mejilla, y supe que si seguía hablando iba a llorar.

—Evey, no tienes que excusarte —me abrazó—. Cuando terminen las clases te prometo que iremos al hospital para confirmar si los rumores son ciertos.

—Gracias —respondí, esbozando una pequeña sonrisa—. No te imaginas cuánto lo aprecio —desafortunadamente, la última clase transcurrió de manera lenta y agónica mientras que por dentro me moría de angustia.

Nuevamente, dirigí la mirada hacia el reloj de la pared y noté que solo habían pasado dos minutos desde la última vez que lo revisé. Justo lo que faltaba.

 

Finalmente, cuando sentía que estaba a punto de enloquecer, sonó el timbre de salida y la profesora nos dejó ir. Sin pensarlo mucho, recogí todas mis cosas, agarré a Brie por el brazo izquierdo y corrimos hacia la parada de autobús más cercana. Una vez allí, pasó uno con rumbo directo al hospital; a lo que nos subimos, pagamos nuestros respectivos pasajes, y tomamos asiento cerca de la puerta trasera. El recorrido me pareció eterno, a pesar de haber durado unos cinco minutos a lo sumo; pero al menos el conductor no se detuvo ni una sola vez durante el camino.

Al llegar a la parada correcta, bajamos con rapidez, cruzamos el estacionamiento para llegar a la entrada del lugar, y me dirigí a la recepción, donde se hallaba una mujer regordeta, de cabello corto, teñido con un espantoso color rojo chillón, y un busto que, a kilómetros de distancia, podía notarse que era operado.

—Buenas tardes —saludé—. Vengo a ver a Chris Taylor.

—¿El chico del accidente? —preguntó en un tono aburrido.

—Sí, ¿sabe en qué habitación se encuentra?

—Está en la habitación trece, en el medio del pasillo. ¿Eres su novia?

—Sí —asentí, aunque esto no fuera del todo cierto—. ¿Puedo pasar a verlo?

—Lo lamento, chica —contestó de nuevo con aquel tono aburrido—. La hora de visita terminó hace tres minutos, vuelve mañana temprano.

—No me entiende —insistí—. Él es lo que más quiero en el mundo y...

—Las reglas son para todos, cariño —respondió con una sonrisa socarrona—. Así que vuelve mañana o tendré que llamar a seguridad.

—Ahora sí me vas a escuchar, zorra de silicona, te voy a... —antes de que pudiera terminar la frase, Brie me tapó la boca con su mano.

—Discúlpela —dijo Brianna con una pequeña sonrisa, al mismo tiempo que me arrastraba a la sala de espera—, está en sus días, usted entiende.

—Maleducada —murmuró la recepcionista lo bastante alto como para escucharla.

—¡Ven acá y me lo dices en la cara! ¡A ver si tienes tantos ovarios como silicona en las...! —grité, antes de que Brie volviera a cubrirme la boca.

—Cálmate, Evey.

—No puedo —resoplé—. Vine para ver a Chris y no me iré hasta que lo haga.

—Nunca dije que nos íbamos —aclaró—. Yo me encargaré de todo, tú solo debes seguirme la corriente.

—¿Estás segura de que no harás nada ilegal?

—Eso no importa —negó con la cabeza—, mi papá es abogado.

—Muchas gracias, Brie —la abracé con todas mis fuerzas.

—Tranquila, no es nada —me abrazó de vuelta—. Pero más te vale que mi regalo de cumpleaños sea impresionante.




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