Under My Wings

43-. Rodeado

Con el corazón latiendo a mil por minuto, observé cómo Eve se subía al Ferrari, lo encendía, y segundos después, aceleraba hasta desaparecer de nuestras vistas.

—¿Qué se supone que hacen allí parados? ¡Síganla! —ordenó uno de los uniformados, a lo que respondí levantando el arma y apuntándole al doctor. No tenía idea de cómo saldría de esa situación, pero no pensaba darme por vencido. No si eso significaba permitir que lastimaran a Eve.

—Ni siquiera lo piensen, si alguien abandona su posición, Greene muere —amenacé, mientras sentía una extraña mezcla de ira y satisfacción en mi estómago. Entonces, las marcas negras empezaron a extenderse lentamente por mis brazos; pero a pesar de esto, aún tenía el control absoluto sobre mi cuerpo.

—Vamos, Taylor, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir por alguien a quien no le importas —suplicó Greene, tratando de disimular el miedo en su voz—. ¿O en serio crees que ella haría lo mismo por ti?

Decidí quedarme callado y de esta manera evitar su intento de distraerme. Aun así, el sujeto no desistió y continuó hablando.

—¿De verdad crees que ella estará contigo incondicionalmente? Todos actúan por algún motivo —sonrió de oreja a oreja—. Dinero, poder, o algo tan banal como el sexo, cada uno...

—Silencio —espeté—. No me interesa escuchar tu discurso de psicología.

—O tal vez no quieras admitirlo, sabes que ella te está utilizando para llevar a cabo sus planes y que cuando lo logre te desechará sin miramientos...

—Sé cuál es tu estrategia justo ahora, quieres hacer que dude y baje la guardia —sacudí la cabeza—. Esas mentiras no funcionarán conmigo.

—Por favor, Taylor, ¿por qué te mentiría?

—La verdad es que no lo sé —me encogí de hombros—. Quizá porque estoy apuntándote a la cara con un arma de fuego.

Todos permanecimos en silencio por varios segundos y pude sentir cómo todas las miradas se posaban sobre mí, pendientes de cualquier movimiento. Un simple descuido de mi parte y no dudarían en atacarme.

De repente, noté cómo uno de los uniformados intentaba emboscarme por el lado derecho, y sin dudarlo ni un segundo, le disparé en cara interior del muslo. El sujeto cayó al suelo retorciéndose, y antes de que los demás pudieran hacer nada, volví a apuntarle Greene.

—¿Estos son los Igmis mejor entrenados de la base? —sonreí con sorna—. Qué decepción.

Al decir esto, vi cómo los restantes, a excepción del doctor, bajaban la mirada.

—Seis de ustedes no pueden desarmar a un solo hombre, ¿y en serio piensan que pueden ganar una guerra contra los Eismis? Deberían estar avergonzados.

—Chris, por favor, baja el arma —insistió el doctor—. Sé que no quieres hacer esto, nosotros no te hemos hecho nada malo...

—En eso se equivoca, Doc —lo interrumpí bruscamente—. Intentaron lastimar a mi chica, y eso es más que suficiente para acabar con todos ustedes —noté cómo intercambiaban miradas ansiosas entre sí, tratando de buscar alguna indicación, pero nadie se atrevía a hacer nada. Después de lo acontecido con su compañero, sabían que estaba dispuesto a cumplir mi palabra.

De repente, sentí cómo alguien se aferraba a mi pierna izquierda, y al bajar la mirada, observé que se trataba del uniformado al que le disparé. Le conecté varios golpes con la rodilla, y al ver que no se soltaba, tuve que recurrir a un par de culatazos. Cuando finalmente logré deshacerme de él, otro sujeto saltó sobre mí. Le di un puñetazo en la mandíbula, y antes de darme cuenta, un tercero se unió al ataque.

Este último intentó despojarme del arma, y recibiendo ayuda de su compañero, consiguió su cometido. Rápidamente, colocó la pistola a la altura de mi cabeza y me ordenó levantar las manos a la altura del pecho.

—¿Quieres dispararme? —sonreí, al mismo tiempo que hacía lo que pedía—. ¡Vamos, inténtalo!

Todos se quedaron completamente perplejos ante mi reacción. Al parecer, no era lo que esperaban.

—¿Qué intentas hacer?

—Ya no tengo nada que perder, solo hazlo —me encogí de hombros—. Dispara.

En ese momento, Greene le arrebató el arma de las manos, y dubitativo, me apuntó a la cabeza. Varias gotas de sudor bajaron rodando por su rostro y le dediqué una sonrisa cínica. Noté su nerviosismo, y para confundirlo aún más, caminé hacia él. Observé cómo le temblaban las rodillas, y al echarle un breve vistazo a su mente, supe que estaba aterrorizado.




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