Under My Wings

13-. Mujeres

—¿Este tipo es tu primo? —pregunté incrédulo.

—¿Acaso no la escuchaste bien, inepto? —gruñó él, haciendo amago de abalanzarse sobre mí—. Sí, lo soy.

—Suficiente, chicos —dijo Eve, haciendo que su primo retrocediera unos pasos—. No necesitamos más problemas.

—Como digas —replicó el sujeto—. Será para la próxima —agregó, antes de dar media vuelta y retirarse.

—Lo siento mucho, Chris, no creí que fueran a conocerse de tan mala manera —afirmó la chica.

—No es tu culpa —negué con la cabeza—. Aunque deberías vigilarlo bien, si hubiera llegado un poco más tarde, habría acabado con Albert.

—¿De qué hablas?

—¿Aún no lo sabes? Esta mañana estuvo a punto de darle una paliza.

—No puede ser cierto —murmuró Eve—. Debo hablar con él —se giró en dirección al chico, que ya estaba relativamente lejos—. ¡Luke, espérame! —en seguida, me dio un beso rápido en los labios y salió corriendo detrás de él.

 

El resto de la mañana pasó con rapidez, sin que nada importante ocurriera, y luego de almorzar con Albert y Brianna, se hizo la hora de salida. Como de costumbre, me dirigía hacia el estacionamiento para buscar mi auto cuando, de repente, alguien se me acercó por la espalda y cubrió mis ojos.

—¿Quién soy? —preguntó una voz femenina.

—Ni lo sé ni me interesa —espeté—. ¿Me dejarás ir o planeas obligarme a adivinar tu identidad?

—Tranquilo, Chris, solo estaba jugando contigo —se le escapó una risita y me soltó—. Reír de vez en cuando no te haría mal.

—Ah, eres tú Larissa —resoplé al verla—, ¿qué quieres?

—Quería pedirte un favor, ¿crees que puedas ayudarme con eso?

—Depende, ¿de qué se trata?

—Perdí el autobús a casa, y tengo que esperar al menos una hora para que vuelva a pasar —se acomodó el cabello detrás de la oreja—. ¿Podrías llevarme? Solo por esta vez.

—¿Y por qué no puedes esperar como la gente normal? —me encogí de hombros.

—Oh, vamos, no te tomará mucho —suplicó, tomando mi brazo—. Solo serán unos quince minutos.

—Como sea —puse los ojos en blanco—, no te acostumbres a esto —abrí la puerta del Ferrari para que la chica pudiera entrar—. Ah, y un detalle.

—¿Qué ocurre? —inquirió, acomodándose en el asiento del copiloto.

—Antes de llevarte, haremos una parada para llenar el depósito de gasolina —repliqué, cerrándole la puerta. En seguida, subí al auto, tomé el volante, y apenas pude confirmar que no había vehículos detrás, aceleré a fondo.

Conduje en silencio durante el resto del camino, mientras que Larissa intentaba sacar temas de conversación. Al ver que mi intento de ignorarla no funcionaba, encendí el reproductor del auto y coloqué el volumen a tope, a la vez que seguía las canciones en voz baja.

—No sabía que eras tan bueno haciendo guturales —dijo ella, durante un momento de silencio.

—Hace unos dos años era vocalista de una banda de metal —confesé, bajándole volumen a la música.

—No te creo.

—Incluso grabamos un demo —asentí, enseñándole el disco que atesoraba de mi antigua banda. 

Este tenía un fondo negro, y en el centro estábamos todos los integrantes, utilizando utilería que daba la ilusión de que nos habían encadenado. Sobre nosotros estaba escrito en letras góticas el nombre de la banda: "Nameless".

—¿Un demo?

—Sí, también tocamos en varios festivales y una vez tuvimos nuestro propio concierto de una hora.

—No lo entiendo, tienes mucho talento, ¿por qué lo dejaste?

—¿En serio quieres saberlo?

—Sí —asintió.

—El baterista de nuestra banda era el mejor en lo que hacía, tanto así, que participaba en competencias con otros bateristas y siempre ganaba, trayendo con ello nuevo público. Un día, como ya era costumbre, lo retaron al final de una presentación, y ganó por mucha ventaja —sonreí al recordarlo—. Al salir del local, pasó un auto con vidrios polarizados y comenzó a dispararnos. El bajista, el tecladista y yo salimos ilesos, gracias a que pudimos ocultarnos detrás de un grueso muro de concreto, pero cuando al fin tuvimos el valor para salir de allí, vimos los cuerpos sin vida del baterista y el guitarrista, que era también mi mejor amigo —suspiré—. Poco tiempo después, los miembros restantes decidimos separarnos en buenos términos.

—Oh, lo lamento mucho —murmuró la chica, antes de que le volviera a subir el volumen al reproductor. Recordar eso me había quitado las ganas de conversar.

Al cabo de unos minutos, hicimos una parada en la gasolinera más cercana, donde me tomé unos cinco minutos para ir al baño; y al regresar, llené el tanque del vehículo para retomar el recorrido.




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