Moví suavemente a Jeaneth para que despertara del trance en que se encontraba, por suerte parecía estar ilesa.
—¿Bel? ¿Eres tú? —preguntó la anciana desconcertada mientras recién empezaba a abrir los ojos.
—Sí, aquí estoy. ¿Puedes moverte? —pregunté al tiempo que la ayudé a incorporarse lentamente, mientras ella apoyaba su peso en la pared—. Sebastián está luchando, tenemos que sacar a todos de este lugar.
—Esa cosa no es un nauseabundo, Bel…
—Sí, lo sabemos —le dije.
—¿Estamos en su guarida?
—Sí, es la de mi visión.
Ella me despeinó un poco mientras miraba a su alrededor.
—Me gustaría ser más útil, pero con mi espalda no podré ayudarte mucho —me respondió con pesadumbre.
Me quedé pensativo unos segundos. Los demás aún seguían inconscientes y tenían varias heridas infectadas en sus cuerpos. Aunque tenían la protección de Sebastián debíamos sacarlos, solo esperaba que las heridas no fueran graves. Sin embargo lo que decía Jeaneth era verdad, en su estado no me sería de ayuda.
—Debe haber una forma más fácil de sacarlos a todos —dije cuando repentinamente una idea se me vino a la mente.
—Quizá no tengamos que cargarlos, al menos no mucho. —Sonriendo de oreja a oreja puse en marcha mi plan. Me agaché hacia uno de ellos y murmuré—. ¡Lared Sea Ofi!
Luego lo levanté del brazo y tal como imaginaba, el cuerpo, tornándose tan ligero como una pluma, se elevó.
—Ayúdame con este, yo llevaré a Nelson y al otro—. Tras decir eso, repetí el proceso y juntos comenzamos a bajar las escaleras, cuidando de no tropezar.
Salimos de la casa bastante callados, luego dejamos a los tres primeros sobrevivientes sobre el pasto, a unos cuantos metros de la cabaña.
—Voy a hacer una barrera protectora para ellos solo por si acaso.
—¿No crees que Sebastián se está tardando mucho? —preguntó ella.
—Es un tulpa, estará bien —comenté tratando de animarla, mientras con el brazalete activaba un círculo de protección alrededor de los heridos—. Aún quedan otros adentro ¿vamos por ellos?
—Si... aunque te confieso que mi espalda no quiere subir más escaleras.
La abuelita se movía lentamente, así que mientras regresábamos a la cabaña pensé que sería un buen momento para indagar sobre lo ocurrido. —Entonces, ¿qué sucedió en casa de Lil?
—Yo estaba hablando con ella, cuando tocaron la puerta. Al abrir vio a Shane, el amigo de Nelson. Lil se emocionó mucho, te confieso que pensé que como la nauseabunda había sido derrotada, ellos despertaron quien sabe en qué lugar, pero no era Shane... era algo más, algo en su cuerpo.
—Era ese demonio.
—Eso supongo, Lil enseguida le preguntó por Nelson, en ese momento los ojos del chico cambiaron. Sentí un olor a carne podrida y a sangre descompuesta que casi me hace vomitar. Todo me empezó a dar vueltas y desperté aquí.
—Así que no lo sabes.
—Lo siento, Bel. No recuerdo más.
Suspiré pensando en cómo contarle la trágica noticia, pero era un hecho que se iba a enterar tarde o temprano, y como ex colibrí que era, supuse que estaría acostumbrada. Así que brevemente le conté lo que encontramos cuando llegamos a buscarla. Tal como lo pensé, tomó la noticia racionalmente y se enfocó en el problema que teníamos, aunque fue imposible para ella evitar que su mirada se entristeciera.
Nos adentramos en la segunda habitación donde estaba Joseph y otros tres que no conocía. Trate de ignorar a los muertos y ese repulsivo olor que despedían. Esta vez me fue mejor, parecía que mientras me concentrase en mi objetivo podría soportar más tiempo sin vomitar. Me agaché para llevar a Joseph primero, estaba a punto de recitar el encantamiento cuando abrió los ojos sorprendiéndome.
—¿Qué hacen aquí? —Se puso de pie y caminó hacia la puerta como si nosotros fuéramos una amenaza— ¿Qué hago yo aquí?
—Joseph, tienes que calmarte, lo que te voy a decir es…
—¿Dónde está mi mujer? —gritó interrumpiendo a Jeaneth.
—¡Por favor, cálmate! —suplicó ella, pero él, lejos de relajarse comenzó a alarmarse y a mirarnos a los dos alternadamente.
—No olvídalo, ya lo sé —sentenció finalmente, para con un movimiento de su mano mandar a Jeaneth despedida hacia atrás—. Ya lo sé, yo la maté.
—¡Jeaneth! —grité dispuesto a ir a su lado, pero antes de que pudiera correr a auxiliarla, Joseph me torció el brazo, sometiéndome en solo segundos.
—¿Cómo es que aún no se marcharon? Les di bastantes días, todo para no tener que verme en la necesidad de acabar con sus vidas.
—Tú… —dije tras percibir cómo el ambiente se volvía más denso y pesado, estaba claro que no era Joseph quien estaba con nosotros— ¿Qué le hiciste a Sebastián?