Universo Heraldo: Legado de Belhor. Volumen 1

Epílogo

Me sentí tentado a llevarme el cuerpo de Jeaneth a Bélgica, sin embargo, ella amó mucho este pueblo en sus últimos años, así que supuse que era mejor dejarla descansar aquí. Antes de nuestra partida se llevó a cabo el entierro de las más de veinte víctimas de Leraje, en el viejo cementerio de Redfield. Aquel lugar ahora destilaba paz y tranquilidad, el aura maligna que por mucho tiempo lo gobernó se había retirado completamente, además era un alivio ver que ni Jeaneth ni las demás víctimas quedaron atrapadas entre este plano y el siguiente.

Mi calma se disipó cuando vi a los familiares de los difuntos, a pesar de mi condición me resultaba difícil no deprimirme cuando empezaban a llorar, la mayoría de ellos ven el final de vida, como la conclusión de la existencia, en eso están equivocados pero no estaba de humor para ponerme a hablar con ellos y consolarlos.

Tras presentar mis respetos a los difuntos me senté en un banco debajo de la sombra de un gran árbol de roble, en lo que parecía ser una pequeña plaza con un ángel en el medio. Bel se quedó un poco más mirando la tumba de Jeaneth, minutos después regresó cabizbajo y sin decir nada se sentó a mi lado. Ya su brazo estaba mejor, aunque no era un médico, creo que hice un buen trabajo.

—Es hora de volver —anuncié.

—¿Ella va a estar bien?

—Sí —repliqué mientras asentía suavemente—. Ella y todos los que perdieron su vida aquí van a estar bien.

Como Jeaneth nunca tuvo hijos, no hubo quien heredara su casa, sin embargo ella dejó por escrito que, cuando aquel día llegara, su vivienda fuera vendida y con ese dinero se contribuyera a una obra benéfica, era lo más lógico en realidad así que seguramente en unos días llegarían algunos colibrís para arreglar ese asunto.

Salimos del cementerio ya con nuestro equipaje a cuestas y emprendimos nuestro regreso a Bélgica. Caminamos por aquellas calles tradicionales de piedras hexagonales negras, hasta que avistamos una pequeña panadería, allí Bel se antojó de un barmbrack, un pan relleno de uvas pasas, arándanos y un refresco de malta. Así que se los compré, ya con eso y un porridge de chocolate que pagué para mí.

En la estación, nos dispusimos a esperar la llegada del tren que nos llevaría a Donegal. Pasaron veinte minutos, y cuando terminé de comer mi porridge fui a una hilera de teléfonos públicos que avisté al llegar, dejé a Bel sentado en los asientos de espera y me dispuse a telefonear a la orden, e informarles de nuestro regreso. Había poca gente por lo que podía hablar con algo de libertad, a final de cuentas no había quien me escuchara.

—¡Querido! —dijo una voz femenina al otro lado de la línea.

—Hola Lizbeth, ya vamos de regreso —musité girándome para tener una mejor vista de quien pudiera llegar a mis espaldas y escucharme. Aunque aquello fue innecesario, como dije el lugar estaba muy solo.

—Lo imagine, cielo. ¿Cómo te sientes? —preguntó ella con algo de preocupación.

—Estoy bien…

—No me mientas, ella era importante para ti, lo que estás sintiendo es normal.

—Déjame en paz, gata loca —repliqué riendo un poco.

—Que frío eres… Vale, hablaremos cuando llegues. Al llegar al aeropuerto encontrarás a un colibrí llamado Luciano que los atenderá.

—Muchas gracias, Lizbeth.

—François dice que si quieres puedes ir al trono de Asia a descansar un poco, lo tienes merecido por aguantar el martirio de Bel estos días. A él lo puedes dejar con Luciano.

—¿Tiene algún encargo o misión para Bel?

—¿Crees que François lo llevaría a algún lado? —comentó ella soltando una carcajada—, cuando iba saliendo de la oficina dijo que era peligroso dejar al chico suelto.

—¿Entonces no lo necesita para nada importante?

—No creo.

—Ya veo… Gracias por la información, hermana. Hablaré con Ra al llegar al aeropuerto. Dile que esté pendiente para que reciba mi llamada.

—Tranquilo Sebastián, así se lo diré. Nos vemos en unos días.

Finalicé la llamada y regresé a los asientos, solo para encontrarme con que Bel acababa de derramar un poco de malta sobre su camisa.

—No sé cómo se me chorreó —agregó con una sonrisa.

—Ve a cambiarte al baño, no viajarás con un manchón de malta en tu ropa.

—¿Por qué? No es la gran cosa. Igual las camisas me hacen ver viejo.

—Joven Heraldo… tu vestimenta transmite mucho de ti.

—¿Por eso vistes como pingüino?

Me dispuse a tomar a Bel por el cuello, pero este con gran habilidad se escurrió por debajo del asiento, y con su bolso en mano corrió al baño. Un par de minutos después salía con un sweater y una gorra verdes.

—¿Vamos a Bélgica, tulpa?

—No, François quiere que descansemos, iremos a Asia.



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En el texto hay: fantasia urbana, suspeso, angeles y demonios

Editado: 21.08.2019

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