Utopía

Capítulo 13.- Concejos y Consejos

-¿Estás bien?-pregunté después de abrir la puerta.

-Todo lo bien que se puede estar, después de haber recibido un veneno mortal que te cocina por dentro- respondió Thomas incorporándose con dificultad en su camilla de hospital.

Marcus Enzensberg se había retirado hacía unos segundos, y el director se fue con él.

-Gracias por ayudarme-dije triste sentándome en una silla a su lado.

-Dos veces el mismo día-sonrió cansado apoyado en la almohada con el brazo sano en la cara.

-De verdad, lo siento mucho. Casi mueres por mi culpa-se me quebró la voz...

-¡Tranquila! Estoy bien- se quejó cuando se movió nervioso, pero lo disimuló como pudo-... Según escuché, estuviste genial atrapando a los culpables y salvándome.

-Fue Esme, la que te salvó- le corregí limpiándome una lágrima que empezaba a caer de mis ojos.

-¿Esa inútil?-preguntó sorprendido apoyándose de nuevo en la camilla cansado.

-¡No le digas así!-grité haciendo que cayeran más lágrimas.

-Lo siento-se disculpó cansado y molesto-... Aparenta ser una mosquita muerta-añadió con odio-, pero no es más que una ases...

-¿Asesina? ¿Esme? ¿La misma Esme que no es capaz de mirar a los ojos a nadie?

Una marca empezó a brillar en el brazo de Thomas. Me fijé que era una promesa de sangre, la que nos mostró a Aless y a mí. Él apretó su brazo con una mueca de dolor, y se recogió en la camilla.

-No puedo hablar... pero no deberías acercarte.

Realmente le dolía, se notaba por el color blancuzco de su piel alrededor de sus dedos al estirarse la piel por hacer fuerza... pero era imposible que Esme fuera una asesina... Aunque siempre estaba sola y nadie se le acercaba, salvo Maritte y, a veces, Niel. Estaba confundida, ¿la misma chica que no era capaz de defenderse de las burlas de sus compañeros era una asesina? ¿La que había intentado tejerme una bufanda a mano? ¿Realmente podía ser peligrosa para otra persona que no fuera ella misma con su torpeza? No podía ser, se arriesgó a sí misma para salvar a Thom, a pesar de que siempre la insultaba y molestaba. Thomas no podía estar diciendo la verdad.

-Gracias por salvarme la vida-respondí molesta mientras me levantaba hacia la puerta de su bonita habitación en lo alto del hospital.

-No te vayas-dijo saltando por mi mano, causando que el suero le diera un tirón y me soltara enseguida.

-El director me dijo que es peligroso que esté fuera de la Academia-Suspiré con dificultad sin saber cómo sentirme-. Más para los que están a mi alrededor- dije triste de nuevo, ayudando a Thom a recostarse en la cama-. Además, la Inquisición debió haberme matado sólo por haber salido de la Dimensión Mágica de la Academia, pero como el infractor en realidad eres tú y mi caso es tan clasificado que los testigos de la fiesta no saben ni quien soy y, si a todo le sumamos que tu papá es líder del Concejo… Estamos a salvo, pero… ¿por qué me mentiste?

-¿En qué?- preguntó abriendo los ojos como platos.

-¿Por qué me dijiste que habías pedido permiso y me sacaste engañada de Utopía?

-Lo siento… Yo sólo quería que vieran que eres inofensiva. Quería que pudieses salir de la Academia... pero creo que, en realidad, estás ahí por protección- miraba la manta blanca que cubría su cuerpo sin levantar sus ojos...

-¿Te refieres a lo que pasó hoy?-pregunté recordando todo, haciendo que el vello de mi cuerpo se erizara.

Asintió y cerró los ojos mientras se recostaba cansado.

-¿Vas a volver mañana?-preguntó cuando sintió que iba hacia la puerta.

-No creo-respondí triste por su reacción

Thomas no era más que un niño... Un niño muy solo.

-¿Dónde está mi móvil?-preguntó irguiéndose con dificultad.

-Creo que todo lo tuyo se quedó en el quirófano.

-¿Puedes traerlo?

-¿Estás loco? No puedo salir por ahí como si nada. Soy una fugitiva, ¿recuerdas? Sólo estoy esperando a que el Director regrese de hablar con tu padre.

-Nadie busca a una enfermera- dijo sonriendo-, y... me debes algo por salvarte la vida.

-¿Me estás chantajeando?-pregunté indignada.

-¡No! Pero casi muero por un veneno letal y doloroso...

-Eres un chantajista asqueroso-dije con desprecio.

-¿Lo harás?-Preguntó sabiendo que había ganado.

Tomé aire sonoramente y transformé lo que quedaba del hermoso vestido en uno de los trajes que les había visto a las enfermeras, dejando el abrigo de Nate en el asiento. Luego, cambié mi cuerpo, imaginé como sería siendo vieja, como de unos 30 años, empezaba a acostumbrarme a ese dolor, como cuando eres pequeño y tienes dolores de crecimiento. Eran dolores más fuertes, pero también duraban mucho menos. También cambié mis ojos por un color celeste, como el que había creído mío durante casi toda mi vida, e hice un moño rubio en la parte alta de mi cabeza.

-¿No puedes usar otro estereotipo?-me preguntó con mucho sarcasmo.

-¿Quieres tu móvil o no?-le devolví la pregunta muy abochornada.

-Ve rápido, no creo que el Director tarde mucho más.

Salí nerviosa e intenté parecer lo más natural posible... pero no funcionaba, al mínimo ruido saltaba del susto. Por suerte, era de madrugada, y las cansadas enfermeras pasaban viendo diligentemente a sus pacientes, y tenían tanto sueño que no se fijaron en otra enfermera más.

Entré al quirófano donde habían atendido a Thomas, perdiéndome unas pocas veces. Ese hospital era como un laberinto con pasillos idénticos, y me di cuenta que mi mala suerte podía aumentar. Una señora ya estaba terminando de fregar la camilla con un producto que me molestaba la nariz.

-¿Dónde está la ropa del paciente que atendieron aquí?-pregunté queriendo salir lo más rápido de ahí.

Me respondió algo que supuse español y, por ende, no entendí...

Disimuladamente, caminé por el quirófano intentando que la señora que limpiaba me quitara la vista de encima. Encontré la daga con la que intentaron matarme encima de una de las mesas de quirófano, e imaginé que Esme la dejó ahí antes de salir al pasillo con todos. Era de unos 30 centímetros, y brillaba como hecha de plata pulida, el mango con incrustaciones era hermoso. Me hipnotizaba, como si ya la hubiese visto antes. Ni siquiera presté atención a la hoja manchada con la sangre de Thom, sólo alargué mi mano y la levanté... soltando la daga en el mismo instante, porque estaba como a 100 grados, se cayó al suelo y vi como ampollas se formaban en mi palma.




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