"Todo dura siempre un poco más de lo que debería".
—Julio Cortázar.
CAPÍTULO I
—🕊—
Las personas tienen un mal concepto del destino, creen que pueden, desde su nacimiento, crear su propio destino. Pero no es así, no todos tenemos elección y muchos aprendemos a vivir con lo que nos toca y aceptar el destino que otros han puesto en ti.
Durante diez años me negaron vivir mi propio camino, encerrándome en un lugar donde una religión arcaica cree tener control sobre ti, te aíslan del exterior y entierran tu vida tras un muro, lejos de los impuros. Pero ya no más. Hoy, decidiré mi futuro y empezaré a vivir mi propio camino. Aún con mi cabeza echa un caos, aprenderé a vivir a mi manera. Al fin podré, después de tanto tiempo, ver más allá de los grandes y grises muros de rocas, sentir el frío y refrescante aire del exterior y dejar que la brisa recorra mi cuerpo y juegue con mi oscuro cabello, tal como debió ser siempre.
Hoy al fin, volvería a casa.
Al llegar aquí, creí que me acostumbraría, pero nunca fue así, aprendí sus creencias y todo lo que el divino puede hacer, pero según ellos, ese ser era tan estricto que solo sentir afecto por otra persona puede ser el pecado más grande que cometas en tu larga vida de sumisión. Pero aun así, yo tenía otros pensamientos respecto al divino.
Mire al cielo, perdiéndome en la nubes grises de diferentes formas, eran hermosas verlas desde la ventana de mi habitación, pero fuera de los muros, se veían perfectas.
—Debes irte antes de que llueva, la carretera se pone resbalosa, ten las llaves y cuida muy bien de Martha —Es el nombre del pequeño auto —Se precavida y maneja con cuidado, dentro está el mapa, con el podrás llegar a tu casa, este es el momento más importante de tu vida, donde te alejas de la palabra y eres soltada al mundo de los impuros —Me contuve de girar los ojos, ya llevaba más de una semana con las mismas palabras, diciéndome que no estaba lista para el mundo, que no podría sobrevivir con los impuros y que el pecado me acecharía como león a su presa.
Pero gracias a que cumplí mis dieciocho años, puedo tomar mis propias decisiones e irme de aquí si esa era la voluntad de mi corazón y vaya que lo era.
—No se preocupe hermana Luz, estaré bien. —Ella tomó mis manos entre las suyas para alzarlas al cielo y cerrar los ojos.
—Hermana Luz, las demás alumnas nos esperan —Y ahí estaba ella, junto a los muros del portón, abrasándose a sí misma por culpa de la fría brisa, Celeste.... se acercó a nosotras y aun con los brazos al aire me atreví a observarla. Ella era la única que me agradaba de este lugar, siempre nos escabullíamos al techo para tener largas pláticas. Es unos años mayor que yo, a pesar de que estoy a punto de ser libre mi felicidad era opacada por la tristeza de dejarla aquí, porque a diferencia de mí, Celeste estaba condena a pasar el resto de su vida dentro de estos muros, por ser la hija de la hermana suprema, la directora y dueña de este lugar.
La hermana Luz me soltó y se apartó lo suficiente para verme de pies a cabeza —Aún sigo pensando que no estas lista, pero ya es hora de que te vayas, hasta pronto Hermana Elizabeth —Hizo una pequeña reverencia y desapareció tras el portón, era una costumbre llamarnos por nuestros segundos nombres, ya que el primero era una representación del pecado de nuestros padres y el segundo representaba el perdón, según ellos.
—Que tengas buen viaje —Celeste tomó mis manos y la alzó al cielo, en un rápido movimiento la envolví en un abrazo después de asegurarme que no había moros en la costa ( Y sí, me refiero a las monjas) la abracé tan fuerte como pude —Vive tu vida —susurró.
—Te sacaré de aquí, lo prometo —solté, un intento de sonrisa abandono sus carnosos labios pálidos —deberías de entrar, no quiero que te castiguen por mi culpa —apreté sus mejillas y le di un rápido beso sobre sus labios, dejándome saborearlos por última vez.
Sabía que estaba mal besarla, pero ella era lo único bueno que tenía.
—Hasta pronto, Hayden —se escuchaba tan bien mi primer nombre viniendo de ella. Su cabello rubio recogido en una larga trenza se movía a causa del viento, una chica tan perfecta como ella no podía estar encerrada en este lugar, por eso prometí que la sacaría de aquí, sólo necesitaría un plan y otras personas que me ayudaran.
Me subí al auto, lista para poner en práctica lo aprendido, las alumnas al cumplir los dieciséis nos enseñaban a conducir, la hermana suprema se encargaba de eso. Una verdadera tortura.
Apreté el acelerador y me alejé los más rápido posible, después de diez años ya no recordaba cómo volver a casa, pero si sabía que serían unas tres o cuatro horas de camino.
—Voy a estar bien... —susurré para mí. Si, estaba asustada, asustada por no saber cómo era afuera, por no saber qué me esperaba al pasar junto al letrero de "gracias por convivir en el internado religioso Mcfloy".
Al llegar a la carretera me detuve, respiré hondo y miré por el retrovisor aquellos muros que tanto soñé con abandonar. Me sentía.... libre. Encendí la radio donde justamente una voz femenina mencionaba a una Sasha Sloan con la canción Older, claramente nunca la había escuchado, en realidad nunca había escuchado ninguna música parecida a esta, pero era tan relajante, le subí el volumen, dejándome llevar y perderme en ella.
(...)
Después de revisar el mapa sabía exactamente a donde ir y como llegar, durante cuatros horas en el volante no dejaba de pensar en cómo el abuelo me recibiría, o si estuviera vivo. Tendría que conseguir un trabajo si la situación económica en casa estuviera mal y ni pensar en la universidad, toda mi vida solo me enfoque en salir del instituto Mcfloy sin pensar en cómo desarrollaría mi vida fuera de ella. Muy mal Hayden.....claro está que no tenía todo pensado, pero de una u otra manera me las arreglaría. Estacione el auto a un lado de la acera, al fin podría charlar con ellos y de alguna forma ellos me escucharían, o eso quería creer.