Entre cristales gélidos y sonoros
la tristeza llega como un susurro invernal,
se cola entre los huesos, palpa el corazón malherido,
susurra zigzagueante el silencio sinfónico
de un alma que ha dejado el sueño atrás
por pasar entre penas su rostro húmedo y sin vida.
Camina dormida, pero sin imaginar
los antiguos valles de flores que abrazaban sus senos
en pleno brillo de juventud.
Ahora piel agrietada.
Grietas que dejan escapar estruendosos silencios,
quejidos de aquel que muere ahogado sin poder
evidenciar las manos de quien lo aruña.