—¡Duele! ¡Duele!—Me quejo por enésima vez en cuanto Yasmina pasa el cepillo por mi cabello. Aplica una impresionante fuerza y tira del mechón hacia atrás para deshacerse del nudo.
—No te muevas—Bramó, gruñendo al final de la oración.
—Pero es que me estás lastimando—Asevero, llevando mis manos en dirección a las suyas para enseñarle—Hazlo con delicadeza.
Resopla con fastidio.
—Si lo hago con “delicadeza”—Explica, imitando mí voz—Nunca voy a terminar. No es mi culpa que tu cabello sea un nido de pájaros.
Carcajeo ante su ocurrencia, porque no es la primera persona que me lo hace saber. Mi cabellera es toda una rareza, en ocasiones amanecía brilloso, mis rizos caían con gracia semejante a la forma de los resortes, pero en otras—tal como hoy— era una voluminosa enredadera y por más que lo peinara, el arreglo sería mínimo.
—Solo dos mechones más y empezamos con las fotos—Chilló la pequeño, aturdiéndome levemente con su voz aguda.
Desde mi aparición en el apartamento, Yasmina estuvo alardeando de su cámara de rollo que su abuelo le había obsequiado ayer e insistió en probarla esta tarde junto a mí.
Mi atuendo era sencillo, al igual que mi maquillaje. Si bien no lucía como alguien que acudiría a un evento trascendental, modelando en pasarela o ser el rostro de portada de las revistas, para la niña entretenida armando mi peinado, no le hastiaba en lo absoluto.
El apartamento siendo tan amplio y contando con un diseño minimalista, cualquier lugar resaltaba y era ideal para tomar increíbles tomas.
—¡Listo!—Anunció la pelirroja, dando toquecitos en mis hombros. Me giré para ver mi reflejo en el espejo, sonreí complacida con el resultado y aunque mi cabello seguía estando abombado, a diferencia de cómo se veía al principio, el cambio era notorio.
—¿Qué sigue ahora?—Cuestioné, volteándome para mirarla. Una sonrisa ladina se dibujó en los labios de Yasmina, sus ojos verdosos titilaron como estrellas y en lugar de responder mi duda, unió su mano con la mía para arrastrarme hacia la salida.
Caminamos por el angosto e igualmente, poco iluminado pasillo. Bajamos las escaleras de caracol y continuamos en dirección al balcón.
Al tener contacto con el exterior, nos recibió una casi imperceptible brisa que removió apenas tres hilos rojos de la cabellera de Yasmina y se sintió como un mimo en mi rostro. La vista era asombrosa, desde aquí se podía ver gran parte de Carrasco, las personas deambulando en la calles, algunas estructuras lucían como piezas de monopolio, los autos diminutos parecen juguetes y el mar, por más que nos separaran pocos metros, sentía que estaba demasiado lejos como para alcanzarla.
—¿Preparada?—Preguntó Yas, sosteniendo la cámara con sus manitas sin parar de sonreír.
Alzo mi pulgar para afirmar y en seguida la pequeña asume el rol de fotógrafa profesional, indicando cada cuanto cómo debería posar, el ángulo que me favorece, las expresiones en mi cara, dónde colocar las manos e inclusive, me alaga cuando las fotos salen mejor de lo planeado.
—Acerca tu mano a la cara, haz como si quisiera enviar para atrás ese rizo que cae sobre tu ojo— Me pide, desbordando exaltación en su tono—Saca solo un poco más la cadera y levanta el mentón.
Alza su mano derecha y ejecuta un ademán para indicarme que debo esperar mientras acomoda su cámara. Cuando me da la señal de estar todo bajo control, a punto de ser captada por el lente, Franco aparece de la nada y antes de que pueda advertírselo a su hermana menor, el colisiona a propósito con su cuerpo, logrando espantarla y provocar que suelte su obsequio.
Un grito de horror sale de la boca de Yasmina, en cuanto contempla con sus ojos desorbitados la cámara en el suelo. Se arrodilla para tomarla rápido, mientras su hermano la observa, mordiendo su labio inferior para contener la risa.
Me aproximo a ellos con cautela, temiendo por como pueda terminar de reaccionar Yas. Espero un estruendoso llanto con gimoteos incluidos, cuando me percato del enrojecimiento de sus mejillas, el labio inferior sobresaliendo, su cuerpo tiembla, las manos pasan de estar sueltas a cerrarse en puño y su pecho está en un constante sube-baja.
Sin embargo, para mi sorpresa, el lloriqueo jamás llega, sino que es reemplazado por el sentimiento de ira y un golpe impacta el estómago de Franco, quien en consecuencia, se inclina hacia delante, apoyando sus manos en la zona afectada.
Cojo a la niña en brazos y regreso adentro, impidiendo que se agrave la situación y acaben matándose entre ellos.
—¡Estropeó mi cámara!—Chilló, secando las dos lágrimas que ahora corrían por sus pómulos.
—Descuida, la arreglaremos—Intenté animarla, al tiempo que la depositaba con cuidado en la barra.
Me doy vuelta hacia el refrigerador en busca de zumo de naranja, saco la jarra que está llena hasta el tope, tomo un vaso del gabinete y le extiendo la bebida ya servida a Yasmina. Aun con los ojos vidriosos, da pequeños sorbos, luciendo más tranquila que hace unos cuantos segundos atrás.
Suelto un suspiro cargado de frustración, porque sé que luego de esto, debo platicar con Franco. Encontrar las palabras adecuadas para hacerlo entrar en razón, que asuma las secuelas de sus acciones y lo más importante, lograr que se disculpe con su hermana.
Llevo menos de una semana conviviendo con los hermanos Alhamad, es por ello que solo he presenciado dos o tres discusiones máximo, son esporádicas y en todas, quien tiene la iniciativa de disculparse es Yasmina.
Hasta ahora, me he dado cuenta de cuán orgulloso, antipático y mal genio que es Franco para tener tan solo diez años. No pretendo cambiarlo de la noche a la mañana, sé que es imposible, pero mientras trabaje para Thiago, hallaré la manera de enseñarles a ambos lo que es la empatía, responsabilidad, escuchar al otro detenidamente, hablar sin la necesidad de convertirlo en altercados, se comporten y se traten con el respeto que se merecen.