«Entre lágrimas que se deslizan como pétalos y promesas fragantes, el clavel rosado nos susurra la posibilidad de reconciliación en un jardín marcado por la compasión».
Danna
Kay corre de un lado al otro, entusiasmado por lo que nos depara el día de hoy. La noche anterior balbuceó sobre los animales que quería conocer, habló y habló hasta quedarse dormido. Su voz fue suficiente para mantener mi mente ocupada, los pensamientos negativos regresaron cuando dejé de escucharlo.
Es por ello que tengo ojeras más grandes y debo contener los bostezos que quieren escapar de mí.
—¿Ya estamos listos? —pregunta, está tan emocionado qué incluso brinca en sus pies—. No queremos llegar tarde.
—No llegaremos tarde. —Le repito por décima vez—. Terminaré de empacar estos sandwiches y nos vamos.
—Está bien, esperaré en el sofá.
Y eso hace, se siente en el mueble de la entrada mientras espera a que yo finalice lo que estoy haciendo. Una vez empaco los emparedados de mantequilla de maní y mermelada, voy a la habitación en búsqueda de nuestros abrigos, meto ropa extra para Kay y salgo hasta donde el niño, ansioso, me espera.
—Ya podemos irnos.
—¡Por fin! —Eleva las manos como si hubiera esperado una eternidad.
—Eres demasiado dramático, Kay.
—Los animales se levantan temprano, mami. No quiero que estén cansados para cuando llegue.
¿Puede acaso ser más adorable? Me derrito de amor por él.
—No lo estarán, tendrán mucha energía para jugar contigo.
—Eso espero. —suspira como si no le quedara otra opción más que esperar.
Repito, está siendo muy dramático.
Pongo canciones infantiles de camino a la finca, Kay canta con más energía de la usual. Perder otro día de trabajo vale la pena, todo sea por su felicidad.
—Llegamos, niño entusiasta. —Le hago saber mientras desciendo del vehículo y lo ayudo a bajar.
—¡Ya era hora! —grita, hay un brillo en sus ojitos—. Vamos, mami, busquemos a Julien.
Sujeta mi mano y tira de mí hasta la entrada. Del lado de la casona sale un hombre, parece uno de los trabajadores.
—Buen día, deben ser los invitados del patrón. —Saluda, y yo asiento—. Me pidió que estuviera pendiente de su llegada, él se encuentra ocupado atendiendo un imprevisto. Seré su guía en lo que él se desocupa.
Oh, vaya. ¿Por qué me decepciona que no haya venido a recibirnos?
—Por supuesto, gracias. —respondo, intentando contener el tono defraudado en mi voz.
—¿Puedo hacerle preguntas, señor? —inquiere mi hijo acercándose sin timidez alguna.
—Claro, niño. Soy todos oídos.
La emoción ilumina los ojos de Kay mientras exploramos el rancho de Julien. Los animales, majestuosos y libres, captan su atención de manera inmediata. La inocencia de su alegría es como un faro, alumbrando los rincones más oscuros de mi preocupación.
—¡Mira, mamá! —exclama Kay señalando hacia los caballos que pastan en el prado—. ¿Puedo acercarme?
—Claro, cariño, pero ten cuidado —Le respondo, dejando que su mano pequeña se deslice fuera de la mía mientras corre hacia los animales.
De repente, Julien se une a nosotros, una sonrisa juguetona en su rostro.
—A Kay le encantan los animales. —Mi tono es amable pero cauteloso.
—Lo veo. Es un niño encantador —contesta Julien, su atención dividida entre Kay y yo.
Antes de que diga o haga algo tonto, regreso mi vista a Kay para ver cómo se aproxima a los caballos con una mezcla de asombro y alegría. Acaricia sus crines con delicadeza, como si estuviera acariciando sueños hechos realidad.
—¡Mamá, son suaves como algodón! —vocifera Kay, su risa resonando en el aire.
—Sí, lo son. —Sonrío, observando su felicidad como un regalo precioso.
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Editado: 18.01.2024