«En el lienzo de la vida, la peonía blanca despliega su elegancia, tejiendo la historia de la pureza que aún florece entre las sombras del pasado».
Danna
Cuatro meses después
Han pasado cuatro meses desde que la enfermedad sumió a Kay en un torbellino de incertidumbre. Ahora, la habitación del hospital está lejos, reemplazada por la luz suave de nuestro hogar. Las risas de Kay, aunque aún débiles, resuenan como una melodía curativa.
Mi rutina cambió por completo a causa de su enfermedad. Me vi en la obligación de reducir mis turnos en ambos trabajos. Afortunadamente, mis jefes son gentiles y no tuvieron problema alguno en aceptar.
Del mismo modo, Kat le proporciona a Kay los materiales de las clases para que no se atrase, incluso viene en las tardes a repasar con él.
El día de ayer estuvimos en la clínica, el médico leyó los últimos resultados de los exámenes y nos dio luz verde. La infección había cedido y mi hijo está fuera de peligro.
Esta mañana me levanté con más energía, saber que Kay estaba bien me permitió descansar con tranquilidad. Luego de preparar el desayuno, regreso a la habitación para despertarlo.
—¿Cómo te sientes hoy, cariño? —Le pregunto, acariciando su cabello enredado.
—¡Mamá, hoy me siento genial! ¿Podemos ir al parque? —Forma un puchero para que no me niegue.
Sonrío ante su entusiasmo, aunque una mezcla de felicidad y precaución se entrelaza en mi voz antes de responder:
—Claro, pero recuerda no cansarte demasiado. Aún estás en proceso de recuperación.
—Lo sé, mamá. No me cansaré mucho, lo prometo.
—Bien, a desayunar y luego al parque.
Una vez está duchado, vestido y peinado, tomamos nuestro desayuno en la comodidad de la cocina. Debo hacer el triple de esfuerzo para comer, de repente mi estómago se alborota provocando que me den náuseas.
Ignoro el malestar, agarro mi bolso y salgo de la mano de mi hijo. El parque se convierte en un espacio en el que reina la felicidad, donde cada risa de Kay se transforma en un triunfo contra la enfermedad. Que él lo haya logrado, me hace la madre más feliz del mundo.
Se sube a uno de los caballos y eso trae a mi mente los recuerdos de aquel día.
—¿Recuerdas cuando eras un vaquero en el rancho de Julien? —pregunto, pero me arrepiento porque va a querer regresar a ese sitio.
—Sí, ¡fue genial! ¿Podemos volver?
Sí, tal como lo predije. La mención del rancho de Julien crea un nudo en mi estómago, empero asiento con una sonrisa.
—Quizás algún día, cariño. —contesto con tono vacilante.
—Quiero darle las gracias a Julien. Él ayudó mucho, ¿verdad, mamá?
Sus palabras me tocan profundamente. A pesar de lo dura que fui con él ese día en el hospital, Julien pagó los gastos de Kay. Cuando consulté con la trabajadora social los métodos de pago, me dijo que no había necesidad alguna, que todo había sido cancelado.
Al principio me enojé demasiado porque ignoró mi petición de que no se inmiscuyera en mi vida; sin embargo, no fui a reclamarle porque comprendí que sin su ayuda probablemente no hubiera podido estar con mi hijo en su proceso de recuperación.
Que haya saldado esa deuda me permitió quedarme en casa con Kay e incluso con todo el orgullo que me cargo, soy capaz de reconocer que sí lo necesitaba. Y mucho.
—Sí, cariño, Julien fue un buen amigo en un momento difícil. —musito.
—Quiero dibujarle un agradecimiento. ¿Me compras papel y colores?
¿Cómo podría decirle que no cuando pone esa sonrisa?
—Claro que sí. Después de salir del trabajo, iré a la tienda.
—¡Bien! —expresa con emoción.
Volvemos a casa, preparo el almuerzo y la merienda que se llevará a casa de Kat. Tengo que trabajar unas horas en la cafetería, el resto lo haré en el bar de Joe. Kay está emocionado porque podrá hacer más «pijamadas» con su tía.
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vaquero y rancho, dolor y desamor, embarazo riesgoso y madre soltera
Editado: 18.01.2024