—¿Me estás hablando en serio?— preguntó antes de meterse un nuevo bocado de helado sabor selva negra.
—Sí— respondió con una enorme sonrisa —, si vos querés es solo cuestión de poner fecha — confirmó sintiéndose estúpidamente feliz, es que la carita de ella, iluminada con tanta ilusión, le parecía más que encantadora.
—Mierda. Bueno, entonces sí— dijo sonriendo demasiado.
—Ay, Dios, sos hermosa — murmuró tomándola por los costados de su cara para acercarla a su rostro y besarla sin perder la sonrisa, sin perder el entusiasmo.
—¿Cuándo iríamos?— preguntó despegándose apenitas de aquel precioso hombre.
—Vos poné la fecha y dalo por hecho — afirmó antes de volver a llenarle la cara de besos.
—Tengo que hablar con Alejo y ya — rió sintiendo esa adrenalina recorrerle el cuerpo.
—Yo hablo con mi hermano y le puedo pegar si no te deja — afirmó extasiado por la suave risita de ella que le envolvía el cuerpo y lo elevaba hasta el cielo.
—Me encanta el plan, pero mi amigo me va a dar permiso, soy su preferida, qué querés que te diga — afirmó con falsa humildad.
—Vos sos mi preferida — aseguró remarcando el posesivo.
—Tengo a tu familia en el bolsillo — rió divertidísima.
—Vení acá— ordenó apretando los dientes y atrayéndola hacia él. Dios, la necesitaba con tanta desesperación, con tanto anhelo, que ya no podía soportarlo más, ya no podía seguir negándole a su cuerpo lo que le reclamaba a gritos, lo que trataba de ignorar.
El "te amo" le retumbó en la cabeza y el pecho, pero se guardó las ganas de decir aquello, de dejarlo salir, se tragó la necesidad de hacerle saber lo que su corazón le susurraba desde hace años. "Te amo". No sabía si alguna vez se lo diría en voz alta, si el tiempo jugaría un poco a su favor y le dejaría exteriorizar eso que su alma gritaba, por lo que su espíritu vibraba.
—Creo que mejor vamos a otro lado — le susurró ella con la voz más grave de lo normal, erizándole la piel, extasiándolo al mismo nivel que lo excitaba.
—Vamos — afirmó y la tomó de la mano para llevarla hasta el auto y de allí a su casa que estaba vacía por el resto de la tarde, hasta que su hermano regresara en la noche, aunque, sabiendo el destino que había decidido el mayor de su familia, sospechaba que, tal vez, no regresaría en toda la noche. Mierda, esperaba que no volviera y así podía quedarse el resto del día y la noche con ella, desnuda, en su cama, dispuesta para que la deguste una y otra vez. No, nunca quedaría satisfecho, pero sí completamente feliz.
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Bueno, esa cara de odio demencial no tendría que divertirlo tanto, pero qué le iba a hacer, ver a Sofía, de pie al lado de su mesa, luciendo ese atuendo de chef que solo a ella se le podía ver tan bien, intentando con todas sus fuerzas no mandarlo a la mierda, le estaba haciendo el día.
—Realmente es excelente chef — dijo Marcela mientras contemplaba con una sonrisa divertida a Alejo —, me alegro de haberla robado — agregó y extendió la sonrisa.
—Eso fue trabajo sucio de tu parte — retrucó el morocho con fingida indignación—, ni siquiera había empezado a trabajar para mí— explicó ignorando la mirada de furia de aquella rubia preciosa.
—Bueno, todos sabemos cómo es este negocio— interrumpió otro de los sujetos que estaba sentado en la mesa —. Acá nadie se va a enojar por robar los empleados del otro — exclamó y dejó salir una fuerte carcajada. Sí, definitivamente el vino le había pegado demasiado.
—Cuando te robe a vos quiero ver si no te enojás — respondió Alejo señalando al sujeto.
—Bueno, querida— dijo Marcela ignorando ignorando al otro par y centrándose en la rubia —, excelente tu desempeño de hoy.
—Muchas gracias — respondió utilizando ese tono profesional, empujando muy dentro suyo las ganas de romperle la nariz a Alejo que, por algo que jamás podría explicar, intentaba elevar su cotización como chef. Es que si dos de los dueños de los restaurantes más importantes de Mendoza se peleaban por ella, eso hacía que el resto comenzara a interesarse en sus capacidades. Sí, era una excelente noticia para ella, pero no tenía muchas ganas que aquel idiota fuese el responsable de aquello —. Me retiro — dijo haciendo una leve inclinación para luego encaminarse directo hacia la cocina.
—Voy a fumar — explicó Alejo poniéndose de pie —, ¿me acompañás? — preguntó observando directamente a Marcela.
—Vamos — aceptó con una sonrisa y siguió a aquel poderoso hombre hacia el exterior, más precisamente a una zona que se comunicaba con una huerta en donde se cosechaban todos los condimentos que utilizaban en la cocina.
Allí, ambos apoyados contra una de las paredes, se dedicaron a contemplar el paisaje, esos viñedos que parecían eternos, que se extendían hasta perderse en la línea donde el Cordón del Plata se elevaba hacia el cielo. Y el silencio. El maravilloso silencio que los envolvía, sacándolos de la locura de negocios y charlas, de ciudades contaminadas y puteadas las veinticuatro horas. Silencio.
—No hay rencores por lo de la chef, ¿verdad?— preguntó sin mirarlo mientras inhalaba lentamente el espeso humo de ese cigarrillo con gusto a chocolate.
—Para nada — respondió contemplando un pequeño gorrión que jugueteaba en el aire.
—Es buena, realmente muy buena — halagó con total sinceridad.
—Sí, lo es — secundó y giró levemente para ver a su colega de frente.
—¿Seguís camino a Tunuyán?
—Sí, tengo que ir a ver lo de las mermeladas y después lo de las nueces y almendras— explicó revolviendo un poco su oscuro cabello.
—¿Vas solo?— indagó.
—Me robaste a la chef que iba a ir a dar el visto bueno, asique... — explicó y se encogió levemente de hombros.