Abrió la puerta con cuidado y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Sobre la enorme cama pudo distinguir un enorme bulto que parecía enroscado, protegido por sí mismo. Se acercó con cuidado, sentándose al lado de esa montaña de mantas, colocando con suavidad su mano sobre esa espalda, susurrando un nombre que le sabía a miel en el paladar.
—Cris, amor — insistió por tercera vez y, por fin, el bulto se movió.
Cuando esos ojos preciosos se clavaron en ella lo supo, el dolor, el profundo dolor que había sentido en su alma, él también lo padecía. Casi no se movió cuando esos brazos, esos que tanto conocía, se aferraban a ella mientras un largo suspiro abandonaba los labios de ambos, sintiendo que esa partecita de sus espíritus se volvían a unir, volvía a ser una sola cosa sin fronteras.
—Perdón — susurró el morocho apretándola más —. En serio perdoname — rogó sintiendo las lágrimas mojar su rostro y aquel huequito de la castaña que tanto había extrañado.
—Ya, lindo, tranquilo — le dijo acariciándole el cabello con calma, sintiéndose fuerte por primera vez en días, sabiendo que ella debía mantenerse entera por los dos.
—No sé qué me pasó, yo no quiero a nadie, yo…
—Te amo — interrumpió Pilar sin dejarlo seguir hundiéndose en el dolor, arrancándolo de esa espiral de desesperación para liberarlo en un mundo más lindo, un mundo donde Pilar le confesaba eso que tanto había querido escuchar —. Te amo — volvió ella a decir tomándolo por las mejillas, obligándolo a mirarla directo a los ojos, a esos que destilaban amor y paz.
—¿E-en serio?— indagó temeroso que todo aquello fuese un sueño.
—Te amo — repitió por tercera vez y se acercó a él para besarlo con calma, para reforzar sus palabras con aquel gesto precioso.
Cristian necesitó unos cuantos segundos en comprender lo que sucedía y, cuando sus pensamientos por fin se ordenaron, tomó a esa hermosa mujer por la cintura y la pegó a él, la besó con ganas, con todo eso que se revolvía en su interior, con toda su alma puesta en aquel beso.
—También te amo — confesó por fin entre lágrimas y risas, confesó antes de volver a besarla, antes de volver a sentir que podía respirar ese aire que lo rodeaba, antes de comprender que su pecho ya no dolía y que sus ganas de seguir adelante habían regresado con renovadas fuerzas. La besó porque ella era esa pieza que necesitaba para estar completo, para sentirse pleno, para reír con ganas.
—Mejor paramos porque no quiero usar la cama de Alex y abusar de su hospitalidad — dijo y de repente frunció el entrecejo de manera adorable —¡¿Por qué nunca me contaste que eras amigo de ellos?!— indagó en un susurro que escondía un grito de emoción detrás.
Cristian rió con ganas y la volvió a atraer a su cuerpo. Sí, ella así, pegada a él, con planteos banales, era todo lo que necesitaba, solamente eso.
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No supo en qué momento había pasado, pero de repente se vió abrazando a esa castaña hermosa después de una buena sesión de sexo. Nunca pudo indicar cuándo habían comenzado a conversar sobre sus vidas, sobre el ingreso de Guadalupe a Ingeniería en la UTN y a su carrera en Comercio Exterior en una prestigiosa universidad privada. Jamás podría dar una fecha para cuando las ganas de ir a tomar una birra con esa mina le surgieron, invitación que no necesitaba terminar con sexo, aunque él esperaba que sí. Entendió que hace mucho no se sentía tan bien con una compañía femenina, que lo que ella decía le hacía gracia de verdad y por eso reía con ganas. No supo cómo había pasado, pero de pronto se vió enviándole su número de teléfono por el chat de Instagram y notó que rogó por días para que ella le escribiera por allí. Se sintió estúpidamente feliz cuando aquel mensaje llegó y cuando los estados de la muchacha comenzaron a aparecer en su teléfono. Entendió que Guadalupe usaba Instagram para subir fotos de ella, de ella y algún trabajo como modelo que hacía de vez en cuando, para algún amigo, de buena onda que era no más, pero que en WhatsApp colocaba más cosas de su vida, de su familia, de sus hermanos, de lo que le gustaba, de sus amigos, los de verdad, no solo los que aparecían para salir. Entendió que la mina iba mucho al gimnasio porque le gustaba, que los helados de chocolate eran sus favoritos y que nunca comía melón. Sonrió embobado por una foto con sus hermanos, una que mostraba la increíble belleza de los tres, principalmente de la mayor de la familia, pero que a él solo le atrapaba la de ella. Y allí entendió todo.
—Mierda— murmuró un poquito asustado.
La extrañaba, en serio quería verla y no solo para coger, quería estar con ella.
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—Amor — lo llamó aún sonriendo, demasiado feliz por todo, sin terminar de entender cómo hace dos horas era terriblemente infeliz y ahora, en los brazos de aquel hombre, se sentía estúpidamente bien.
—Dejame un ratito más — pidió apretándola un poco.
—No quiero ser mala, pero tenés que bañarte, tu pelo es un asco — dijo y rió por ese mordisco en su cuello.
—Sos muy malvada — respondió metido en su cuello, dejándose envolver por ese exquisito perfume.
—Bueno, no me importa, tenés que bañarte y comer algo, Maiia me dijo que no has comido nada desde que llegaste ayer.
—Quiero comerte a vos, ¿eso cuenta?— preguntó haciéndola reír de una manera preciosa.
—No, no cuenta, además ya te dije que no lo vamos a hacer acá, asique, si querés sexo vas a tener que apurarte — ordenó disfrutando de esos mimos que tan bien le hacían.
—Toda una dictadora resultaste ser — dijo despegándose de esa piel dorada para contemplar a la mujer a los ojos.
—Muy. Ahora al baño — ordenó poniéndose de pie y tirando de él.