Antes que pudiese reaccionar vio a su amigo ponerse de pie y salir de allí a toda velocidad. Sonrió satisfecho y llamó a la moza, el imbécil de Alejo lo había dejado sin cerveza.
El morocho llegó a la puerta y miró hacia ambos lados. A media cuadra, ya cruzando la calle, iba aquel par caminando con tranquilidad. No lo pensó ni dos segundos y corrió detrás de ellos, mejor los alcanzaba ahora o su determinación se iría a la mierda.
—Sofía — gritó cuando estaba por alcanzarlos.
La rubia se giró sorprendida y detuvo su andar cuando notó al morocho corriendo en su dirección.
—Sofi, pará — pidió llegando a su lado, con la respiración agitada y el corazón latiéndole con fuerza.
—Sofi — susurró Martín en una clara consulta de qué es lo que ella quería hacer.
—Tranqui, yo me encargo — respondió la rubia a su acompañante y aguardó por la explicación de Alejo.
—No te vayas con este pelotudo — escupió el morocho señalando al amigo de su hermano —. Perdón, hermano, no es con vos la cosa — dijo y volvió su atención a la rubia que aguardaba impaciente por las siguientes palabras del morocho —. Necesito que hablemos, necesito… Dios, por favor hablemos — rogó casi desesperado.
—¿Qué?— preguntó ella completamente sorprendida. ¿Hablar de qué? No, ya no había nada para hablar, ya se habían dicho todo, ya ese mes y medio le había dado la distancia necesaria para comprender lo que en realidad ella significaba en la vida de aquel hombre. ¿Hablar?¿Ahora?¿Para qué?
—Por favor — pidió un poco más.
—Sofi — llamó Martín y aguardó la respuesta de esa bonita mujer.
—Yo… Es que no sé de qué necesitás hablar — respondió la rubia.
—Hablemos, pero no delante de él. Dale, solo un ratito — presionó un tanto más.
Dentro de la cabeza de Sofía una enorme batalla se daba para aceptar o no aquella invitación. Por un lado, la comía la intriga, pero por el otro no tenía ganas de volver a sufrir, a sentirse como la mierda porque él seguía con sus planes, con su vida de eterna soltería. No, no lo criticaba, pero ella no entraba en ningún plan, en nada.
—Dale — volvió a pedir cuando supo que estaba por rechazarlo.
Sofía volvió los ojos hacia su acompañante y finalmente soltó un suspiro de resignación. Bueno, por lo menos se sacaría la intriga.
—Andá — le dijo a Martín y sonrió para tranquilizarlo.
El rubio abrazó a la muchacha y le susurró palabras que Alejo jamás pudo escuchar, pero que elevaron su enfado a niveles astronómicos.
—Andá tranquilo — le gruñó el morocho cuando vio que no soltaba a la muchacha.
—Tranquilo, hermano, todo bien — afirmó el rubio y le palmeó el hombro de forma amistosa —. Me llamás cualquier cosa — le dijo a la mujer y se fue de allí a paso tranquilo.
Una vez que lo perdieron de vista, Sofía se giró con los brazos cruzados sobre el pecho y una actitud firme que distaba bastante de lo que realmente sentía.
—Bueno, decime — ordenó.
—No acá, vamos a otro lado — pidió el morocho.
—Prefiero que sea acá — sentenció con una frialdad que a Alejo le llegó a doler.
El morocho miró en varias direcciones, buscando un espacio, un algo, que lo hiciera sentir menos expuesto, más protegido. Se resignó cuando no encontró nada y suspiró cuando comprendió que era bajo esas condiciones que debía escupir toda la verdad.
—Dame una oportunidad, una sola — comenzó casi suplicante —, para demostrarte que quiero estar con vos, que este mes y medio fue una mierda, que no leer un mensaje tuyo me mata, que ver fotos de ese imbécil con vos me saca. Por favor, dame una oportunidad porque sino siento que me asfixio.
—¿Qué?— preguntó sorprendida.
—Sofi, me estoy muriendo sin vos — susurró acercándose a ella, dejando que, de nuevo, ese delicioso perfume se colará entre sus sentidos, moviendo apenas la mano para rozar los finos dedos de esa mujer que le robaba la voluntad.
—Pero vos dijiste…
—Sé lo que dije, ya sé — se enojó con él mismo por soltar aquella estupidez creyendo que, en serio, nadie lo iba a hacer cambiar de opinión —, pero no puedo, siento que sin vos no puedo — explicó apoyando su frente en la de aquella preciosa rubiecita —. Me vuelvo loco sin saber nada de tu vida, sin poder estar a tu lado para conocer cómo te va en el laburo, si pudiste cambiarte a ese departamento que querías o seguís en el mismo, si ya te hiciste esos estudios de sangre que siempre pateabas para adelante, si tus viejos consiguieron abrir el otro local de la heladería — explicó cerrando los ojos, aceptando, por primera vez, sus sentimientos.
—¿Y si después de un tiempo te das cuenta que no querés esto, que no querés una relación, yo cómo quedo?— indagó con cautela, porque sí, no había soportado todo ese tiempo solo para caer en algo peor.
—Dame una oportunidad, por favor — susurró acercándose sus labios a los de ella, intentando romper esas defensas que parecían más altas que nunca.
—No quiero sufrir — confesó absorta en aquella burbuja perfecta —. No quiero que me hagas mierda.
—Te juro que te voy a cuidar, te lo juro — afirmó completamente convencido de sus palabras.
—Alejo — susurró ella sintiendo la respiración de aquel morocho mezclarse con su aliento, sabiendo que esos labios estaban a escasos milímetros de los suyos, percibiendo su voluntad resquebrajarse por todos lados.
—No te voy a lastimar, te voy a cuidar — repitió completamente convencido.
—Por favor, cuidame — suplicó y se dejó llevar, unió sus labios con los de él y se entregó al completo placer que le recorrió cada fibra de su ser. Se dejó llevar por esas ganas de fundirse con él, de volver a ser uno, de tenerlo debajo de su cuerpo mientras ella cabalgaba al éxtasis.