Volví a la habitación de las catacumbas donde solíamos quedarnos los 3. Rara vez la ocupábamos para dormir o descansar, ya que no es algo tan vital en nosotros como en los humanos. Más bien la solíamos ocupar para huir de los calores extremos o para nuestras orgías carnales y de sangre, aunque ya hacía mucho tiempo no pasaba de esto último. Al entrar sentí como una especie de apuñalada en el pecho, todo estaba tal cual lo habíamos dejado antes de marchar, casi podía oír la risa seductora de Catherine provenir del “baño” donde solía maquillarse para luego aparecerse con su mirada tan azul, profunda y seductora como el océano. Cuando se ponía así era irresistible el acercarse embobado a ella, agarrarla con fuerzas sabiendo que nunca se quebraría por más que la aprisionara contra mí hasta besar sus carnosos labios. A veces Frank solo observaba, a veces se unía y comenzaba a jugar con Catherine, pero nunca tenía el placer de hacerlo a solas como conmigo. Yo quería mucho a Frank, a los dos. De alguna forma los consideraba como mi familia, el destino nos había juntado cuando la eternidad había comenzado a ser una tortura para nosotros y juntos salimos a delante y hallamos una razón para seguir adelante. Sin embargo, de alguna manera sentía que Catherine me pertenecía, habíamos estado juntos más tiempo y aunque no había un sentimiento amoroso y profundo de por medio, me molestaba la idea de que Frank disfrutara de sus encantos como si fueran solo para él. No era racional, era estúpido y primitivo, quizás un pensamiento arraigado del machismo con el que crecí y el cual con el instinto asesino y seductor de mi nuevo estado post–humano se potenciaba aún más.
Me tiré sobre la cama que aún tenía las sábanas de satín intactas, inundado en los recuerdos ardientes de nuestro tiempo juntos sintiéndonos los dueños del mundo, recuerdos que se combinaban con la frialdad del momento. Para entonces ya debía estar en Europa, ¿por qué demonios seguía allí? ¿Qué había pasado con mis amigos? A ratos pensaba que quizás era mi culpa, debido a esa aprehensión que tenía con Catherine. Si Frank hubiese sido sincero las cosas se habrían conversado y no tendría por qué haberse robado a Catherine de esa manera. Ella nos quería a ambos, disfrutaba de estar con nosotros y seguramente estaba angustiada por mi paradero. O quizás…
Una idea fugaz pasó por mi mente, pero la aparté con rapidez y decidí volver al bar con Claude, el único amigo fiel que parecía quedarme.
– Uy, no tienes buena cara. ¿Averiguaste algo?
– No. ¿Qué tal tú?
– Nada aún. Pero no creas que no me esfuerzo, que desde que te fuiste ayer casi ni puedo atender bien por andar husmeando en los murmullos de los demás, ¿eh?
– Gracias amigo. Dame lo de siempre.
– Ya va… –dijo dando la vuelta a la vitrina de licores –Y dime, ¿dónde has estado? Tienes un olor a… ¡uf! Lo tienes muy pegado en tu piel.
– ¿Olor a qué? –dije asustado.
– Mm… pues me atrevería a decir que has estado bastante cerca de un humano. “Una”, más bien dicho –dijo haciendo un gesto como de olfateo sobre mí.
No me sentía preparado para admitir algo así, por lo que sentí que me hervía la sangre vampírica al punto que me hubiese sonrojado si realmente hubiese podido.
– Bien, yo no leo ni influyo sobre emociones como tú –insistió –, pero puedo ver claramente en tu actitud que al parecer tengo razón.
– Es sólo la muchachita que me salvó la vida. Fui a devolverle el favor.
– Vaya, pero que considerado –dijo en un tono algo burlón – Espera, ¿has dicho que te salvó la vida una humana? Me imagino que no sabe que…
– No sé cómo explicarlo, pero sí lo sabe. Y aun así no se espanta.
– ¿Estás seguro que es humana? Mira que incluso con lo moderno de estos tiempos no cualquiera no se asusta con algo como nosotros.
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Editado: 24.07.2019