Había olvidado el placer del libertinaje. Antes de caer en la profunda depresión cuando me di cuenta de la condena que podía significar la vida eterna, esa era mi filosofía de vida y vaya que la disfruté. Era un muchacho que mentalmente vivía unos rebeldes 25 años, con toda la vida por delante, inmortal y poderoso. Si me habían transformado en un monstruo, iba a vivir la vida como tal, buscando el placer insaciablemente. Eran otros tiempos sin duda, y de alguna forma permitían llevar una vida así sin tanta culpa. No había luces artificiales, ni acuciosos medios de comunicación o sistemas de vigilancia que dejaran poco lugar a la privacidad. No había fronteras, todo estaba dispuesto para mí; si yo quería podía alimentarme de la más bella doncella del pueblo o encamarme con cuanta prostituta encontrara. Pero por más sangre, sexo y placer que tuviese, nunca era suficiente. Con el paso de las décadas todo placer temporal se acompañaba de un vacío inexplicable que cada vez fue creciendo más y más hasta que me apartó totalmente de la sociedad, y fue entonces cuando me di cuenta que no importaba vivir eternamente buscando un efímero placer. Al final siempre todo terminaba, al final, incluso yo empezaba a morirme por dentro.
Para cuando me recuperé del episodio, los tiempos habían cambiado y con ello, también yo. Aceptaba mi condición, pero a la vez hice todo lo posible para poder volver a ser uno más del mundo y hacer algo productivo con la eternidad que me esperaba, ansiando poder dejar una huella evanescente en el progreso. Desde entonces, decidí llevar una vida más austera como vampiro. Las orgías y cazas excesivas habían llegado a su fin y solo las practicaba con Catherine y Frank, me limitaba a los negocios y permanecer en las catacumbas, manteniendo cierta distancia con el mundo que evolucionaba a pasos agigantados.
¿Y de qué había servido todo eso? Para qué, si mi propia “familia” me había traicionado y la estúpida muchacha humana que empezaba a querer me había echado sin darse cuenta de lo que en realidad le había revelado. Era una terca sin dudas y yo estaba harto de todo, así que me fui varios días lejos de la ciudad, a esos pueblitos de mala muerte que no salen en ningún mapa, sólo para saciar la sed de sangre. Había vuelto varios siglos atrás, empezaba a renacer el instinto libertino y a recordar sus placeres y los buenos momentos que me dio. ¿Qué más daba? El mundo necesitaba volver a enterarse que cosas extrañas pasaban, que no todos los asesinos eran rastreables por las autoridades, incluso por la tecnología actual.
Extasiado por tanta sangre, mi cuerpo me pedía más; más desenfreno, más sangre, más placer. Volví a las catacumbas a encerrarme en el burdel que funcionaba día y noche; día y noche bebiendo alcohol, día y noche disfrutando de las hermosas y perfectas damas que ofrecían sus servicios, vampiras y humanas las disfrutaba por igual aunque inevitablemente, me atraían más estas últimas, adoraba jugar con ellas y entre beso y beso clavarles discretamente un colmillo en su lengua y saborear las escasas gotas de sangre que soltaban, aumentando más el deseo.
Llevaba quizás una semana o poco más en estado de juerga cuando inevitablemente toqué fondo. Era una noche como cualquiera otra en la que había conseguido a dos sensuales humanas que me acompañaran al cuarto de la perdición. Todo iba a ser como siempre, mucho alcohol, sexo fugaz y una pizca de sangre, pero cuando las muchachas empezaron con su juego, una especie de alucinación se cruzó por mi cabeza. Al principio no la tomé en cuenta, pero a medida que los besos y las caricias se intensificaban, también lo hacía la voz de mi alucinación, una nítida voz dulce que por poco había olvidado, suplicando mi nombre. Después del incidente la noche de la boda había desterrado a Alicia de mis pensamientos, pero sin saber por qué su voz empezaba a hacer eco en mi cabeza, perturbándome a más no poder y obligando a rechazar a las chicas, quienes sin comprender se marcharon antes que me enojase y pudiese lastimarlas.
Me vi solo en la habitación, oyendo los ecos de la música desde afuera y uno que otro gemido de las habitaciones contiguas. Gracias a nuestro metabolismo, por mucho que un vampiro beba alcohol los efectos de éste se desvanecen rápidamente de nuestro cuerpo, por lo que tendría que estar constantemente bebiendo para poder sufrir una verdadera resaca. En estos días había bebido demasiado, y pensaba que las alucinaciones podían estar relacionadas con eso. Salí del burdel hacia mi vieja habitación para hacer tiempo y comprobar que no era más que el efecto de un estado pseudo–etílico, sin embargo, pasó un buen rato y pese a que sabía que el alcohol se había esfumado por completo, la voz seguía repitiéndose esporádicamente en mi cabeza.
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Editado: 24.07.2019