Se miró las palmas de las manos cerciorándose de que siguieran en su lugar. Luego hizo lo mismo con sus brazos y el resto de su cuerpo. Se sentía vulnerable y desprotegida. Quería a su madre abrazándola o incluso reprendiéndola por meterse en donde no debía, pero la quería con ella. Se obligó a respirar calmadamente y a limpiarse las lágrimas con las manos. Alzo la cabeza. Todo estaba igual. La biblioteca seguía vacía y silenciosa. En su escritorio la bibliotecaria seguía mirando su celular con absoluto mutismo. Todo seguía normal. Era tranquilizador que al menos ese lugar siguiera estando tan mundano como siempre. Solo tenía que regresarle las llaves a la mujer y podría irse a su casa a descansar y calmar sus nervios alterados. Era tan fácil. Demasiado fácil para ser verdad.
Con cada paso que daba la seguridad y normalidad que le había transmitido el lugar unos momentos atrás parecía derretirse como un cubo de hielo expuesto a la luz directa del sol de verano. Ya no transmitía tranquilidad. Helena se dijo a si misma que solo era su paranoia la que le estaba jugando una mala pasada. Escucho de nuevo esa voz en su cabeza que le era ajena. Le decía que se fuera. Le advertía que había peligro cerca. Reviso el lugar, pero solo estaba la bibliotecaria. Sin embargo, no dijo nada. Se dirigió rápidamente a la mesa y dejo las llaves sin mediar palabra alguna. Estaba a punto de alcanzar la puerta, pero un chirrido metálico la detuvo. La anciana se había levantado de su asiento y había dejado su teléfono a un lado.
—Las llaves están en la mesa— tragaba saliva entre cada palabra- gracias por su ayuda.
Las facciones dulces y desgastadas de su rostro se endurecieron. Una sonrisa malévola le desfiguro totalmente el rostro. La caja de dientes que usaba le cayó con lentitud de la boca dejando un rastro de saliva colgante. Los ojos se movieron hacia atrás dando un giro completo. Cuando volvió a tener los ojos en su lugar, las pupilas habían desaparecido dejando unos globos oculares completamente rojos que la observaban ciegamente. Los dedos de sus manos se retorcieron y sus manos se estiraron para atraparla. La niña retrocedió espantada.
—No puedes huir— la voz de Ezra salió forzosamente de la garganta femenina— eres parte de mí. Cada molécula de tu cuerpo alguna vez me perteneció.
Helena se volvió y tiro de la perilla de la puerta, no tenía seguro, pero estaba trabada. Golpeo la puerta pidiendo ayuda. Unos dedos maltrechos la tomaron por el cuello delicadamente y la giraron. Quedo mirando directamente las esferas sangrientas que eran los ojos de la mujer.
—No puedes negar tu destino— le sonreía casi con cariño—esto es lo que eres— empezó a susurrar de forma casi ininteligible, con rapidez y candor— no debes confiar en nadie. Menos en ella. Debes seguir con los planes. Debes hacer caso a tus instintos. Cuando por fin lo aceptes alcanzaras todo tu potencial— le toco suavemente la cabeza- todo esta aquí.
#22481 en Fantasía
#2911 en Paranormal
#909 en Mística
amistad sin limites, magia blanca y oscuros poderes, lazos ancestrales y herencia de sangre
Editado: 19.06.2019