Vista al mar

Capitulo 5. Entierro.

Ya eran las ocho de la mañana. Había podido dormir solo seis horas, los ojos apenas podía despegarlos, pero ya debía levantarme. No quería abusar de la hospitalidad de los Mancilla. Tomé mi traje que estaba colgado en una silla, el arma que dejé escondida bajo la almohada y me preparé para volver a trabajar.

Tenía el presentimiento de que hoy sería un buen día. El sueño de anoche daba vueltas y vueltas en mi cabeza. Lo que más intriga me daba era no saber que había sido ese estruendo que escuché antes de marcharme del sueño. Todo parecía color de rosas e incluso estaba casi seguro que ella daría el “si”, pero ese ruido extraño lo impidió. Tal vez había sido una explosión o un disparo. Cosas raras que ocurren en un sueño.

―En fin ―dije en voz alta―, le estoy dando mucha importancia a un simple sueño. No fue más que eso.

Salí de mi habitación y me dirigí hacia las escaleras. Mientras las bajaba pude notar las caras las caras largas de las personas que componían el cuerpo de oficiales, sus caras de decepción lo decían todo. Algo malo estaba pasando.

―¿Qué es lo que sucede?, ¿Por qué esas caras?

―Lo siento mucho, jefe ―contesto Díaz de manera desconsolada―, ha sido toda mi culpa, yo estaba a cargo. El rehén a escapado. Le sacó una navaja y su arma de fuego a Gutiérrez y lo apuñaló, amordazó y lo dejó atado en la habitación en la que estaba custodiado. Salió por la ventana corriendo hacia el bosque. Hace diez minutos pasó todo.

―¿Por qué carajos no me llamaron?! ―exclamé furioso.

―Recién nos dimos cuenta. El oficial Gutiérrez nos contó todo. Te estábamos por ir a despertar.

Esto no podría estar pasando. Si se llega a comunicar con los secuestradores estamos perdidos. Estaba enfurecido. Lo único que debían hacer era vigilarlo y no pudieron hacerlo, parece que estoy rodeados de incompetentes.

Sin más prisa, di las nuevas órdenes:

―Escuchen bien. Nos dividiremos en cinco grupos de cuatro personas, iremos en distintas direcciones. No puede estar muy lejos porque está herido en la pierna, anda cojeando. Si lo ven, no lo maten, lo necesitamos con vida. Tengan cuidado, está armado y él no dudará en dispararles. Juan, tu ven conmigo.

Nos adentramos al bosque. Cada grupo tomó una dirección distinta, solo era cuestión de tiempo para que alguno se cruzara con el prófugo.

―¡Jefe! ―sonaba en la radio Díaz―. Necesitamos ayuda. Palacios mató a mis otros tres compañeros, estoy solo y tengo un disparo en el abdomen. No me quedan más balas. Necesito refuerzos.

Me pasó la ubicación y fuimos hasta donde nos indicó. Cuando estaba llegando escuché ¡Bang, Bang, Bang! Tres disparos, de la misma pistola. Luego de eso, un absoluto silencio, y cuando llegamos al lugar, no podía creer lo que veía. Santino Díaz, uno de mis mejores oficiales a mi mando, una gran persona y gran amigo de la policía, se encontraba agonizando en el piso por cuatro disparos. «¿Qué animal es capaz de rematar a una persona que ya se encontraba en el piso herida?», pensé. Había sido todo mi culpa. Los mandé a la muerte contra un sicario especializado en el ámbito de matar. Yo era responsable de esas personas y no pude protegerlas.

―Comisario ―dijo agonizando―, perdón, fue todo mi culpa, no debí permitir que escapara, lo siento mucho.

No podía contener mi llanto de verlo así, y ver los otros tres cuerpos desparramos en el suelo, ya muertos. No quería perderlo también a él, pero era inevitable. No podíamos hacer nada para ayudarlo, más que acompañarlo en sus últimos minutos.

―Tranquilo, todo estará bien, iras a un lugar mejor. No tengas miedo.

―Dile a mis padres que los amo. ―Esas fueron sus últimas palabras.

Luego de eso cerré sus ojos y besé su frente entre medio de lágrimas. Me levanté, decidido a encontrar a ese maldito que los asesinó.

Allá a unos cuantos metros lo veía, huyendo como una rata por alcantarilla.

―¡Detente! ¡No tienes escapatoria! ―grité, corriendo y esquivando todos los arboles de alrededor.

No se detuvo y sin pensarlo dos veces disparé, esta vez a la cabeza. No tuvo piedad de mis oficiales, así que yo tampoco la tuve con él. Le había dado una oportunidad para hacer las cosas bien y no supo ni quiso aprovecharla. El plan se había arruinado, pero no podía permitir que siguiese viviendo. Sé que yo no debería decidir eso, pero lo hecho, hecho está. Me encantaría volver el tiempo atrás para corregir algunas cosas pero no podía, debía mirar hacia delante y tener la cabeza fría. Pensar este tipo de cosas no arreglará nada.

Ya era de casi de noche. Estábamos en la mansión esperando algún tipo de novedad. Juan se acercó para decirme algo.

―A las 23:45 será el velatorio de Santino Díaz. Mañana a las 07:15 el entierro.

―Murió delante mío y no pude hacer nada para salvarlo, los dejé morir a todos.

―No ha sido tu culpa, nadie lo hubiese imaginado, no te tortures amigo ―contestó, apoyando su mano sobre mi hombro tratando de consolarme. Hice un gesto de resignación.

―Quiero darle mis condolencias, comisario. Puedo acompañarle al velatorio si quiere ―dijo Alma habiéndose se acercado a nosotros.

―Gracias. No se moleste, Alma, vaya a descansar ―respondí mientras me retiraba hacia mi vehículo para ir a la funeraria.

Allí se encontraba la familia del difunto. Los padres tenían que despedir a su propio hijo. Los conocía hace varios años, Díaz me los presentó y a veces nos juntábamos en los cumpleaños. No sabía que decirles, con qué cara los podría mirar, no pude proteger a su hijo y eso me atormentaba.

―Siento mucho su perdida señor y señora Díaz. Era un buen hombre, no se merecía esto.

―Te doy las gracias por hacer justicia contra ese maldito que le arrebató la vida, mi hijo puede descansar en paz ― dijo entre lagrimas la señora Díaz.

―Hice lo que tenía que hacer, por favor no me agradezca nada. Su último deseo fue que les dijera que los amaba demasiado.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 28.05.2022

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