Vista al mar

Capítulo 7. Estado crítico.

Me encontraba acostado en la camilla de la ambulancia en camino hacia el hospital, todo cubierto de sangre. Juan estaba al lado mío acompañándome.

―Vas a estar bien, amigo, no te rindas. Ya llamé a tu madre, está yendo para el hospital.

Quise responderle, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Sentía que mi ritmo cardiaco y mi respiración de a poco disminuían. En pocas palabras, me estaba muriendo. Estaba esforzándome por no cerrar los ojos por miedo de no volver a abrirlos.

Una vez en el hospital, pude escuchar muchas cosas, o tal vez el mareo que sentía me hacía escuchar las cosas una y otra vez. Lo último que escuché fue a una enfermera gritar:

―¡Tenemos un paciente grave con dos heridas de balas! Perdió mucha sangre. Necesita una trasfusión de sangre urgente. Preparen la sala para la cirugía y denle la anestesia general.

Luego de eso perdí el total conocimiento de lo que sucedía a mi alrededor y no supe más nada.

Me desperté al otro día en una habitación del hospital con un respirador que me administraba oxígeno y una telemetría y oximetría que controlaban mi ritmo cardiaco y el oxígeno en sangre. La habitación era grande y lujosa a pesar de ser un hospital público. Tenía un televisión de alta calidad en frente de la cama, y había hermosos sillones para que la gente se sentara. ¿De verdad era un hospital público?

La puerta se abrió despacio, y al instante entró una enfermera.

―Al fin se despierta, señor, buenos días ―dijo.

―Buenos Días, ¿sabe cuánto tiempo estuve inconsciente?

―Sí, casi 16 horas. Por el efecto de la anestesia durmió un poco más de lo normal. ¿Cómo se siente?

―Diez puntos ¿Ya puedo irme? supongo. Tengo muchas cosas que hacer en la estación.

―No, no puede irse, aun está inestable. Tiene que permanecer en observación unos días, le haremos varios estudios.

―Si, es verdad ―Tosí en el pliegue del codo―, no me siento tan bien. Dígame cual es mi estado.

―Recibió dos impactos de bala; una apenas le rozó el lado izquierdo del abdomen y no causó daños mayores, la otra, fue un poco más complicada de tratar; causó daño en el estómago. Por suerte logramos extirparle los fragmentos de balas que quedaron alojados en su cuerpo. En las próximas horas le haremos una imagen por resonancia magnética y una radiografía para ver su afección y controlaremos que no haya infecciones.

―Se lo agradezco mucho. ―Volví a toser, una y hasta tres veces―. Gracias por salvarme la vida pero… no creo que mi obra social cubra tantos estudios y gastos. No harán falta demasiados, me sentiré mejor pronto. ―Sentía que no podía dejar de toser, acompañado de un fuerte dolor en el pecho y en el estomago debido a los disparos.

―De nada, fue un placer. En cuanto al dinero no tiene por qué preocuparse, ya están cubierto todos los gastos..

―¿Qué? No, por favor cancele los estudios, no serán necesario. Me iré en las próximas horas.

―Relájese, señor Villareal, tiene visitas.

―Espere, antes de irse, acérqueme los cigarrillos que están en aquella mesa.

―No se puede fumar aquí, señor, y menos en la condición en la que se encuentra usted.

Luego de eso la enfermera se retiró. Dejó la puerta abierta para que pasaran las visitas. Juan no podría ser porque a esta hora tendría que estar trabajando. Al instante, entraron Alma y su padre.

―Buenos días, héroe ―dijo Alma entrando con una sonrisa

―Buenos días. Me queda grande ese apodo, me harán sonrojar, solo hice mi trabajo.

―Lo que usted hizo, comisario, es admirable ―comento el señor Mancilla―. El oficial Juan Ramírez nos contó todo con lujo de detalles. Tuvo la valentía de entrar solo a salvar a mi hija sabiendo que los superaban en número e inspiró a los demás para que luego lo ayudaran. Has salvado a mi hija, así que te debo mí vida y mucho más. Quiero entregarte esto como forma de agradecimiento ―agregó, apoyando un maletín sobre la cama

―¿Qué contiene esa caja? ―pregunté sorprendido.

―Son los millones de dólares que habíamos juntado para el rescate ―intervino Alma―, te los entregamos a ti, es lo mínimo que podemos hacer.

No lo podía comprender, su actitud me había shockeado por completo. Me quedé unos segundos callado tratando de entender lo que estaba pasando. Sentía que mi orgullo y honor como comisario estaban siendo heridos. Intenté responder de una manera sutil para que no haya malos entendidos ni nadie se ofendiera.

―Miren, mi intención no es ofenderlos. Entiendo que se sientan agradecidos conmigo por lo que pasó, pero no me deben nada. De ninguna manera podría aceptar esto como pago, con sus respetos me alcanza y me sobra. Nunca pensé que recibiría dinero extra cuando ingresé a este caso, ni a ningún a otro, no lo hubiese aceptado si fuera así.

―Por favor, acéptelo, lo va a necesitar, es mucho dinero ―insistió el señor Mancilla.

―Por más que le insistan nunca lo aceptará ―interrumpió mi madre entrando por la puerta―. Su orgullo como comisario es más grande que una suma de dinero o cualquier cosa material de valor, por eso tiene el buen cargo que tiene y es la excelente persona que es.

Con todo esto del secuestro, el operativo y el hospital, llevaba casi una semana sin verla. La ultima vez que nos vimos fue la semana pasada para una cena entre los dos. Iba casi todas las noches a cenar con ella porque desde que me fui a vivir solo, ambos nos sentiamos muy solitarios. Mi padre había muerto cuando era chico y siempre fuimos, mi madre y yo.

―Madre, los presento…

―Ya nos conocimos afuera ―interrumpió Alma―. La señora María Villareal fue muy amable con nosotros.

―Sabía que sobrevivirías hijo. ―Mi madre se sentó en la cama. Me sostuvo de la mano.

―¿Por qué dice eso, señora Villareal? ―prenguntó Alma.

―Ya había estado internado antes por un disparo en el pulmón, hace casi ya dos años. Su vida pendía de un hilo muy fino y, aun así, superó esa prueba, como tantas otras.



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 28.05.2022

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