El viento del Murta, así le decía ella, azotaba ese lateral de la casa y a la vez silvaba como un músico enloquecido. Cuando sucedían esos eventos yo solía jugar en el amplio comedor de la vieja casona de dos plantas, no puedo situarme en el tiempo, pues yo no sabía en aquel entonces que existía el calendario. Pero recuerdo que fue unos años antes de que el gallo cantara a las tres de la tarde, eso lo recuerdo porque al día siguiente asesinaron a Salvador Allende.
Yo era feliz sin saberlo, jugaba en ese lugar hasta que desde la puerta vaivén que unía el comedor con la cocina aparecía ella, me tomaba entre sus brazos y me ariciaba, luego tomaba de mi mano, juntos subíamos la escalera, caminabamos por un pasillo que desembocaba en el dormitorio. Ese dormitorio tenía un ventanal que dominaba sobre la margen occidental del lago, era maravilloso. Ella Doña Meche, me miraba con sus ojos de cielo llenos de ternura, me decía _ duérmete hijito_ yo respondía te amo mamá...