Sin retirar el cuchillo de mis manos, seguía con la mirada los lugares por los cuales ese alguien trataba de entrar. Ya eran las tres de la madrugada y los sonidos se repetían constantemente; como si descansara y volviese a intentar su cometido. Forzaba sin éxito la puerta, pateaba las paredes y de vez en cuando podía escuchar la tos de la persona que claramente era un hombre. Esperé a que los sonidos cesaran un momento y me propuse salir del pensionado a como diera lugar; en algún momento esa persona lograría entrar y estaba completamente segura que no venía a ofrecerme dulces o a leerme un cuento.
Las opciones eran pocas. Miré por el orificio al pie de la puerta a ver si aún estaba allí. No lograba ver nada o ya no había nadie definitivamente, pero al final concluí que si con patadas no se pudo abrir esa puerta, yo menos lo lograría. Había una ventana pero esta daba directamente al precipicio de cuatro pisos, así que también lo descarté. Miré hacia el techo buscando algo, un orificio, lo que fuera donde yo cupiese y pudiese salir... Pero nada.
Escuché unos pasos en el pasillo y entré en pánico de nuevo. La misma amarga tos retumbó en mis oídos y llegó en forma de "vengo a por ti, no puedes escapar". Caminaba y miraba en todas las direcciones y estuve a punto de gritar hasta que encontré algo. En una de las paredes había un orificio en la parte baja y la madera se encontraba podrida.
—Abre ya... —escuché que murmuró desde afuera.
Sin dudarlo me arrodillé al pie de la pared y con ayuda del cuchillo comencé a romper la madera podrida. Este se me resbalaba de las manos pues estaban llenas de mocos y lágrimas acumulados a lo largo de la noche y que yo secaba en esos momentos. De nuevo, la puerta era forzada y esta vez hacía sonidos rarísimos, como si estuviesen usando un objeto o algo así.
Por el hueco que había logrado abrir en ese punto me cabía completamente la cabeza y decidí mirar a dónde llegaría si me metiese por él. Distinguí claramente al tipo del 33 con su habitual compañera nocturna y, por suerte, estaban completamente dormidos y roncando. La cama era roja, enorme, ellos dos tendidos allí y completamente desnudos. Supe que, a pesar de que seguramente estaban completamente borrachos y que ni un terremoto los despertaría, debía ser silenciosa pues la persona de afuera o alguien más podía escucharme mientras rompía la madera. Volví la cabeza y seguí haciendo trocitos la madera. No faltaba mucho. Había escuchado por ahí que si cabe la cabeza, cabe también el resto del cuerpo...
Hice un hueco lo suficientemente grande como para poder entrar caminando como perrito. Silenciosamente me puse de pie para buscar la puerta de salida, aún no estaba segura. Mientras lo hacía pude ver a mi alrededor bastantes botellas de vodka, latas de cerveza, condones usados y sus envoltorios y por supuesto la ropa interior de la gente aquella. Al final divisé la puerta para darme cuenta que por alguna razón, se encontraba entreabierta. Era mi oportunidad pero a la vez mi posible sentencia pues aquel hombre aún podía estar al pie de la puerta de mi pensionado, justo a unos pasos. Por un momento creí sentirme más segura en mi pensionado pues por lo menos allí la puerta estaba bien asegurada...
Cientos de opciones pasaron por mi cabeza en ese momento. Podía salir corriendo asumiendo el riesgo de que el tipo estuviese allí y me atrapara o con la suerte de que lograra tomar las escaleras lo suficientemente rápido como para que no lo hiciese. Podía regresar a mi pensionado y quedarme allí hasta que mi madre llegara rogando por que esa puerta lograse resistir las fuerzas, pero mi madre podía volver a la noche siguiente y no pasaría otra de esa manera. Podía ser imprudente y pedir ayuda al señor o incluso a la mujer que se encontraban en el 33, pero corría el riesgo de que me creyeran ladrona y me reventaran una botella de vodka en la cabeza. Podía ocultarme en el armario del señor hasta que amaneciese y poder salir con más seguridad y más gente afuera. Podía, podía, podía...
Pero no me sentí lo suficientemente serena como para tomar una decisión lógica en ese momento y menos para sentarme a pensarla. Con pasos silenciosos, caminé hasta la puerta y me puse justo detrás. Miré por el orificio y aparentemente no había nadie; aparentemente podía salir.
—Cálmate, Dina —me alentaba yo misma en murmullos—. Venga, puedes hacerlo.
Y aparentemente ya me encontraba haciéndolo. Abrí silenciosamente la puerta y salí corriendo como una flecha hacia las escaleras. Logré tomarlas y sinceramente no quería pararme a identificar o reparar al hombre que me hacía pasar tan horrible noche. Simplemente el rabillo de mi ojo derecho logró ver a un hombre altísimo vestido de negro con sombrero... No más.
Por un momento sentí que el hombre se apeó a seguirme y por eso corrí con todas mis fuerzas. Bajaba piso a piso como si no hubiese un mañana, como si el edificio se estuviese incendiando, y se me hacían eternos a pesar de mi rapidez. En ellos no había ni un alma, absolutamente nadie a quien pudiese pedir ayuda. Salí del edificio pero seguí corriendo a cualquier dirección y el frío total invadió mi cuerpo.