╰────────────────➤[La cena no salió muy bien]
Elena copió la receta de la salsa puttanesca del libro en un trozo de papel y Justicia Strauss fue tan amable que les acompañó al mercado para comprar los ingredientes. El Conde Olaf no les había dejado demasiado dinero, pero los niños pudieron comprar todo lo que necesitaban. Compraron olivas a un vendedor callejero, tras haber probado diferentes variedades y haber elegido las que más les gustaban. En una tienda de pasta escogieron unos tallarines de forma curiosa y le pidieron a la dependienta la cantidad necesaria para catorce personas: las diez personas que había mencionado el Conde Olaf y ellos cuatro. En el supermercado, compraron ajo, que es una planta bulbosa y de gusto fuerte; anchoas, que son peces pequeños y salados; alcaparras, que son capullos de flor de un pequeño arbusto y saben de maravilla; y tomates, que de hecho son fruta y no vegetales como piensa la mayoría de la gente. Creyeron que sería apropiado servir postre y compraron varios sobres para hacer pudín. Los huérfanos pensaron que quizá, si preparaban una cena deliciosa, el Conde Olaf sería un poco más amable con ellos.
Por un instante, creyeron que su vida había tomado un ritmo diferente. Se estaban divirtiendo y, por segundos, olvidaron el dolor y frialdad que les causaba el Conde Olaf. No obstante, todo ese sentimiento bonito desaparecía y uno nuevo emergía de las sombras, uno difícil de explicar, pero fácil de sentir. Es como cuando te golpeas el dedo pequeño del pie contra una pared, o quizás, un armario.
—Muchísimas gracias por habernos ayudado hoy —le dijo Violet a Justicia Strauss de camino a casa con los chicos—. No sé qué habríamos hecho sin usted.
—Parecen muy listos —dijo Justicia Strauss—. Estoy segura de que se les habría ocurrido algo. Pero no deja de ser extraño el Conde Olaf les haya pedido que preparen una comida para tanta gente. Bueno, aquí estamos. Tengo que entrar y guardar los alimentos que he comprado. Espero, niños, que vengan pronto a verme y a tomar prestados los libros de mi biblioteca.
Elena sonrió como nunca antes y asintió.
—Me encantaría —dijo ella.
—¿Mañana? —dijo Klaus rápidamente—. ¿Podríamos venir mañana?
—No veo por qué no —dijo Justicia Strauss sonriendo.
—No puedo decirle lo mucho que se lo agradecemos —exclamó Violet con precaución. Con sus encantadores padres muertos y el Conde Olaf tratándolos de forma tan abominable, los cuatro niños no estaban acostumbrados a que los adultos fuesen amables con ellos y no estaban seguros de que no se les fuese a pedir nada a cambio—. Mañana, antes de que volvamos a utilizar su biblioteca, Klaus, Elena y yo estaremos encantados de llevar acabo tareas en su casa. Sunny no es lo bastante mayor para trabajar, pero estoy segura de que podremos encontrar alguna forma de que la ayude.
Justicia Strauss sonrió a los cuatro niños, pero sus ojos estaban tristes. Alargó la mano y la posó en el pelo de Violet, y Violet se sintió más reconfortada de lo que se había sentido desde hacía bastante tiempo.
—Eso no será necesario —dijo Justicia Strauss—. Siempre serán bienvenidos aquí.
Dio media vuelta y se metió dentro, y los huérfanos, después de quedarse un momento mirando la entrada de la casa de Justicia Strauss, entraron en la suya.
Violet, Klaus, Sunny y Elena se pasaron la mayor parte de la tarde preparando la salsa puttanesca de acuerdo con la receta. Violet tostó el ajo y limpió y cortó las anchoas. Klaus peló los tomates y deshuesó las olivas. Sunny golpeó un cazo con una cuchara de madera, mientras cantaba una canción bastante repetitiva que ella misma había compuesto. Por otra punta, estaba Elena lista para rayar el queso y colocar la sal y el aceite. Y aquel fue el momento en que los cuatro niños se sintieron menos desgraciados desde su llegada a la casa del Conde Olaf. El olor de comida cocinándose es a menudo relajante y la cocina se volvió más acogedora a medida que la salsa hacía «chup, chup», que significa «se cocía a fuego lento». Los cuatro huérfanos hablaron de recuerdos agradables que tenían de sus padres y de Justicia Strauss, quien, los cuatro estaban de acuerdo, era una vecina maravillosa y en cuya biblioteca tenían pensado pasar mucho tiempo. Mientras hablaban, mezclaron y probaron el pudín de chocolate.
—¿Creen que pasar mucho tiempo en la casa de Justicia es una buena opción?
—Sin duda, ella es buena con nosotros.
Justo cuando estaban poniendo el pudín en la nevera para que se enfriase, Violet, Klaus, Sunny y Elena oyeron un fuerte boom al abrirse la puerta principal, y seguro que no tengo que decirles quién había llegado a casa.
—¿Huérfanos? —gritó el Conde Olaf con su voz áspera—. ¿Dónde están, huérfanos?
—En la cocina, Conde Olaf —dijo Klaus—. Estamos acabando de preparar la cena.
—Más les vale —dijo el Conde Olaf y entró de golpe en la cocina. Miró a los cuatro niños con sus ojos muy, muy brillantes—. Mi grupo viene justo detrás de mí y están muy hambrientos. ¿Dónde está el rosbif?
Los chicos intercambiaron miradas.
—No hemos preparado rosbif —dijo Violet—. Hemos preparado salsa puttanesca.
—¿Qué? —dijo el Conde Olaf—. ¿No hay rosbif?
—Usted no nos dijo que quería rosbif —dijo Klaus.
El Conde Olaf se acercó más a los niños y parecía incluso más alto de lo que ya era. Sus ojos se pusieron todavía más brillantes y su única ceja se arqueó de ira.
—Al aceptar adoptarlos —dijo— me he convertido en su padre y, como padre suyo, no soy alguien a quien se puede tratar con poco seriedad. Les exijo que nos sirvan rosbif a mí y a mi grupo.
—¡Imposible! —chilló Elena.
—¡No tenemos ni un pedazo! —gritó Violet—. ¡Hemos preparado salsa puttanesca!
—¡No! ¡No! ¡No! —gritó Sunny.
El Conde Olaf bajó la mirada y miró a Sunny que, de repente, había hablado. Dio un gruñido inhumano, la cogió violentamente con una mano y la levantó de forma que pudiera mirarla directamente a los ojos. No hace falta decir que Sunny estaba muy asustada, y empezó instantáneamente a llorar, demasiado asustada incluso para intentar morder la mano que la sostenía.
Editado: 19.08.2022