Lo primero que pudo sentir fue contusión en todo el cuerpo, como si alguien lo hubiese agarrado a golpes. Después de soltar un pequeño gemido de dolor, el muchacho se dio cuenta de que estaba tenido en el suelo. Usó su mano como apoyo para sentarse, y la palma se le llenó de polvo y pequeñas piedras. Sus ojos comenzaban a adecuarse a la falta de luz, a la vez que un cada vez más severo dolor de cabeza se hacía presente. Con dificultad, comenzó a ver a su alrededor, el área estaba iluminada solo por largas llamas y la luz lunar. A escasos metros de él, pudo ver a una persona piso. Y otra más adelante. Eran, de hecho, muchas personas las que alcanzaba a observar, pero su mente no daba para ponerse a contarlas, pues estaba ocupada intentando resolver otras interrogantes.
¿Dónde estaba? Su memoria estaba en blanco, y no podía recordarlo. A su vez, alrededor suyo no había un letrero o señalamiento que le ayudara a ubicarse, aunque parecía estar dentro de un enorme edificio. Sus recuerdos estaban totalmente vacíos, pues su nombre, dirección, siquiera un teléfono al cual pedir ayuda eran datos que habían escapado de su consciente. Sintió un bulto en el bolsillo lateral de su pantalón, metió la mano para extraer un teléfono celular, sin embargo, la pantalla estaba hecha pedazos, y por más que presionara los botones, no parecía encenderse, por lo que lo desechó.
Gateando, se acercó con pesadez hacia una de las personas tendidas, porque su instinto le decía que, si por casualidad estaba en peligro, era más probable que pudiera sobrevivir acompañado que por su propia cuenta. A medida que se movía más y más, su vista mejoraba, y cuando por fin pudo ver bien a aquella mujer, tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar de horror al ver que la mitad derecha de la mujer estaba totalmente chamuscada. Los huesos y el cráneo estaban expuestos, negros y llenos de ceniza, y ni siquiera la muerte había borrado la expresión de terror absoluto que tenía el rostro de la chica, los ojos bien abiertos y saltones, la quijada fuera de lugar, todo cómo un registro de lo dolorosos que fueron los últimos segundos de su vida.
El muchacho cayó de espaldas por la impresión, y su cuerpo entero comenzó a temblar sin control. Su mirada se desvió hacia las docenas de personas que estaban más lejos. Ninguno se movía, ninguno respiraba. La urgencia de la huida subió de manera vertiginosa a su mente cómo la única opción viable, y se dio media vuelta para salir corriendo lo antes posible, pero al ver lo que había del otro lado, su propia mandíbula se abrió en seco.
En el suelo frente a él, había un cráter enorme. El muchacho se sentía como una diminuta hormiga en comparación al agujero delante de sus ojos, el cual tenía a su vez, una profundidad muy considerable. Su primer pensamiento, fue que algo había impactado ahí. Levantó la mirada hacia dónde el techo debía estar, pero si alguna vez lo hubo, ya no estaba. Probablemente lo que sea, había caído por ahí, y el impacto había matado a todas esas personas. ¿Podría haber sido una bomba? Pero él mismo se encontraba más cerca del epicentro que los demás. ¿Por qué él seguía vivo entonces?
Un zumbido sobre su cabeza lo sacó de sus pensamientos. Primero vio una luz blanca y muy brillante en el cielo, pero después pudo identificar que venía de un helicóptero, por el reflejo de las aspas al girar. Ese faro de luz ahora le apuntaba a él.
—¡Permanezca donde está! ¡Ahora mismo van a rescatarlo!
El chico supuso que esa sería su salida de ahí y se sentó en el piso a esperar a que fueran por él. Notó que estaba sentado sobre algo, y del bolsillo trasero de su pantalón sacó una billetera. Dio un pequeño suspiro de alivio al abrirla y ver que, en efecto, había una identificación con fotografía en ella.
Lucas Baker. Fecha de nacimiento, 15 de marzo de 1997. Dirección: Garden of Earth 398.
Lucas, ese era su nombre. Según su fotografía, era un muchacho delgado, con ojos verdes y cabello rubio. En ese momento, escuchó un quejido de dolor a unos cuantos metros de él. Lucas supuso que podía haber alguien más con vida, y si lo encontraba, cuando fueran por él, podían rescatarlos a ambos. Siguió el sonido detrás de unas rocas y encontró a un hombre adulto en traje. Estaba sentado en el suelo y apoyado sobre los escombros, mientras se llevaba la mano al pecho y hacía muecas de sufrimiento.
—Señor ¿Se encuentra bien?
Pero aquel sujeto no respondió. Lucas lo tomó del traje y lo levantó todo lo que pudo. Después, pasó el brazo del hombre sobre sus hombros y lo ayudó a moverse de nuevo hacia la luz. En cuanto fueron visibles de nuevo, de la oscuridad salieron cuatro hombres, enfundados en un traje anti-radiación color blanco. En el pecho, tenían inscritas en negro las siglas FBI. Todos portaban rifles de asalto, y habían salido con las armas apuntándoles.
Lucas levantó la única mano que tenía disponible. ¿No se suponía que irían a rescatarlo? ¿Por qué le estaban apuntando? Su corazón latía cada vez más rápido, y se llevó la mano al pecho, sentía cómo si el órgano le fuera a estallar. Uno de los agentes se les acercó con cuidado, sin bajar su arma y le puso la mano sobre el hombro al muchacho, pero inmediatamente, salió despedido hacia atrás por una fuerza misteriosa. Los hombres volvieron a apuntar sus armas y las cargaron. Estaba seguro de que estaban listos para disparar. El pánico comenzó a apoderarse del chico, quien no pudo contener las ganas de llorar del miedo, y de pronto, del suelo salió un resplandor azul y aquellos sujetos comenzaron a contorsionarse rápidamente, cómo si se estuvieran electrocutando.