Arthur
—Menudo susto de muerte se ha pegado tu novia y su amiga —Jon habla desde la otra línea, a la vez que observo la televisión en frente de mí. Desde que le hablé de la cita no ha dejado de llamarla de esa manera, sabiendo que no somos absolutamente nada.
—¿Qué te he dicho con respecto a ese tema? —Demando, escuchando que se ríe un poco.
—Como sea —murmura —. Ella y su amiga estaban hablando en medio de la clase y el sustituto del profesor les llamó la atención. Cuando la clase terminó, tuvieron un fuerte enfrentamiento en el pasillo; al parecer tuvieron algo hace mucho tiempo. Él la agarró el cuello, la aprisionó en una pared y luego la besó —frunzo el ceño ante lo que me dice. No se escucha como algo bonito o gracioso, aunque tampoco es que él lo deje escuchar de esa forma.
—No se escucha nada bien —emito, abandonando el colchón.
—No. Y ella no está tan bien que digamos —su tono de voz cambia a uno más preocupado —. La acaban de llevar a enfermería, Arthur —cierro el teléfono, tomando las llaves de la camioneta con rapidez. Me coloco los tenis, cubro mi cuerpo con una camiseta y salgo se la casa sin tener tiempo de decirle a mi madre lo que pasa.
Manejo lo más rápido que puedo hacia el Instituto, sintiendo que una angustia extraña se apodera de mi cuerpo en el momento en el que me parqueo en el estacionamiento del lugar. Cuando bajo, termino corriendo por el pasillo sintiendo la mirada de los demás.
No me detengo a preguntar en dónde se encuentra enfermería, solo sé que la encuentro como si nada. Afuera veo a una chica rubia, así que deduzco que es Cristián quien se da la vuelta, mirándome perpleja.
—¿Cómo...? —Se queda a medias para mirar detrás de mí y hago lo mismo. Veo a una señora acercarse, posando su mirada solo en la chica delante de mí, expresando unos sentimientos extraños en su mirada.
—¿Qué sucedió? —La mira a ella, luego a mí y vuelve a ignorarme.
—Mario Salazar —contesta —. Estuvo aquí, se hizo pasar por sustituto de nuestro profesor de informática y luego la acorraló contra una pared, ahorcándola. También la forzó a besarlo —masculla, con molestia —. Zara estaba muy alterada, no podía respirar y comenzó a expedir algo de su boca. No sé qué era, solo esperé a que alguien me ayudara a traerla —explica, tomándome de la mano para ponerme frente a la mujer —. Señora Diana, él es Arthur, un amigo de su hija —emite.
—De acuerdo —pasa por alto lo último que ha dicho, entrando en la sala. Se queda hablando con la joven que atiende a Zara, a la vez que espero recostado de la pared, igual que Cris.
—¿Tiene auto para transportarla? —Su voz me espanta un poco.
—Sí —declaro —. Camioneta de cuatro puertas, ella puede ir detrás con usted y la señorita —asiente, empezando a caminar. La enfermera me pide que pase para que cargue el cuerpo de la castaña, a la vez que la rubia sostiene el suero que tiene conectado en su brazo.
Tiene los ojos cerrados, no está lúcida, parece dormida completamente. Verla así remueve fibras de mi ser que había olvidado hace tiempo, cuando tuve la oportunidad de amar a alguien que ahora, lamentablemente, ya no está. Si soy sincero, me asusta un poco el saber que estoy desarrollando sentimientos por la chica que ahora va en la parte trasera de la camioneta, siendo cuidada por su mejor amiga y su hermana.
Aunque cueste admitirlo, es una desconocida, es un usuario de una página que administro, no la conozco como quisiera hacerlo y apenas hemos conversado por dos horas y un poco más de tiempo.
—Vamos camino al hospital —escucho que habla la mujer a la persona de la otra línea —. Sí, con Zara. Allá te explico, solo termina el entrenamiento —frunzo el ceño, mientras estaciono el auto por el área de emergencias. Si voy por el otro lado podrán a Zara en una camilla y la atenderán media hora después. No es algo que los presentes en el vehículo deseamos, así que tomo el camino rápido.
—Paciente joven, dieciséis años, propensa a convulsiones, entrando por el área de emergencia para ser intervenida inmediatamente —se la llevan en la camilla más rápido de lo que creo, mientras que los demás caminamos a la sala de espera.
★
Son casi las doce del medio día cuando un joven castaño con un cuerpo bastante trabajado, se acerca hacia donde nos encontramos los tres, esperando noticias de ella. La señora rubia se pone de pie, abrazándolo un momento, para luego hablarle de la situación.
Está molesto, demasiado molesto. Aprieta sus puños en los costados y habla más alto de que que desea, como si no fuese suficiente ocultar las ganas de golpear algo. No lo puedo culpar, yo me sentiría igual si me entero que alguien le hizo daño a mi hermana o a cualquier familiar que sea parte importante en mi vida. La familia no se prepara nunca para golpes para estos, siempre pensamos que todos somos eternos, cuando más que equivocados.
Como si no hay suficiente con lo que sucede con Zara, termino arrastrado a la cafetería con el hermano de la castaña, tratando de formar frases coherentes con las palabras que voy a decir si pregunta.
—¿Qué intenciones tienes con mí hermana? —Me mira de forma molesta, recalcando con fuerza la palabra «mí».
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Editado: 12.01.2021