Arthur
“Siempre ocurre: después de un pésimo día, una buena noticia. Y después de un gran día, una mala noticia. ¿Alguien habló de conspiración?” –SNBrito.
Vamos por un helado. Nos sentamos en una de las mesas del lugar y procedo a contarle sobre Jenna a pesar de haber sido hace años.
—Salíamos de una noche de teatro. Estaba lloviendo a cántaros, así que nos resguardamos en un callejón que no tenía acceso al agua; nos sirvió de amparo un tiempo, debido a que los taxis no se detenían para recogernos —tomo una pausa —. Entonces ella me dijo que quería que nos besáramos bajo la lluvia y aprovechamos que la calle estaba vacía en ese momento —suelto un suspiro, mirándola —. Nos sumergimos tanto el uno en el otro que apenas nos percatamos de lo que iba a suceder...
—Arthur, si no quieres hablar de ello —pongo una mano sobre la suya, deteniéndola.
—Un auto se precipitó contra nosotros. No tenía las luces encendidas y el conductor estaba casi dormido, supongo que estaba bajo efectos de alcohol, drogas o alguna pastilla; quién sabe si iba camino a suicidarse... Solo no es algo que me gusta cuestionar después de que falleció. El impacto fue inminente, terminamos en el hospital, ambos en cuidados intensivos, pero en la intervención quirúrgica no sobrevivió —vuelvo a tomar una pausa —. Fueron los peores meses de mi vida. Casi termino en silla de ruedas, pero tomé terapias y no me di por vencido aún cuando los pronósticos dejaron de favorecerme. Luego supe que la familia de Jenna se mudó a España, sin querer saber nada más de mí —la miro atento —. Nuestra relación fue muy complicada, creo que ese era el final que merecíamos.
—La muerte por negligencia nunca es el final para una persona o relación —emite, luego de unos minutos en silencio —. Aún así, no tenemos poder para evitar ciertas cosas, aunque es lo que más deseemos.
—Humanos —me río —. Tan imperfectos.
Deja salir una sonrisa, mientras vuelve a tomar una cucharada de helado, llevándola a sus labios. Nos quedamos en silencio un buen rato, escuchando los murmullos de los demás que están en el lugar, a la vez que disfrutar del silencio cómodo en el que estamos sumergidos los dos.
Es la segunda vez en mucho tiempo que una chica me hace sentir bien, como si realmente le importara lo que ha sucedido; no se ha negado ni se ha cohibido ante las situaciones y no creo que sea porque está necesitada de una pareja o porque se siente sola sentimentalmente, mas bien lo podría relacionar como dejar que una experiencia nueva entre, removiendo parte de lo que es. Está dando una oportunidad que quizás nunca le dio a nadie más y el que lo esté haciendo conmigo, me deja sin palabras.
—Si quieres que sea sincera, no sé qué más decir —murmura, luego de unos largos minutos en silencio.
—Me gusta tu silencio y también escucharte hablar —enuncio y la veo sonrojarse en el momento en que me escucha.
—¿Estás coqueteándome después de hablarme de tu trágica vida amorosa? —Suelto una risa que ella termina acompañando.
—Es una pregunta ofensiva.
—Admito que sí funciona —musita —. Más cuando la intención es que te cuente mi historia.
—¿Cómo es que sabes tanto? —Sonríe aún más.
—Mi ex también tenía la mala costumbre de sacar frases de internet para decírmelas —su semblante se vuelve serio —. No digo que tú lo hagas, porque sé que no lo necesitas, pero él siempre buscó la forma de que me quedara a su lado, supongo que por capricho porque nunca sintió amor por mí —hay algo de amargura en el tono de su voz, lo que hace que me preocupe —. Fue una relación bonita al principio, luego se volvió caótica porque solo pensaba en querer tener sexo, a lo que siempre me negué porque no estaba lista —guardo en silencio cuando suelta el aire que estaba conteniendo —. Al fallecer mi padre, mi mamá tomó la decisión de venir aquí; le tomaba cinco horas llegar al trabajo y no quedamos en condiciones para quedar viviendo en nuestra lujosa casa —se ríe de la último —. Fui a casa de «mi mejor amiga» —entrecomilla —, quería darle la noticia, luego iría a casa de mi novio para informarle también, pero a decir verdad, terminaron de ahorrarme el viaje y también muchos años de infelicidad —se calla un momento, a lo que yo empiezo a temer lo peor.
—Está bien, creo que es...
—Estaban acostándose a mis espaldas. Lo hicieron por mucho tiempo, supongo —interrumpe, de golpe —. Los encontré hablando de mí, de lo mojigata que era y él decía que me amaba, que nunca iba a dejarme y que quería formar una familia conmigo, mientras se metía entre las piernas de ella —es en este momento en el que no sé cómo reaccionar o qué cara poner ante lo dicho —. Con lo que hizo en la escuela demostró que no servía para nada más que ser un patán.
—Al menos lograste salir —emito —. Y aprendiste a amar.
—Solo que él no aprendió a amar a nadie, ni siquiera a ella que terminó dándole un hijo —suelta un resoplido.
—Es increíble que aún estés bien emocionalmente, otra persona ya habría recorrido a atentar contra su vida o Dios sabe qué cosa más —la veo sonreír, negando.
—No suelo darme por vencida tan fácil.
—Me alegra saberlo —afirmo y volvemos a sumergirnos en silencio por enésima vez.
Regresamos a su casa después de terminar con la velada. En el trayecto no permito que nos quedemos pensando en toso lo malo que pasamos hace años, así que me atrevo a contarle anécdotas de la niñez bastante graciosas y otras que combinan la tristeza con la risa. Como no quiere quedarse sin decir nada, también comparte unos que otros momentos que le han servido para mejorar sus ánimos.
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Editado: 12.01.2021