“No querer herir a alguien, es también una manera de herir” –SNBrito.
Cierro la puerta de la casa, colocando la llave sobre la mesilla a un lado de la entrada. Soltando un suspiro comienzo a recordar todas esas veces en que pasa la misma escena que vivo ahora, pasando por la televisión. Es de esos momentos en que uno de los protagonistas –o ambos– pasan por una situación de tristeza, rompimiento o de instante decisivo.
Por mi parte, me siento perdida aún cuando sé los lugares a los que debo ir y lo que debo hacer. Asimilar mi situación médica es todo un martirio, siento que a veces voy a morir de solo pensar en lo que me pasa; es agotador crear escenarios en los que veo a todos llorando por mí e incluso mirar los frascos de pastillas que se encuentran sobre mi gavetero lo único que logra es enfermarme más.
Desde que voy a las citas he perdido peso, bajé cinco quilos en un mes y ahora solo tengo que salir y comprar ropa, aún sabiendo que esas prendas no van a durar lo suficiente en mi armario. Aparte, me ahogo en mí misma, sin contarle nada de esto a mi gente más cercana. He tenido miedo de hablarle a Cristián, a Karen y a Arthur... No quiero preocuparlos, no quiero que estén sobre mí como si no pudiera moverme, no quiero que intenten levantarme el ánimo en los momentos tristes, solo...
—¡Y me solté el cabello me vestí de reina, me puse tacones, me pinté y era bella. Y caminé hacia la puerta y te escuché gritarme, pero tus cadenas ya no pueden pararme! –El grito de Daniel me saca de mis cavilaciones, logrando que un poco de mi tristeza se esfume.
—¿Ya te rompieron el corazón? —Demando, llegando a la puerta del baño. Cuando menos me lo espero, siento que abre y como mi cuerpo está inclinado en ella, termino tambaleándome en mi lugar, aunque mi hermano es más rápido, sosteniendo mis brazos.
Tiene el torso mojado y una toalla cubre parte de su cuerpo, cosa que al parecer, no le impide jalarme hacia el cuarto, mientras me sostiene en posición de baile. Lo miro extrañada.
—¡Ya me enteré! —El grito me aturde un momento —. Que hay alguien nuevo acariciando tu piel, algún idiota al que quieres convencer, que tú y yo somos pasado —canturrea, haciendo que nos movamos en nuestro lugar. Comienzo a reír —. ¿Por qué no cantas? Vamos, hermana, no seas tan amargada —incita, aún dando vueltas conmigo a rastras.
—No quiero...
—¡Ya me enteré! —Vuelve a gritar, haciendo que ría aún más —. Que soy el malo y todo el mundo te cree, que estás mejor desde que ya no me ves más feliz con otro al lado —termino siguiendo su ritmo, esperando que con eso me suelte —. ¿¡A quién piensas que vas a engañar!? Sabes bien que eres mi otra mitad —continúa y aunque me siento algo mareada, dejo que siga bailando conmigo. Es un momento que no quiero desperdiciar.
—¡Olvídate de ese perdedor y repítele que yo soy mejor! ¡Que no le eres fiel con el corazón! —Él sonríe, mirándome —. ¡Que eres mía y solo mía mi amor...! —Exclamamos al unísono, para luego detenernos de una manera triunfal.
—¿Qué se supone que fue eso? Pensé que no estabas en casa —Daniel se ríe, entrando en su habitación, a lo que me recargo en el umbral del lugar.
—Estaba practicando. Samantha y yo iremos a un karaoke esta noche, quiero escoger la canción con mejor ritmo para poder ganarle —señala —. Ahora que canté contigo ya sé cuál queda mejor —afirma, dándome una mirada mientras sonríe.
Daniel se despide de mí cuando me siento a desayunar. La casa se siente totalmente vacía en el momento en que escucho que acelera, de veras planea hacer las cosas bien con Samantha y eso es algo a su favor. Me agrada que se dé una oportunidad.
Mirando mi entorno termino de comer lo que he preparado para alimentarme. Estoy dispuesta a comerlo todo porque realmente ya no aguanto más perder el apetito desde que el sabor de lo que ingiero casi no se queda en mi paladar; pareciera que vivo en una tortura constante desde que me desmayé por primera vez y empiezo a odiarlo con todas mis fuerzas.
Para no aburrirme, llamo a Cristián, aunque en mis intentos no me contesta el teléfono. Luego que me doy por vencida, me encierro en mi habitación, tomando la computadora para ponerla frente a mí.
★
El timbre de la casa resuena, así que detengo lo que hago para poder abrir a quien está llamando. Lo único que más deseo es que no sea Arthur, no quiero verlo y menos contarle el por qué he estado ignorándolo.
No duro al menos cinco segundos abriendo cuando me percato de que tengo todo el cuerpo de mi mejor amiga contra mí. Está tan feliz que no me apresuro a decirle que me estoy asfixiando con la acción, simplemente dejo que se aleje en cuanto lo desee.
—¡Zara, por Dios! —Exclama, mirándome —. ¿Qué pasa contigo? Estás pálida y ¿flaca? —Frunce el ceño, mirándome de arriba hacia abajo —. ¿Cuándo entraste al gimnasio? ¿Por qué no me dijiste que estabas en proceso de pérdida de peso?
Ay Cristián, si tan solo supieras que yo misma estoy matándome.
—Es... Es zumba, mi madre y yo lo hemos estado haciendo desde hace un mes, me parece —miento, sonriendo —. Estuve llamándote —señalo. La veo caminar en dirección al pasillo porque quiere ir a mi habitación, pero no quiero que se dé cuenta de todo.
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Editado: 12.01.2021