Día 11 - Invasión de casas
La puerta trasera estaba abierta. Regresé de unas compras, no me di cuenta al principio, pero mi hija sí. Me miró con curiosidad, su mano señalaba la misma. Estaba totalmente abierta.
El instinto me cubrió por completo, tomé a mi hija en brazos, las llaves del auto seguían en mi bolsillo y corrí hasta salir de mi casa, subí al auto con mi bebé sobre mis piernas, seguros puestos, y encendí el motor. Esperé. Nada. Saqué mi celular y llamé a la policía.
—911, ¿cuál es su emergencia?
Yo agarré aire, nerviosa, no debía sonar como una loca. Y aunque no era algo que debía dejar pasar, sabía que sería una estupidez no cerciorarse.
—Creo que alguien entró a mi casa —dije, con la voz más calmada posible.—Acabo de regresar y la puerta trasera estaba completamente abierta.
— ¿Pudo ver a alguien dentro?
—No —aclaré, mis ojos no dejaban de ver hacia la casa, vigilando ante cualquier movimiento. Al menos no era de noche.— No me quedé lo suficiente para confirmarlo.
Del otro lado escuché las teclas sonar con rapidez.
—Hizo bien en llamar, no sabe la cantidad de veces que se dejan pasar detalles como este —me felicitó.
Mi respiración se había calmado.
—No entre a la casa, una patrulla irá en este momento. Por favor, permanezca en la línea.
Dejé salir el aire entre mis dientes. Aliviada.
La patrulla llegó luego de veinte minutos, los oficiales me saludaron con un ademán y con señas me pidieron que permaneciera en mi auto. Luego de unos minutos que se me hicieron eternos salieron de mi hogar. Miré a mi hija, que se había dormido a los minutos de estar dentro del auto, el aire acondicionado lograba calmarla. Me bajé con lentitud, el oficial se acercó y me dijo que no vieron nada fuera de lo normal y que probablemente se debía a un descuido.
Yo asentí, agradecida por no echarme la culpa, sabía que en su oficio eso pasaba todo el tiempo, al menos me había tocado una persona amable y profesional.
—Si algo así pasa de nuevo, haga lo mismo que hoy —me dijo, antes de subir a su patrulla.— Nunca se sabe lo que podrá pasar.
Los despedí con mi mano y entré a mi casa, cerrando las puertas con seguro. Cuando mi marido regresara tendríamos una charla importante, llevaba tiempo queriendo instalar un sistema de seguridad, pero él siempre lo posponía, ahora no podría negarse.
Para las ocho de la noche, la cena estaba lista, mi hija descansaba junto a la sala, jugando con sus cubos de colores. Subí a la habitación para ponerme la pijama, esa noche veríamos películas. Recogí mi cabello en un moño alto y calcé mis pantuflas.
Bajé las escaleras mientras tarareaba una canción infantil, y me detuve en seco.
La puerta trasera estaba abierta de nuevo.
Me congelé en el piso, no sabía que hacer, tardé menos de cinco minutos en cambiarme, y estaba segura de que cerré con candado. Di un paso y me asomé a la cocina, nadie. Tomé mi celular de la barra, las llaves seguían donde mismo. Tendría que ser rápida, correr a la puerta, abrirla y salir de ahí lo antes posible. Miré detrás de mi espalda y caminé de puntitas hasta entrar a la sala.
Mi bebé ya no estaba.
Grité con todas mis fuerzas, mis piernas cedieron ante el horror y caí de rodillas. Saqué el celular de mi bolsillo y llamé de inmediato a la policía.
La puerta trasera se cerró de golpe. Escuché la risa de mi hija acercándose mientras los pasos me alertaban de la maliciosa compañía que me acechaba.
—911, ¿cuál es su emergencia?
Miré hacia arriba y vi al hombre enmascarado que cargaba al ser que más amaba en el mundo y solté el celular. No había forzado la cerradura, siempre estuvo dentro de la casa.
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Editado: 22.06.2023