¿y Si Fuera Ella?

Capítulo 2

Y ahí termina mi primera historia de amor, mi primera y larga historia de amor. Ese domingo mientras me duchaba, mientras cenaba, mientras terminaba mis deberes y mientras no conseguía dormir, pensaba que nunca más seria capaz de amar a nadie con tanta intensidad, que en mis estomago no nacerían más mariposas (prefiero ese término, porque solo de pensar que en mi estómago podrían vivir millones de gusanos, muero de asco) que nadie en el mundo mundial podría amar como yo amaba a mi vecina de enfrente. En realidad, tardé en volverme a enamorar mucho menos de lo que pensaba, pero eso es otra historia. 

 

El segundo dicho, "un día, de repente, te das cuenta de que no tener a ciertas personas en tu vida, no es tan grave sino saludable" lo aprendí poco después, cuando no un domingo sino un viernes mi padre se marchó de casa. Lo único que recuerdo de ese día, aparte de que mi padre salió por la puerta para no volver más, es a mi madre sentada en la mesa de la cocina durante horas, que a mi, volvieron a parecerme eternas e infinitas. Yo para no molestarla, o quizás por el miedo y la vergüenza de no saber que decirle, me volví a meter en mi habitación y no salí de allí ni para comer. Don Eusebio nos había contado en clase, que alimentarse era una función vital del ser humano, y que de esos alimentos obteníamos la materia y la energía para poder vivir. Con materia no sé muy bien a lo que se refería, ya que a pesar de que siempre atendía mucho en clase, ya no consigo recordar todas las lecciones que Don Eusebio nos explicaba. Pero lo que sí que tenía claro, era que energía no debía de quedarme ni gota en el cuerpo, ya que me pasaba el día entero durmiendo y la noche ya cansado de tanto dormir me la pasaba leyendo libros. Pero a mí no me importaba, yo quería solidarizarme con mi madre en la distancia y no comer. ¿Qué cómo sabía que mi madre no comía? Porque la señora Saiz siempre estaba diciéndolo. La podía escuchar desde mi habitación lamentarse siempre de lo mismo, le decía a mi madre que necesitaba comer, que se estaba quedando en los huesos y que necesitaba energía para salir adelante. También la oía decir de vez en cuando que tenía que pensar también en mí y que no solo estaba ella. A mí me daban ganas de decirle que no tenía que preocuparse de mí, que ya tenía ella demasiadas preocupaciones teniendo que trabajar ella sola por dos, ahora que papa no estaba. Pero como era un niño con principios decidí ser fiel a mi decisión de quedarme encerrado en mi cuarto y no molestar. El lunes cuando Salí para ir a clase no vi a mi madre por ningún sitio,  pero la señora Sáez estaba en la cocina como los tres últimos días desde que papa no estaba. En ese momento se encontraba fregando lo que parecían los platos de una cena que nadie se había comido. Yo sí que me había comido mi cena, la que la señora Sáez me había subido a mi habitación. Mis tripas no eran tan fieles como yo en sus principios y se habían revelado, necesitaban comida urgentemente y se la tuve que dar. Pero aun así, me deje el pan sin tocar por remordimiento.

 

Una vez en clase todo siguió como siempre. Yo seguí sin entender la mitad de lo que don Eusebio nos explicaba, como siempre. Seguí llegando el penúltimo a la meta, en clase de educación física, como siempre. Me senté con Fabe, mi mejor amigo, en cafetería, como siempre. Quiero decir, que mi mundo, aunque pequeñito e insignificante, siguió su curso, sin alterarse lo más mínimo a pesar de que el amor de mi vida no estaba y a pesar de que mi padre, el hombre que había jurado estar a mi lado siempre, se había marchado.



#12118 en Thriller
#6824 en Misterio
#43502 en Novela romántica

En el texto hay: juvenil, primer amor, misterio

Editado: 28.07.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.