A todo lo que daban sus piernas ella corría. No iba a permitir que la atrapara, todo terminaría si aquel ávido guerrero lograba atraparle.
Sin embargo, no importaba qué tan rápido ella corriese, él era el señor de la guerra, entrenado en todas las artes de la muerte, sabía que solo se estaba divirtiendo con su presa y los escasos metros que ella le llevaba de ventaja era porque así él lo quería.
La tierra estaba un poco mojada del aguacero que había caído en la noche, por lo que también estaba lisa, en el siguiente paso que Venus dio, tropezó con bastante torpeza hasta casi caer de bruces. Una fuerte mano se apoderó de aquel pálido brazo que se alzaba buscando equilibrar su delicado cuerpo.
Entonces Ares la rodeó con su cuerpo llevándose el mayor impacto él, con tal de proteger el de su amada. Mientras tanto se revolvía medio adolorido en el suelo, Venus moría de la risa.
—Sos una bestia bruta —chillo entre carcajadas, Venus.
— Vos, entonces, sos una potrilla salvaje —declaró Ares quitándosela de encima y echándola al suelo con poca delicadeza.
—Mejor hubiera sido que dejaras que cayera desde un inicio —le reclamó, pesé a ello ninguno de los dos podía dejar de reír.
—Al menos ya no estás enojada conmigo —y eso fue lo peor que pudo haber dicho pues la llama del enfado volvió a prenderse muy adentro en el corazón de ella, como una brasa capaz de iniciar un voraz incendio.
—Enio, proclama ser tu compañera.
—La antigua diosa de la guerra, no proclama nada. Son más bien nuestros compañeros de armas quienes lo asumen.
—Pero, tú no lo niegas.
—Al dar estas explicaciones, lo niego. Enio solamente es mi auriga.
Con la molestia creciendo en su pecho ante el tono de Ares, Venus se reincorporó sentada y esté tuvo que imitarla sentándose a su lado, ambos viendo, sin prestarle atención, el bosque que se desplegaba salvaje—: Eris me dijo que ustedes han estado muy cerca, en esta última batalla.
—Y le creerás más a mi hermana, a la diosa de la discordia, que a mí —su temperamento explosivo y poca paciencia no ayudaban a aminorar el furor que se desplegaba envenenandolos a ambos.
—La boda de Peleo y Tetis, es hoy, ¿vendrás? —Le cambió de tema, pese a estar enojada, prefirió creerle a él.
—No quiero ir. Sabes que soy impopular entre los Olímpicos.
— "El odioso Ares" han comenzado a llamarte —recordó sonriendo, un deje dolido tiñendo su voz.
— ¿Qué es lo que te entristece? —Inquirio siendo consciente del sobrecogimiento que tuvo su amada. Se coló tan cerca de ella, que Venus terminó por mejor sentarse en el hueco de las piernas de Ares y recostar la espalda en su pecho—. Si es tu deseo tenerme en la fiesta, por ti, iré.
—No es mi deseo obligarte, pero Zeus me ha ordenado ir y ahí estará Vulcano...
Entonces las piezas se enbonaron dentro de su cabeza—: Despreciable herrero, cojo.
—Hace unos días me interceptó de camino al Olimpo, afortunadamente Hermes intervino.
—Vulcano es un viejo despreciable —gruñó aferrándose con más fuerza a ella, como si eso pudiera protegerla de una amenaza ajena—. Mantén la distancia con él.
—Es por eso que me gustaría tenerte conmigo en la boda.
—Ahí estaré —resolvió sin ninguna duda.
Entonces Venus se volvió a Ares uniendo sus labios con los suyos en un tierno beso, las manos de él se enrollaron en su cintura con la intención de darle la vuelta hacía él, pero está en un impulso consumida por la euforia se levantó en el amago de salir corriendo.
Con toda la agilidad de un fiero combatiente, el dios de la guerra, fue mucho más rápido puesto que enrollo en la muñeca de ella su mano hasta tirar con fuerza y dejarla de nuevo sobre él, soltando sonoras carcajadas.
Risotadas que el dios se encargó de acallar en un ávido beso, en esta ocasión fue más fuerte y sorpresivo su toque. Envolvió sus manos en su reducida cintura y la hizo girar. Venus tuvo que abrir sus piernas para hacerle un hueco en medio de ellas a Ares.
Al abrir los ojos se encontró con su cercanía. Su nariz rozando la suya con suavidad y su aliento mezclándose con la tibieza del suyo. Sus labios se unieron a los de él en un beso suave y profundo. La lengua de Venus encontró la suya en el camino y le puso las manos sobre la mandíbula áspera por la tupida barba pegada a la piel.
El contacto le supo a él a seguridad, pura tranquilidad en su tacto. Alivio y a algo demasiado fuerte, cálido; sabía que estaba perdido por ella. El dios de la guerra, se había enamorado de Venus, diosa del amor, pues aunque ambos opuestos casaban a la perfección.
Ares envolvió sus brazos alrededor de ella con una suavidad, que resultaba ridícula en un sanguinario guerrero, para atraerla cerca. La familiaridad de su contacto hizo que ella prontamente envolviera sus dedos en las lacias hebras largas de su cabellos tan negro como la noche más oscura.
Cuando se apartaron unió la frente a la suya, acariciándole la mejilla con los nudillos—: La dorada Venus —murmuró y a ella no le pasó desapercibida la sonrisa en su voz. Aquel sonido característico de él que emitía cuando se obligaba a reprimir una sonrisa.
Su mirada azul se oscureció varios tonos hasta verse como una borrascosa tormenta. Su gesto se tornó serio, de pronto y un escalofrío la recorrió entera cuando, de manera posesiva, la atrajo más hacía él y en un movimiento que no vio venir, la volcó al suelo con una ternura poco cuidadosa, presa del deseo.
Venus sintió como su corazón le dio un tropiezo—: Bestia bruta —masculló y él soltó una risita tan absurda que se le antojo dulce por lo que no pudo evitar reír con él.
—Me gustas tanto —susurró y puso su frente en la sien para acariciarle la mejilla con la punta de su nariz. Se apartó un poco de ella para verla a los ojos ambarinos que se veían como miel, deseo fue lo que vio en ellos.
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Editado: 01.05.2022