Yo no tengo novio

CAPÍTULO 6

Que ilógica que es la vida. Nos pasamos memorizando los primeros años de nuestras vidas que la familia es una y que nadie debe reemplazar la posición que esta tiene en nuestros corazones. Nos explican día tras día que debemos amar a nuestros hermanos o hermanas porque son nuestra propia sangre o a nuestros padres porque nos dieron la vida pero, ¿qué sucede cuando nuestra familia no se ha ganado ese derecho de ser amados? Yo jamás amaría a mi madre, supongo que está mal decir esto, pero ¿cómo amar a una mujer que se fue sin importarle mi bienestar?

Me dijeron que nadie podría reemplazar ese huequito de mi corazón porque le pertenecía a ella, pero lo hice. Mi padre jamás se volvió a casar o siquiera enamorar, mis hermanos solo eran dos y sí, amaba a mi corta y destruida familia, pero había alguien más que no tenía mi sangre ni me obligaba a tratarla con respeto o que la amara porque así lo dicta la vida. Ella había llegado desde que yo era muy pequeña y se ganó mi amor, un amor incondicional que logró sustituir el espacio que quedó en mi corazón. No era mi madre, tampoco mi hermana, pero si era mi mejor amiga y mi amor hacia ella era incondicional.

Por esta razón me partía el alma verla destruida. El simple hecho de saber que han lastimado a uno de los tuyos es suficiente para calarte hasta lo más profundo de tu alma, lo peor es cuando no puedes consolar a esa persona. Rebuscas y rebuscas ideas para quitar el dolor que está sintiendo y deseas con todo tu ser que ese dolor sea para ti y no para ella o él. Así me sentía yo.

Me encontraba sentada frente a la pequeña ventana de su habitación. Podía mirar las espesas gotas de lluvia que caían y se acumulaban entre las orillas de la pared, también escuchar cuando estas caían sobre el techo, formando un ruido muy relajador para algunos, pero demasiado sofocante para mí. Me reacomode incómoda en el asiento intentando omitir el ruido. La razón por la que estaba incómoda era muy simple, yo era de ese uno por ciento de personas que odian la lluvia.

No diré que la odio en un cien por cierto, pues sería una mentira total, en realidad pensaba que el sonido de la lluvia cayendo por el pavimento y mojando tu rostro o tu ropa, era el sonido perfecto para omitir la basura que los jóvenes escuchábamos en pleno siglo veintiuno y cuando digo basura, no me refiero a la música tan vulgar que suelen escuchar algunos, sino a los comentarios negativos que las personas con mayor edad dicen sobre la supuesta corrupción con la que manejamos nuestras vidas sin siquiera entender que ellos también fueron jóvenes, cometieron errores y aprendieron de estos. Por otro lado, la odiaba por los malos recuerdos o, mejor dicho, la mala suerte que esta me daba cada vez que caía.

No importaba cuantas veces las nubes cargadas de agua se asentaran en la ciudad, siempre era lo mismo. Bastaba con ver las nubes grises o sentir las gotas frías cuando comenzaban a caer para saber que algo malo sucedería conmigo o con las personas a mí alrededor. Era algo así como ¿dónde quedó el amor? donde la protagonista sufría cada vez que se encontraba con el número cinco. Todo comenzó el día que mi madre nos dejó, pues ese mismo día la lluvia caía con intensidad por las calles y aunque siga viva en alguna parte del mundo, con Dios sabrá cuánta cantidad de hombres, ella ese mismo día murió. Entonces la mala suerte de la lluvia no solo hizo que mi madre muriera, sino, también le rompió el corazón a mi padre y me ocasionó una debilidad moral.

Podría llamarse exageración o casualidad por mi parte, y estoy segura de que en esos tiempos ni siquiera ocupaba un lugar entre mis pensamientos, hasta que después de muchas tardes o noches de lluvia y accidentes sin explicación alguna, analicé que este fenómeno acompañaba a todas mis desgracias: huesos rotos, exámenes perdidos, robos, pérdidas de vuelos, entre otras cosas. Por esta razón, no se me hacía totalmente extraño estar en la casa de mi mejor amiga mientras ella lloraba a un lado de mí como una niña pequeña a la cual le acababan de reprender. Esta era la mala suerte de este clima.

— ¿Quieres contarme qué fue lo que sucedió? — dije mientras observaba la transformación de su larga melena oscura en el nido perfecto para aves sin hogar.

Mis palabras hicieron que se quedara callada logrando que por primera vez dejara de llorar un par de segundos y me observara con sus ojos rojos por las lágrimas y sus mejillas llenas de helado de chocolate. Algo que en realidad fue una falsa alarma pues en realidad lo único que ocasioné fue que volviera a llorar con más desesperación. Ella tomaba el borde de mi camisa como pañuelo mientras balbuceaba algo que no entendía.

Llevaba alrededor de cuatro días viviendo en su habitación, intentando saber la razón de su estado, abrazándola cuando no podía dormir, escuchando cómo lloraba a media noche y ayudándole a conseguir más helado. El helado era primordial en este momento. En cambio, ella lloraba todo el día como si de alguna manera eso sirviera para expulsar la tristeza o la rabia que sentía, sin saber siquiera que en realidad lo único que hacía era acabar con sus energías, ya que al final se quedaba totalmente dormida y yo sin respuestas.



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En el texto hay: humor, miedo, amor

Editado: 25.11.2018

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