Yo te quiero.

42. Final.

Narrador omnisciente.

Tres años después.

Sofía subía las escaleras con la caja en su mano, el sudor bajaba por su frente y aún le faltaban unas cuentas cajas. Se quejó cuando de nuevo la puerta se cerró debido al viento que entraba por una de las ventanas de al fondo. Al abrirla la puso con las demás cajas. Estaba cansada, pero al ver el espacio sonrió; era un nuevo inicio.

Estaba a unos meses a terminar la especialidad, y aunque las pasantías eran su parte menos favorita por el momento debido a su jefe, estaba resistiendo en muchos sentidos. Su proyecto de vida estaba continuando el rumbo que ella quería. El apartamento que había alquilado junto a su novio era gigante y precioso, contenía varios cuartos y dos baños. Quería empezar a realizar la decoración porque en su imaginación todo se veía precioso.

—¡Donde no llegue en este preciso momento lo voy a matar! —gruño a la nada.

Su novio acababa de llegar y cuando vio las cajas de la mudanza, apretó los labios. Sofía debía estar molesta. Y vaya que no se equivocaba.

—¿Seguro qué vas a tener novia, francés? —le preguntó su amigo, en tono de burla.  

Jorge le sacó el dedo del medio a su amigo y subieron tomando unas cajas, las cuales revisaron el nombre para saber que no estaban tomando las cajas de nadie extraño. Al subir y encontrarse con Sofía en el pasillo, le dieron ganas de regresar al auto y esperar. Lo vio con ganas de matarlo.

—¿Espero qué tengas una buena excusa? —se cruzó de brazo—. Te escuchó, Jorge.

—Amor… Gerónimo, te va a explicar —señaló a su amigo, quien quedó descolado bajo la mirada de Sofía.

—No, no, a mí no me mires.

Un rato después organizando todo en el lugar. Sofía tomó una de las cajas que había guardado de su novio y temblandole la mano, se acercó a Jorge.

—Amor —lo llamó y él se giró con el cuadro que él había pintado en sus manos—, tengo algo que decirte.

—¿Qué pasa, Sofí? —dejó el cuadro a un lado y se acercó para acunar su cara.

—Estoy embarazada —soltó de golpe.

Su novio enmudeció sin creérselo y sin saber que decirle. Cuando entendió lo que acababa de salir de los labios de Sofía, la abrazó y atrajo sus labios a los suyos.

—Es el día más feliz de mi vida…


 

 

—Que exagerado, de seguro el mejor día de su vida es cuando ese bebé nazca —dijo Mateo, cerrando el libro y dejándolo a un lado. Sofía se quejó ante eso—¿Quieres seguir leyendo esa cursilería?

—¡Esta muy bonito! Están viviendo juntos y ahora van a tener un bebé —defendió.

—Tienen veinticinco años y ya tienen todo pensado. Pero luego dicen que yo soy el aburrido.

—Tu eres aburrido, no me lo niegues.

—Entonces sé la Sofía de algún Jorge —se separó de ella, sentándose en la cama, ofendido—. Quizás tenga que buscar en mi estantería una historia con alguien llamado Mateo para ver cual es mi tipo.

—Ninguna es tu tipo —se burló ella, tratando de rodearlo con sus brazos, pero él fue más rápido y se alejó—. Ven acá, novio.

—No —se levantó de la cama y abrió la puerta para ir a la cocina.

Sofía corrió detrás de él. Al alcanzarlo en la cocina, lo rodeó desde la espalda; él estaba tomando un vaso de agua.

—¿Sabes? Solo te faltó tener el nombre de Jorge y parece nuestra historia —Escupió el agua y empezó a toser sonoramente—¡Mateo!

—¡Sofía! —dijo entre toses—¿Quieres matarme?

—¡Eres un idiota! —se quejó—. Estamos viviendo juntos como ellos dos.

—Si, pero nosotros no estamos viviendo en una mansión y no vamos a tener un bebé.

—Pero tampoco en un chiquero. Y lo del bebé… —al ver que abría los ojos alarmado, empezó a reírse. 

Ambos habían decidido dar el paso de irse a vivir juntos y llevaban tres meses en ello. No era fácil y menos que era todo muy reciente. Mateo era de tener su espacio y Sofía de invadirlo, pero ambos descubrieron cómo darse su espacio y compartirlo juntos.

Sofía era desordenada, lo que hacía a Mateo el más cuidadoso en la casa. Con temas de la cocina, Mateo le había estado enseñando muchas cosas para que ambos se encargaran de ello.

—¡Otra vez lo hiciste! —se separó Sofía al ver los calsetines de Mateo colgadas encima de la lavadora—. Ya te he dicho que no me gusta que las dejes ahí.

—Sofía, quiero que se sequen para mañana.

—Pero no las dejes ahí, me molesta.

No replicó ante eso cuando vio los tarros de la sal y el chocolate abierto.

—Yo ya te he dicho que no me gusta que no lo tapes —ahora fue el momento de quejarse.

Ambos tenían costumbres distintas y cosas como esas día a día las tenían.

Mateo se giró cuando vio que ninguno quería retractarse con lo que al otro no le gustaba y le regaló una sonrisa, que hizo que ella se calmara. A él jamás le gustaron las discusiones, ni siquiera las más sencillas. Le parecían una pérdida de tiempo. Pero las que tenía con ella no. Le parecía interesante conocerla todos los días.

—No me sonrías así —señaló con su dedo—¿Tienes qué hacer algo más tarde?

—Tengo que ver las fotos para editar. La familia resultó muy fastidiosa con respecto a cómo quieren que quede la foto. Pero bueno no es que me pueda quejar —hizo mala cara.

Mateo estaba a nada de graduarse, pero hacía un par de meses había dejado de trabajar en los lugares en los que solía hacerlo. Pudo conseguir un trabajo como fotógrafo. El dueño del negocio era un señor de edad que no tenía mucha idea de fotos, y al ver el talento de Mateo le ofreció el trabajo. No era mucho lo que le pagaban, sin embargo, era lo suficiente para pagar el alquiler de ese pequeño apartamento.

A él le gusta. Había hecho fotos tan preciosas y diferentes, que muchos creían que podría estar trabajando como aprendiz en las grandes industrias del entretenimiento, pero Mateo odiaba todo lo rodeado con ese mundo. Por ese motivo rechazaba la ayuda de su hermano Pablo, que tenía contactos con excelentes fotógrafos.



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En el texto hay: secretos, vecinos, chico nerd y chica popular

Editado: 24.12.2021

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