Yo te quiero.

Epílogo.

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Ocho años después.

Mateo.

Abro la puerta dejando pasar a Sofía primero. El olor a comida es lo primero que percibe mi olfato. Las mesas del reconocido restaurante están llenas, lo que implica que vamos a tener que buscar algunas en el segundo piso.

—Te dije que la viéramos más tarde —siseo—. No puedes subir escaleras. Es más. Ni siquiera podías viajar —me molesto.

Me mira sobre el hombro y sube los hombros, empezando a caminar hasta el inicio de las escaleras para el segundo piso.

—Señor, si gusta puedo acomodarle una mesa acá —ofrece uno de los meseros, suspiro aliviado asintiendo.

—¡No soy ninguna discapacitada! —grita, enojada.

—Perdón, señora, pensé que sería lo mejor por su estado… —agacha la cabeza, avergonzado. Algunos comensales enfocan su atención en esta conversación.

—¡Sólo estoy embarazada! —lloriquea.

Doy unos pasos rodeándola con mis manos a través de los hombros y atrayendo su cabeza a mi hombro. Me disculpo con el mesero que no tiene culpa de los cambios de humor tan bruscos de Sofía. Pido la mesa acá en el primer piso aún con las quejas de ellas y nos sentamos a un lado de un ventanal grande.

Al sentarnos Sofía intenta ver por donde los empleados salen y entran con bandejas.

En este restaurante trabaja Aina como asistente de cocina. Gracias a las excelentes recomendaciones de los maestros para la menor de las Jones, pudo conseguir trabajos muy buenos. Sin embargo, hace unos meses le llegó la oportunidad de ser la asistente de cocina en este restaurante. El cual es muy conocido acá en la ciudad de Nueva York cerca del Central Park. Así mismo es la ciudad en la que ha estado viviendo.

—Revisa el menú. Ahora preguntamos por ella —le digo. Hace una mueca, pero lo revisa.

Al ordenar la comida. Reparo a ricitos con la intención de asegurarme si se siente bien.

Sofía tiene ocho meses de embarazo, y está a solo unas semanas de nacer nuestro hijo. Sin embargo, la muy terca le pareció buena idea venir a ver a Aina, que yo asistiera al concierto al que me invitó Pablo, además de que Austin abre una nueva sección deportiva en la canal de radio en la que trabaja. Como no había quien la persuadiera de venir, me tocó aceptar y acompañarla.

Llegamos está mañana y no parece para nada cansada a comparación de mí, que estoy que me muero del cansancio. Ya me hizo llevarla a muchos lugares para que le recordará como fue vivir en está sucia ciudad. Y es como si no entendiera que estás semanas es donde su cuerpo se hincha y puede pasar cualquier cosa. Su obstetra no está, ni nadie que siga su línea médica.

—¿Ya pensaste en un nombre? —indaga. Niego, nervioso. Esto de escoger nombres es más estresante de lo que me imagine. No quiero que mi bebé me odie porque su padre no supo elegir un buen nombre—¡Lo necesito antes de que nazca! —sube la voz y me señala.

Cuando me enteré del embarazo, no me sorprendí, ni tampoco me sentí ansioso o nervioso. Porque en está parte de nuestras vidas tenemos mucha estabilidad. El apartamento donde vivimos es cómodo y grande —o por lo menos lo es para los tres—, ambos trabajamos en buenos lugares y ganamos lo suficiente para tener una vida cómoda. Lo que sí me dio nervios fue luego de dos meses y ver el crecimiento repentino del estómago de Sofía, me hizo replantearme qué clase de padre sería.

Tengo todavía esa sensación de malestar en mi cuerpo.

Aunque ya mis heridas se curaron, hay cosas que a las que le sigo temiendo, y quizás por eso, no había desde antes tenido un hijo, aun cuando Sofía lo ha querido desde hace tres años atrás —aunque se debe a que ser tía le encanta—. Es porque jamás me podría permitir cometer los mismos errores que los que hicieron parte de mi creación. Y es a eso que le temo.

Ahora puedo decirme a mí mismo que no seré como ellos, pero considero que la vida es un karma y no sé hasta qué punto me pueda volver de esa forma.

No quiero ser la persona que llega borracho a la casa después del trabajo.

No quiero ser el hombre al que mi hijo le tema.

No quiero ser el hombre al que Sofía no vea como el mismo.

No quiero decepcionarme a mí mismo.

Aprendí muchas cosas y maduré en muchos aspectos, pero considero que eso no hace que mis inseguridades se marchen.

Cuando Ricitos tenía cinco meses quise huir, y no sé de qué manera, pero quería despertar y que Sofía me dijera que ese bebé no existía. Ahora que lo pienso, si se lo hubiera dicho sería un gran hijo de puta. Con el pasar de los días me aconsejaron que mis miedos eran normales y lo hablé con ella. Así mismo hicimos una promesa.

 

—Serás un buen padre, Mateo —acunó mi cara, dándome un casto beso—. Por favor, no te compares con Alfredo. Eres una persona hermosa y nuestro bebé lo sabe —tomó mi mano y la puso en el vientre, el cual empezó a hacer movimientos para nada suaves, haciendo que ella se quejará—¿Ves? Nuestro bebé te ama.

—Hagamos una promesa —me miró expectante—. Nunca permitamos que el otro le haga daño a nuestro hijo. No cometamos los errores de nuestros padres.

—Lo prometo. Salvaremos a nuestro hijo, sin importar que sea hasta de nosotros mismos.



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En el texto hay: secretos, vecinos, chico nerd y chica popular

Editado: 24.12.2021

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