ULTIMAS HORAS DESCUENTO MAR PROFUNDO
Narel se dio la vuelta sin decir nada y caminó hasta la camioneta cubierta de barro, con el cabello convertido en una horrible maraña y sin un zapato. Él se apresuró a ir tras ella y al subirse solo musitó un mecánico: vámonos Williamson.
Pero cuando encendió el motor y echó andar Narel llevó las manos a su cara y se echó a llorar de manera desgarradora. Williamson, aun siendo un hombre templado, se encontró con la garganta anudada al ver tan rota a su Pequeña Patrona. No sabía qué hacer más que darle el espacio para que desahogara su pena.
Y después de llorar un buen rato Narel Ferguson cerró los ojos y apoyó su cabeza en el respaldo del asiento quedándose muy quieta.
Williamson acercó su mano a su mejilla para asegurarse que no se había desmayado. Solo estaba extremadamente agotada aunque su respiración seguía errática y el llanto amenazaba con repetirse. El capataz se sintió terriblemente culpable por darle un consejo que la había arrojado a los puños de su hermana.
Pero ¿cómo iba a imaginarlo? Sí, la patrona Eerin era a menudo comparada con un río por la fuerza de su carácter y su determinación. Sin embargo jamás, en todo el tiempo que llevaba conociéndola, la había visto levantar un dedo contra su hermana menor.
Pero de algo estaba seguro como de que el sol brillaba en el cielo mismo. No permitiría que Eerin Ferguson, ahora señora Wallace, volviera a ponerle un dedo encima a su hermosa Rosa.
Para sellar la promesa que se hizo a sí mismo, Williamson tomó la mano de Narel y se la llevó a su corazón.
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