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¿Cómo no sucumbir ante esos hermosos ojos azules a través de los cuales puedo ver el cielo?
Esa alma pervertida, pero a la vez tan pura, escondida detrás de esa virginidad que me arrastra al pecado y al cual intento resistirme con todas mis fuerzas.
Temo no poder cumplir al empeño de mi palabra cuando dije a mi amigo que no la tocaría, pero cada poro de mi cuerpo grita por ella. Es tan fuerte ese deseo, que siento cómo mi resistencia ante la tentación se evapora cada día, cual si fuera agua al fuego. Ese mismo fuego por el cual siento mi cuerpo arder y sé que cuando menos lo espere habré sucumbido.
Todo de ella me incita a profanar ese templo puro y hermoso que es su cuerpo. Su mirada, sus provocaciones me piden que la haga mía, que la posea hasta el cansancio y que la ame cada minuto de nuestras vidas.
Le pedí alejarse. Casi le rogué hacerlo. Y aunque no tenía la seguridad, confíe en su sensatez. No debía acercarse a mí. Esta sed de deseo solo hará que viva una pasión que puede llegar a romperla, como la frágil y no tan inocente muñeca de porcelana que es.
Este deseo crece aquí, en mi pecho. Se intensifica con cada segundo que pasa. Me seduce hasta su aliento, todo en esta nena perversamente inocente juega conmigo. Se ha propuesto llevar mi resistencia al límite sin saber que lo que se propone puede ser un juego peligroso.
¿Peligroso por qué?
Porque este lobo está hambriento... y esta vez no se quedará con hambre.
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