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No entré a la oficina para esto, no vine para acostarme con una mujer.
Me lo repito una y otra vez, pero lo único que deseo es follármela encima de la mesa, hacerle lo mismo que le hice a Verónica en el callejón.
—Parece que el hombre está excitado. —Dice con voz cantarina. —deberíamos desfrutar un poco…
—No. —me harta y doy un paso atrás, alejándome por completo de ella. —te he dicho lo que he venido y no es por esto, quiero saber cuáles son las reglas para poder entrar.
—¿Crees que puedes venir aquí a exigirme que te diga cómo entrar a la habitación? —Inquiere, y se acerca con paso seguro. Es muy similar a Verónica, pero a la vez tan diferente, de una forma incómoda.
No sé por qué ahora todos los parámetros son para Verónica. A lo mejor porque es la única mujer con la que he follado. Las horas van pasando los minutos, se pierden y lo único que necesito es encontrar a Verónica.
—Eres la puta dueña del lugar. — Le digo levantando el índice y apuntándole con él. En el pecho. —¿Te vas a hacer la tonta? ¿Ahora vas a hacer como que esto no tiene nada que ver contigo y eres una simple empleada a la cual tengo que complacer?
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