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Historia en descuento
Fragmento
Ariana seguía cada detalle de cada flor, los colores, la forma del inmenso jardín que parecía no tener fin. Pero el verde resplandecía y las hojas daban un encanto mágico junto a los colores de esas flores regordetas llenas de pétalos, se podía notar que eran cuidadas con esmero, con amor y eso solo envolvía su corazón con nostalgia, porque siempre deseó un lugar así aunque fuera en un pequeño espacio de su propia casa.
—Sé que el jardín es interesante, pero hay habitación por recorrer. —interrumpió Bastian mientras ella tocaba un par de rosas blancas.
—No puedo aceptarla. —expresó Ariana dejando de lado su asombro y volviendo a la realidad. Realmente no podía, era demasiado para ella.
—Las negativas no son una opción para mí. —dijo sin exaltarse por su declaración, lo esperaba.
—¿Por qué? —cuestionó mirándolo directamente. El blanco de su camisón solo resaltaba entre todo.
—Es un regalo.
—¿Regalo? Un regalo son estas flores… que me dieras flores sería un regalo. —señaló a su alrededor.
—Lo son, es tu regalo, pero lamentablemente no puedo dártelas si no te doy la casa también. —comentó con media sonrisa en sus labios.
—No cambiarás de parecer…
—Soy abogado…
—Y terco. —afirmó ella.
—Obstinado, tenaz, decidido, imparable… —dijo acercándose hasta ella. —E insuperable. —pronunció a solo un paso de Ariana sin dejar de verla a los ojos.
—Es impensable aceptar de regalo un lugar así… de alguien que… de alguien con el que estaré solo seis meses. —pronuncio girando la mirada.
Esas últimas palabras encendieron en Bastian una sensación de hastío difícil de controlar. Tomó con fuerza el cuerpo de Ariana por los brazos atrayéndola para que lo viera a los ojos. Lo observó temerosa, confundida, sin poder entender el repentino fuego en esos ojos azules.
—No te has dado cuenta. — habló mirándola con posesividad. Ariana arrugó el entrecejo, más confundida, y negó levemente por inercia. —Que eres la mujer de Arman Bastian… mi mujer, y aunque se habrá la tierra que estamos pisando, eso jamás cambiara. Y esta casa es tuya, y cada maldito rincón se impregnará de tu voz, de tus g3mid0s, hasta que te consumas entre mis brazos.
—Bastian… —pronunció levemente pasando hondo sin mover un solo músculo.
—Es una maldita promesa, Ari… y la cumpliré
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