¡LA JAULA sigue en descuentazo!

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S I N O P S I S

Una solitaria mujer casada, encuentra refugio en los brazos de alguien más: Un guapo joven cuya deliciosa seducción le mostrará las mieles de la libertad que nunca antes deseó.

E X T R A C T O

—No me digas que te da pena que te vea conviviendo con tus groupies; veo que no te hicieron falta las clases de francés —exclamo.

Mi corazón late aprisa y tengo… Sí, tengo ganas de llorar, pero no sé por qué. Tal vez porque hace tiempo que no siento ganas de ir a casa y la idea de ver a Brodie me produce sentimientos encontrados. Tal vez porque me duele darme cuenta de que me apetece más seguir en este extraño estado de nerviosismo y exc tación que produce el tener una relación con un chico de diecinueve años al que no conozco. Tal vez porque realmente me gusta la manera en la que me mira, con un atisbo de curiosidad, y otro de miedo.

—No, sólo que… No has dicho nada respecto a mi actuación y creo que la odiaste —responde y yo miro hacia adelante de nuevo, negando con la cabeza.

—Fue mucho mejor de lo que esperaba —admito, señalándole la guantera porque necesito un cigarrillo. Bo hace lo que le pido y pronto enciende un cigarrillo que me entrega—… Hace más de diez años que estuve en una situación similar y no sonaban ni la mitad de bien que ustedes.

—Tienes ¿Qué? ¿Treinta? —dice Bo.

—Sí, ¿Por qué?

—¿Por qué tienes vida de abuelita si apenas tienes treinta? Deberías estar yendo a fiestas como esta todo el tiempo, en lugar de estar encerrada en tu casa, sola y amargada —brama y cuando lo miro, sé que de verdad le parece lo más raro del mundo que a mi edad tenga una vida tan seria—. ¿Nunca sales con tu marido?

—Sí, pero a él no le gustan estas cosas, él es mayor que yo… —respondo, comenzando a irritarme y a ponerme nerviosa.

—¿Y a ti qué te gusta, Michelle? ¿Complacerlo nada más?

Volteo a verlo defensiva pero no tengo nada que decir, mi lengua parece entumida de repente. No obstante, la tensión que siento respecto a Bo queda en segundo plano cuando un pitido de la camioneta me avisa que algo está mal, y miro el tablero para descubrir que estoy a punto de quedarme sin gasolina.

—No, no, no, no… —musito desesperada, acelerando más pero es inútil: Creo que estuve ignorando esa pequeña luz parpadeante por días.

La camioneta se detiene en medio del bosque, me quedo paralizada mientras observo la luz roja parpadeando, con las manos todavía fuertemente asidas al volante. Bo me llama por mi nombre en repetidas ocasiones pero no puedo reaccionar, pues mi mente se ha llenado de la expresión severa de Brodie, de su voz llamándome est pida e ingenua, de lo enternecido que lucía al decirme con otras palabras que me estaba dando permiso de tener amistad con Bo, pero que debía ser menos confiada. Imagino la cara que pondrá cuando lo llame para decirle que me quedé sin gasolina en medio del bosque, cuando llegue aquí y vea que estoy con el chico al que detesta, poniéndome de nuevo en una situación peligrosa…

—¿Michelle? —pregunta Bo, poniendo una mano sobre mi izquierda, en el volante—. ¿Estás bien?

—Soy una est pida —es lo único que puedo decir, y sale en un doliente sollozo que me llena la cara de calor, estoy tan avergonzada. Cierro los ojos para intentar contener las lágrimas y Bo pone su otra mano en mi hombro.

—¿Por qué dices eso? —pregunta en un tono de voz muy suave—. Hey, Michelle…

—Estaba enojada con él porque me trata como si fuera una id ota —le digo, apretando más los párpados detrás de los cuales impera la oscuridad. Se me sale una risilla por lo absurdo del asunto, por lo tonta que me siento y el enojo en consecuencia—… Brodie me reta en todo momento y lo que más quiero en el mundo es probarle que está mal, ¿Cómo haré eso si le llamo para decirle que me quedé sin gasolina en medio del bosque? —lo miro y él parpadea un par de veces mientras me observa, desconcertado—… Y contigo, después de que hizo un drama enorme por nuestra relación…

Me callo, mirando hacia el frente mientras fumo compulsiva y me arrepiento de todo lo que he dicho. Jamás le había dicho a nadie que Brodie me hace menos constantemente, jamás me había quejado en voz alta de mi matrimonio, porque a los ojos de todos es perfecto y quiero que esa imagen se quede para siempre. Pero Bo no es todos. Es un chico raro que me sigue por alguna razón, y muy probablemente le importa un bledo lo que pase en mi vida personal…

—¿Estás ebria? —pregunta y yo asiento con la cabeza mientras me limpio las lágrimas, riendo. Bo ríe también, delicado y tenue, retirando su mano que está sobre la mía pero recorriendo la otra desde mi hombro hasta mi espalda—. ¿Te dijo que eres tonta?

No respondo, no debía decirlo. Estoy ebria pero al parecer el llanto ha ayudado con eso y segundo a segundo me voy situando en la realidad, esa en la que acabo de revelar una enorme int midad. Pero me siento bien. Menos pesada, menos angustiada, se siente bien dejar que la presión salga, cuando la mayoría del tiempo me aguanto y retengo lo que pienso; me muerdo la lengua antes de contradecirlo o reclamarle porque no quiero que me grite.

—Michelle, no eres tonta —exclama Bo, todavía trazando círculos suaves con un par de dedos sobre mi omóplato. No lo miro, porque aún sigo sorprendida por mi lengua suelta, y porque estoy un poco confundida por lo que su atención me causa—. Apenas te conozco pero eres todo menos tonta. Eres linda, eres sagaz, eres práctica —declara y entonces volteo a verlo. Con la luz de la luna sus ojos han adquirido un matiz espectacular, y sus labios, llenos y de un rosa vivo, lucen especialmente tersos cuando se los relame antes de volver a hablar—. Eres graciosa y tan noble que resulta tierno: Me di cuenta de lo estresada que estabas cuando en el mercado viste a un perro solo —suelto una risilla al recordarlo; pensé que no lo había notado por lo distraído que iba hablando—… Sé que lo estuviste vigilando hasta que el dueño lo cogió, pero esa nobleza y esa ingenuidad inocente no te hacen tonta… Eres dulce.

—¿Y qué si no quiero ser dulce? —inquiero, aunque la verdad es que me ha hecho sentir mucho mejor. Sonrío, en medio de esta mald ta ebriedad, sonrío a pesar del nerviosismo que agita mis entrañas, del calor en mi cara al darme cuenta de que me gusta esto… Y que no está bien la manera en la que me gusta—. ¿Y qué si quiero ser…? ¿Peligrosa?

Bo suelta una risilla cantarina.

—¿Peligrosa? —asiento con la cabeza y él quita su mano de mi espalda, cruzándose de brazos mientras mira hacia adelante con una expresión ligeramente tímida que hace que su sonrisa sea aún más adorable—… Pero sí eres peligrosa, Michelle. Sólo que no te has dado cuenta.

—¿De qué hablas? —inquiero y él ríe con nerviosismo, echándome un mirada que denota un atisbo de timidez que comienza a ponerme ansiosa, porque creo saber lo que sucede.

—Eres peligrosa en el sentido en el que… Es difícil dejar de pensar en ti —enuncia mirándome fijamente y yo no tengo palabras. Es tan inapropiadamente guapo—… Y hacerlo llega a ser incómodo, especialmente en momentos… Ínt mos —Dios mío. No debí hablar, debí aguantarme todo, debí rechazarlo y quedarme en casa, debí hacerle caso a mi marido y no exponerme a sentir esto. Una necesidad nueva se abre paso en mi pecho, un deseo sórdido que me vuelve una mald ta enferma… Los pensamientos indebidos galopan como fieros caballos salvajes en mi mente mientras sostengo la penetrante mirada del que debo recordar, es un chico de diecinueve años—. Me refiero a que a veces me estoy m st rbando y estás en mi mente —aclara de una manera tan desfachatada que siento mis ojos abriéndose enormes, mientras que él esboza una sonrisa increíblemente ladina—. Sí eres peligrosa, Michelle. Mucho más de lo que imaginas.

Nos quedamos en silencio, nuestras miradas conectadas en medio de la soledad del bosque, cuyos sonidos naturales despejan la súbita tensión que ha hecho que mi corazón se alebreste y mi respiración se agite. No entiendo lo que sucede, no entiendo lo que siento. La sensación de vacío es caliente y se expande rápidamente por todo mi cuerpo en un cruel oleaje de dudas, deseos y miedos. Sé que lo deseo, creo que lo he hecho ya por un tiempo. Deseo algo prohibido, algo que por mil razones está mal y estoy consciente de que este momento será decisivo en mi vida, pero a pesar de que pienso en sucumbir, el miedo me paraliza, porque hay mil maneras en las que todo esto podría salir mal.

Está mal.

Lo estás malinterpretando.

Brodie tenía razón, sólo te está provocando para romperte.

Estás casada, Michelle… Y amas a tu marido.

Bo tiene diecinueve años.

—¿Por…? ¿Por qué me dices eso? ¿Por qué me compartirías eso? —pregunto irritada.

—¿Por qué no lo haría? Somos amigos, tú lo has dicho… —responde un poco defensivo, aunque veo una sonrisa crepitando detrás de tal cosa.

—Buscas una reacción, lo que quieres es una reacción de mí…

—Claro que quiero una reacción, ¿Por qué no la querría? —inquiere como si fuera totalmente normal lo que acaba de decirme y yo abro la boca para contestar con enojo pero él me interrumpe abruptamente… Y sus labios saben a cerveza.

Es un besito nada más, un segundo en el que sus suaves labios chocan con los míos dejando su delicioso dulzor amargo, un acto insignificante que logró suscitar un v olento escalofrío en todo mi cuerpo. Sus ojos están muy abiertos mientras me observa, como si por un momento hubiese perdido el control sobre sí mismo, y no sé qué es lo que ve en mí, porque ni yo estoy segura de lo que siento.

—Lo lamento —exclama casi asustado, pero yo ignoro por completo su expresión, pues de soslayo me doy cuenta de que la luz roja de falta de gasolina ha dejado de parpadear—. Michelle… —insiste Bo pero yo sigo ignorándolo, en especial cuando vuelvo a probar y la camioneta enciende esta vez.

—No puede volver a pasar —musito nada más mientras emprendo la marcha de regreso a casa, mis ojos fijos en el camino que nos queda por delante.

 

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