Esposa comprada.
—¡Maite! Ven aquí ahora mismo.
Mi madre lleva rato gritándome y lo que menos deseo es salir porque ya sé de qué va el asunto, los escuché mientras hacían el trato. Tengo la cara escondida entre las cobijas tratando de amortiguar el llanto, no quiero que me escuchen.
No puedo creer que me estén cambiando por unos metros cuadrados de tierra, del hombre que se autonombra mi padre lo entiendo, pero de mi madre… Esa mujer que se supone debería de amarme, me está vendiendo, ¡vendiendo! Como si fuera yo un trozo de carne de vaca.
—¡Es la última vez que te hablo Maite! —Ahora es Alfonso el que grita.
No pasa mucho tiempo antes de que irrumpan en mi cuarto.
—Escucha muy bien, niña, debes saber que la vida funciona así —me habla como si me contara un secreto, incluso parece un buen padre dándome un consejo; nada más lejos de la realidad—. La decisión está en tus manos.
Como si eso fuera verdad, yo no soy dueña de mi vida y no tengo derecho ni siquiera a decidir qué es lo que quiero comer.
—Tú decides, o es con este o será con cualquiera que pueda ofrecernos un buen trato. —Entonces siento sus sucias manos quitando la cobija. Ya más de una vez ha pasado esto y en todas las ocasiones me he escapado.
Lo pienso y lo vuelvo a pensar. Me levanto de golpe sacudiendo la mano que ha comenzado a tocar mi cuerpo. Me enfrento a él mirándolo, lo desafío porque prefiero ser de cualquiera, menos de este c3rdo, porque hombre no debe ser llamado.
—¡Jamás en tu asquerosa vida vuelvas a tocarme!
No responde, pero su sonrisa me indica que está planeado algo más.
—Ni creas que te librarás tan fácil de mí, ya que yo seré el primero, porque en el trato no incluye eso. Así que esta noche no quiero escuchar quejas —me cuenta sus planes y cada vez siento más asco.
Sus palabras me confirman lo que he deducido, pero que ni imagine que me voy a dejar, por supuesto que no.
Salgo del cuarto hasta donde está sentado el mismo hombre que ya conozco, no hay mucho que decir, solo aceptar mi destino. No lo sé, tal vez en un futuro pueda cambiar y encontrar mi verdadera felicidad.
—Que me has comprado, perfecto, vámonos de aquí —le digo mirándolo a la cara y sin agacharme, si considera que es fácil lidiar con una mujer como yo, se dará de golpes porque no pienso ponerme en charola para que haga conmigo lo que quiera; ¡no, señor!
Gonzalo me mira estupefacto. Seguramente no se esperaba que aceptara tan fácil irme con él, y como no hacerlo con una amenaza de tal magnitud de parte de mi padrastro.
—Vamos, o es que acaso ¿te has arrepentido? —Necesito que reaccione.
—No por supuesto que no —responde sin dejar de esta sorprendido por mi osadía.
—Ese no es el trato, tú vendrías por ella el día de mañana —habla Alfonso, y conozco la razón por la que aún no me quiere dejar ir.
—No es necesario, ¿acaso no está ya el trato hecho? Entonces, no veo caso de seguir aquí.
No me voy a llevar nada, tan solo mi alma y yo.
Subo a la camioneta del hombre que me ha comprado y no hablo, no digo nada, porque ahora soy como cualquier mujer de mi pueblo. Soy una mujer comprada.
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Laurii Zambrano, "La mujer que compré" de Mary Cervantes
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