Tú tampoco puedes serme infiel, no podrás…
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—Ella aceptó… Se casará contigo.
El rostro del jefe cambió lleno de incredulidad.
—¿En serio? —indagó.
—Sí… Me lo acaba de decir, y lo mejor fue que ella misma lo propuso. Es la indicada, Román, ella ama a tu hijo y sé que lo recuperarás, ya verás —culminó palmeando la rodilla de su hermano.
Vera no hallaba donde meterse, se casaría con su atractivo, con el que no paraba de soñar, parecía perfecto, sin embargo, el miedo parecía respirarle muy de cerca, casi podía sentir el calor del fracaso rozándole el brazo y no le gustaba aquella mezcla de contradictorias sensaciones.
A la mañana siguiente se reunieron para establecer las cláusulas del contrato de matrimonio.
—Bueno… Sin más preámbulo comencemos la reunión, tengo mucho que hacer —profirió el abogado.
El jefe, Román, se mantuvo detrás de su escritorio, Vera se sentó en una silla frente a él y el abogado en la otra.
—En un contrato prenupcial básicamente lo que se hace es mencionar las propiedades de cada uno, especificando el bien y a su dueño, aclarando que eso es de cada uno por separado.
—Yo no tengo propiedades, mis requerimientos son de otro tipo y tienen que aparecer allí también —añadió Vera.
—¿Y qué será eso? —indagó el abogado.
—El señor Román tiene que comprometerse a serme fiel, si hay una infidelidad se acaba esto y olvídese del contrato y el matrimonio.
Román dio una expresión de confusión.
—¿Cómo que infidelidad? —preguntó.
—Mire señor, usted es una figura pública y es cuestión de tiempo que digan en los medios que soy su esposa. Usted me va a respetar, no andará enamorando mujeres como solía. Yo no seré el hazmerreír de Los Ángeles. ¿Entendió?
—Entonces supongo que me cumplirás como esposa, ya que andas exigiendo eso, porque yo no puedo quedarme célibe el tiempo que dure este matrimonio.
—Pues tendrá que mantenerse, porque yo no tengo nada que cumplir con usted.
—¿Estás l0ca, Vera? —dijo Román.
—Tal vez, entonces como estoy tan l0ca olvídese de esto mejor porque estamos empezando mal —expresó comenzando a levantarse.
—No, no, no —replicó el jefe con apuro—. Está bien, escriba esa cláusula de fidelidad absoluta —continuó con resignación.
—También se hará hoy todos los exámenes de enfermedades de transmisión s3xu4l.
—Vera… ¿De qué hablas? ¿Estás l0ca? —cuestionó Román comenzando a molestarse y al mirar a su hermana, esta solo se reía.
—Mire señor, sé el tipo de vida que ha tenido —contestó Vera—, también que somos un hombre y una mujer y a pesar de que esto sea una “transacción”, como usted dice, sé que estas cosas pasan y yo no quiero sorpresas.
—Añádala también —dijo Román al abogado, con fastidio—. ¿Alguna otra desqu¡c¡ada petición, Vera?
—No, hasta el momento no.
—Pues yo sí tengo las mías. Tú tampoco puedes serme infiel, no podrás salir con ningún tipo ni siquiera verlos, ¿entendiste? Tendrás que avisarme cuando vayas a salir, decirme a dónde vas y con quién.
—Pero… ¿Usted qué se cree? Una cosa es casarnos y otra es que me trate como si le perteneciera.
—Ese es el trato —dijo Román desafiante.
—Entonces usted también tendrá que avisarme a mí, dónde, cuándo y con quién.
2 comentarios
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IngresarHolaaa buenas madrugadas esta es Bruto Jefe Román y Vera. De la saga Bruto Amor. La inconclusa mía que ya la compré el año pasado y estoy dele que te dele y hay algo que no me enganché. Las otras todas ok genial pero ésta no se. Voy a intentar que me enganche de una así compruebo porque no la leí de corrido como la mayoría que leí tuyas Ruth. Abrazo grande
Reglas claras jejeje ... agregada a mi biblioteca..
Maria Rufina De La Rosa, Súper! Eres siempre bienvenida a leer mis libros un abrazo.
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