Pinceladas de sinceridad
Sin titubear ni un segundo, me abalancé sobre él con la mano extendida y dispuesta a dejarle un precioso recordatorio de mis cinco dedos en su mejilla. Pero antes de que pudiera darme cuenta, el condenado me esquivó y le dio la vuelta a la situación.
Para cuando quise reaccionar, Damián estaba agarrándome por el brazo, retorciéndomelo tras la espalda mientras me mantenía inmovilizada, recostada en una postura un tanto incómoda e insinuante contra el tronco. El calor de su pecho se sintió sobre mi espalda, y el aliento cálido que se escapó de entre sus dientes en una risotada de suficiencia, me acarició la mejilla haciéndome estremecer de pies a cabeza. Acercó sus labios a mi oreja, y en un acto reflejo por querer apartarme de él, presioné mi mejilla más aún contra el tronco.
-Florecilla...- ronroneó con un aire seductor y amenazante al mismo tiempo.- ¿Es que acaso no has oído los rumores que corren sobre mí?
Intentaba intimidarme, lo sabía. Al igual que sabía que todos esos rumores eran infundados. O eso quería creer, claro. Porque de ser ciertos, ya me podía dar por jodida. Sobre todo sin esa yo endemoniada que ahora echaba en falta.
-No me harás daño.- aseguré, intentado creerme mis propias palabras. Los labios de Damián estaban tan pegados a mi oreja, que hasta pude sentir que sonreía.
-¿Cómo estás tan segura? Quiero decir... Esto es un bosque, estamos solos, no estás en disposición de defenderte...- murmuró, apretándome aún más el brazo y haciéndome gemir de dolor.
-No me harás daño.- volví a asegurar. Y al ver que ni yo misma me lo creía, reforcé mi teoría.- Si quisieras hacerlo, lo habrías hecho.
Damián se quedó quieto y en silencio, sin aflojar la tortura a la que estaba sometiendo mi brazo. Por un segundo casi lo sentí ausente, como si estuviese analizando mis palabras. Entonces me di cuenta de mi error: no me había dañado antes porque no tuvo mejor ocasión que esa. Quizá ya llevaba tiempo pensado en hacerlo, ¿por qué si no, me escogió como compañera para ese ejercicio?
Temblé al sentirme tan pequeña y débil ante él. Tan... Tan... Vulnerable. Con un Damián tan bruto presionando mi cuerpo contra el tronco como si fuera fácil de romper. Como si fuera... Quizá por eso me llamaba "florecilla". Porque sabía que podría estrujarme entre sus manos y despedazarme. Porque sabía que no tenía opción de defenderme. Porque...
-Florecilla porque te llamas flor.- su voz sonó igual que quién resuelve una adivinanza. Me quedé petrificada ante su respuesta. ¿Cómo supo lo que estaba pensando?- Creí que debía aclarártelo antes de nada.
Ese "antes de nada", era justamente lo que me preocupaba. Y viendo que, de algún modo el hecho de llamarme "florecilla" parecía distraerlo, seguí con ese tema para ganar tiempo hasta que se me ocurriera cómo liberarme de él.
-No me llamo flor. ¡Me llamo Raysa, imbécil!- bufé.
El condenado rompió a reír echando la cabeza hacia atrás, para luego dejarla reposar sobre mi nuca mientras intentaba recobrar la compostura. Me hirvió la sangre, y la idea de matarlo allí mismo me pareció tan sugerente, que por mi mente pasaron varias formas de hacerlo. Pero claro, el cabrón no aflojó el agarre de mi brazo ni un poco.
-¿Y qué significa Raysa, sino flor?- rebatió divertido.
-¡Significa Rosa, cabrón!- siseé, removiéndome rabiosa. Damián volvió a apretar su mano alrededor de mi brazo, recordándome el dolor.- Hijo de...
-Exacto. Rosa...Raysa...- murmuró como si el mero hecho de pronunciarlo le diese placer.- Tan hermosa como peligrosa. Tan aparentemente débil a simple vista, como dañina al tacto de sus espinas.
¿Pero qué coño...? Ese tío estaba loco. Absoluta e irremediablemente loco. ¡Era un auténtico psicópata!
-¡Suéltame!- grité, desesperada, con las lágrimas de la impotencia por no poder defenderme amenazando con nublarme la vista.-Por favor.- rogué.
Damián acercó aún más los labios a mi oreja y liberándome al fin de su agarre, colocó las manos a ambos lados de mi cara mientras su pecho me seguía presionando la espalda contra el tronco.
-No es a mí a quien tienes que temer.- advirtió, alejándose de mí.
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