La música sonaba y sonaba, la misma pieza una y otra vez. Día tras día, desde la mañana hasta la noche. 
Para muchos, esa costumbre suya era molesta. Ella encontraba relajante perderse en una melodía, dejarla reproducirse tantas veces que la original se perdía y era capaz de hallar una nueva. Además, esa canción la fascinaba particularmente. Su ritmo tranquilo escondía matices melancólicos, pero también había algo misterioso en ella, y una pizca de algo familiar que no sabia definir. Pero lo que más le gustaba era en lo que se transformaba  al repetirse al infinito. Ella la encontraba alegré, era algo mágico. La hacia sentir viva de un modo en que pocas cosas lo lograban.
Aquél piano y aquél violín sabían más de su vida que ella misma, y se lo contaban a través de notas musicales. 
Cada vez que esa canción se repetía, las notas le contaban algo más, algo que había pasado por alto la vez anterior. Como si fueran un reloj mecánico que a cada minuto que pasara le agregara un tic o un tac más que al minuto anterior.
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