Durante diez años, fui custodio del orden en un país donde la ley a veces se escribe con el pulso de los valientes. Luego, crucé el océano para servir en una fuerza extranjera cuya existencia pocos comprenden y muchos prefieren no nombrar. Allí, lejos de casa, descubrí que las verdaderas batallas no se libran con armas, sino dentro del alma.

En medio del estruendo, decidí detenerme. Despertar. Comprendí que no vine a este mundo solo a obedecer, sino a recordar quién soy. Cambié el estruendo de las balas por el silencio sagrado de la introspección. La guerra me forjó, pero fue la espiritualidad la que me liberó.

Hoy escribo no solo como testigo, sino como alquimista de vivencias. Cada relato es un puente entre mundos: el de la oscuridad que conocí y la luz que ahora me guía. Historias que no buscan fama, sino resonar en quienes, como yo, han sentido que su vida es parte de algo mucho más grande.

No escribo para entretener. Escribo porque hay memorias que merecen renacer como arte.
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