ҽʂƚɾαϝαʅαɾια ƈαԃҽɳα

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La hoja se arruga, se aplasta, se rasga,
A la hoja le cae tinta, tinta que no mancha
porque es una pluma.

La pluma se rompe, se agrieta, se parte, cae y tambalea en lo blanco en la hoja la recorre pero no la quiebra, se desliza y no la mancha porque pluma y hoja no es lo mismo.

La tinta se ahoga cambia y no mancha, se comprime en la médula espinal se exoesqueleto de la pluma que transparente queda al acechó de una sombra de nube en blanco.

El trazó se enreda, anuda, sube, baja, pero nunca se queda quieto, el ovillo de la línea queda curvo, disparejo, olvidado, se curvea y endereza pero nunca sabe en qué termina.

La hoja manchada queda, con una línea en el medio que fue producto de la punta de la pluma que se deslizaba a los pasó de la tinta que aquél trazó ortodoxo marcaba sus sistema.

Una hoja que no queda rastro de nube blanca pero si se un garabato porque es lo único que la pintura salpicada consiguió dejar en aquellas sombras que luz se llaman.

Resplandor negro en las esquinas, gotas en el medio, manchas en el final, un gotero de tinta negra se desplaza en el cuerpo de la hoja blanca y sus pestañas oscuras se muestran con un sutil delineado.




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