ҽʂƚɾαϝαʅαɾια ƈαԃҽɳα

вєиєfι¢ισ ∂є ℓα ∂υ∂α

Recuerdo hacer una pregunta aquella que sería los ligamentos de la garganta, que se deslizarían por la abertura del labio hasta escurrirse dentro del interior del rabillo del ojo.

Dónde todo lo que veía lo comprendía, un trozo de la pregunta tragué esperando que las respuestas fluyeran, duda, palabras, y una mentira se formaban en el puente de la lengua y aquella respuesta desglosada en fragmentos de sangre se encontraba.

Recorrió la espina dorsal tratando de comprender porque la sutura de algodón no podía esconderse sin necesidad de una pregunta lanzar, haciendo todo el cuerpo temblar.

Las manos perdieron el camino y después el sentido, ahora solo caminan sobre un sendero de temblores que en cualquier momento se descompone y se quiebra.

Y cuando le pregunta al corazón lo que le pasa, este opta por el beneficio de la duda, porque sabe que es terco pero no cuerdo, sabe que es impulsivo y no decisivo, y lo guarda en una caja con el beneficio de la duda como llave.

Porque sabe que las palabras y las respuestas que encuentre nunca serán suficientes para satisfacer la pregunta que se hace constantemente cuando las cosas comienzan a funcionar como el plan previsto.

Que se sostiene y se queda, anhelando así que exista falla para quebrarse y regresar a ese baúl guardado bajó llave, aquél dónde la sombra se vuelve cobija y el silencio cómplice, dónde el beneficio de la duda deja de servir porque entre charlas con el subconsciente solo el logra responderse y entenderse.




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