La furia que recorría mis venas era como fuego líquido mientras emprendía el camino de regreso al burdel. Cada paso resonaba con el eco de mi enojo, y mis puños apretados revelaban la tensión que llenaba mi ser. La noche previa había sido un desastre completo, y ahora, como una locomotora desbocada, avanzaba con una mezcla de ira y frustración que parecían consumirme por dentro.
De repente, un grito de furia se escapó de mis labios, y mis puños golpearon con una mezcla de rabia y desesperación a mis colegas, que yacían aún sumidos en su sueño. Cada golpe era un intento de sacudirlos de su apatía, de compartirles la tormenta de emociones que me embargaba. Los sonidos de mis gritos y golpes llenaron la habitación, transformando gradualmente los rostros adormilados de mis compañeros en muestras de sorpresa y preocupación.
Con voz ronca y tensa, les relaté la amarga verdad: habíamos sido robados por las mujeres con las que habíamos compartido la noche. Pero el golpe final vino cuando compartí la noticia del asesinato de uno de nuestros colegas. Los rostros que antes mostraban somnolencia se llenaron de incredulidad y congoja. Vi cómo mis palabras los sacudían, cómo sus semblantes se volvían serios y la preocupación se reflejaba en sus ojos.
No perdí un instante y los impulsé a levantarse, arrastrándolos hacia la parte trasera del burdel. Mi voz resonaba con urgencia mientras les instaba a darse prisa, como si cada segundo contara. La noche ya era oscura y opresiva, pero mi necesidad de acción eclipsaba todo lo demás. Una vez afuera, me encontré con un panorama desolador. Mi furia creció aún más al descubrir que las carretas que contenían nuestras riquezas habían desaparecido. Solo quedaban unos pocos lingotes de oro esparcidos en el suelo, testigos silenciosos de nuestra pérdida.
La cruda realidad se clavó en mi pecho mientras recogía algunos de los lingotes, sintiendo su peso en mis manos. Pero mi atención se desvió cuando noté una nube de polvo en el horizonte nocturno. Un escalofrío me recorrió al pensar que podrían ser jinetes rivales, o quizás un grupo de oficiales que venían tras nosotros. Sin perder tiempo, volví a entrar al burdel y compartí mis sospechas con mis colegas. Sus miradas se encontraron en un gesto de comprensión mutua y miedo compartido. Sabíamos que nuestra situación era crítica y que no teníamos más opción que huir.
Me vi atrapado en un dilema agónico: dejar atrás el oro y escapar, o enfrentarnos a los agentes y, si milagrosamente salimos victoriosos, podríamos mantener lo que habíamos ganado.
El tiempo corría implacablemente, y la presión sobre mis hombros se hacía más intensa con cada latido de mi corazón. Después de un debate rápido pero lleno de emoción, la mayoría optó por la huida. Aunque me llenaba de frustración, acepté la decisión con un sentimiento de derrota. Les dije a mis colegas que subieran a sus caballos y prometí que los alcanzaría en poco tiempo.
Caminé hacia el frente del burdel, donde había encontrado el cuerpo inmóvil y desnudo de mi colega. Quería ofrecerle un adiós silencioso, pero cuando estuve a punto de cruzar el umbral de la puerta, un nuevo escalofrío me recorrió al darme de lo que había junto al cadáver. Una figura enigmática y siniestra me observaba con una intensidad escalofriante. Además, aunque ese sombrero que traía puesto le cubría bastante el rostro, fui capaz de identificar ciertos rasgos demasiados “delicados”
Luego, el destello de un cuchillo danzando entre los dedos de la figura desconocida aportó una dosis extra de terror a la escena. Desenfundé mi revólver Remington, pero no pude utilizarlo ya que la voz de uno de mis colegas me detuvo en seco. La confirmación de que los agentes se acercaban me impulsó a guardar mi arma y a saludar al extraño individuo con una reverencia incómoda pero respetuosa.
Antes de apartarme, lancé una última mirada a la figura enigmática. Y un movimiento repentino desató una tormenta de pensamientos. Al quitarse su sombrero, sentí cómo el abismo de lo desconocido se abría ante mí, y la sensación de haber entrado en una realidad alterna me embargó. Sin perder tiempo, salí del burdel, subí a mi caballo y emprendí una carrera alocada. Y mientras las pezuñas del caballo golpeaban el suelo en un ritmo frenético, reflexioné sobre el rostro enigmático que había visto.
La imagen de ese rostro seguía grabada en mi mente mientras avanzábamos hacia la distancia. Revolví mis recuerdos en busca de pistas, tratando de enlazar las conexiones y recordar dónde había visto a esa mujer antes, si es que la había visto. La incertidumbre y la urgencia de la situación luchaban por mi atención, y mientras galopábamos lejos de allí, no pude evitar pensar que había encontrado ese rostro en algún lugar antes. ¿Pero dónde?
Siento que ya he esperado lo suficiente. Cada fibra de mi ser me dice que esos malditos deben de estar finalmente desmayados. He invertido casi toda la noche y gran parte del día observando desde una distancia segura. Finalmente, las risas estridentes, la música discordante, los gemidos lascivos y todos esos sonidos repugnantes parecen haber desaparecido. En su lugar, solo queda un silencio agudo, que me perfora los oídos como una aguja.
Mis pasos son lentos pero firmes mientras me acerco al burdel. Llego a una ventana y observo con atención cómo un grupo de mujeres desnudas se afana en guardar grandes sumas de dinero en bolsas blancas con una línea roja. Y aunque me parece absurdo que estas mujeres se hayan atrevido a robar a esos bandidos, decido apartarme por un momento de toda esa confusión y rodear el burdel.
Pero la ironía de la situación no pasa desapercibida para mí
Mis pasos continúan siendo extremadamente cautelosos, como los de un depredador acercándose a su presa. Una vez en la parte trasera del edificio, una visión llama mi atención. Silenciosamente, me acerco a los caballos, procurando no perturbar su descanso. Mi cuchillo corta los nudos con precisión y suavidad, y la pesada lona que cubre una de las carretas se desliza sin hacer ruido. La vista que tengo frente a mí me deja sin palabras: una hilera de lingotes de oro, como tesoros brillantes y seductores, se extiende ante mis ojos.