Bajo el manto de la noche estrellada, finalmente alcanzamos el límite del país después de horas ininterrumpidas de cabalgata. Tanto mis compañeros como los caballos ansiaban un merecido descanso. Consciente de que nos encontrábamos a solo un par de horas de la frontera, propuse detenernos para pasar la noche. Era necesario reponer fuerzas y prepararnos para el último tramo de nuestro viaje.
Mientras mis compañeros atendían a los exhaustos caballos, proporcionándoles agua y cuidados reconfortantes, encendí una fogata. La madera ardió con facilidad y las llamas crearon una danza hipnotizante que iluminaba nuestro campamento improvisado. Era hora de cocinar los últimos fragmentos de carne que nos quedaban. Coloqué los trozos cerca del fuego, permitiendo que el aroma ahumado llenara el aire fresco de la noche.
Mientras contemplaba el fuego crepitar, mi mente comenzó a divagar. Los pensamientos se entrelazaron con la imagen de aquella mujer que había avistado antes de emprender nuestra retirada. Aunque no era la primera vez que mi pasado oscuro había lastimado a mujeres, algo en ese rostro fugaz me conmovió de manera inusual. Era como si esta vez hubiera algo más en juego, como si esto pudiera ser el final del camino.
Fui consciente de la necesidad de apartar esos pensamientos y concentrarme en la tarea que tenía a mano. Mientras cenaba, escuché a uno de mis compañeros preguntar sobre nuestros planes una vez cruzáramos la frontera. Las opiniones divergían: algunos abogaban por separarnos para minimizar riesgos, mientras que otros insistían en permanecer juntos para enfrentar lo desconocido con más fuerza.
Sin embargo, mientras saboreaba la carne cocida y escuchaba los murmullos de mis compañeros, mi mente regresó al enigma del rostro. Si aquella mujer que había visto afuera del burdel era quien creía que era, nuestras posibilidades eran remotas. Me di cuenta de que quizás lo más sensato sería evitar comprometerme con una opinión sobre el futuro del grupo. Después de todo, estábamos todos en una situación delicada. En el aire flotaba la sensación de que éramos peones en un juego cuyas reglas desconocíamos por completo.
Las llamas danzaban y el humo ascendía hacia el cielo estrellado. Mientras mis compañeros debatían en voz baja, dejé que las imágenes fluyeran en mi cabeza. No podía evitar sentir que aquella mujer y yo, estábamos conectados por algo más grande que nuestras propias vidas individuales.
El amanecer tiñó el cielo con tonos dorados y rosados cuando me desperté. Con cuidado, me levanté tratando de no hacer ruido, para permitir que mis compañeros descansaran un poco más. Mi camino me llevó con pasos pausados hacia un árbol cercano, donde me detuve para satisfacer una necesidad básica. Mientras lo hacía, mis ojos se alzaron hacia el cielo, cautivado por la paleta de colores que anunciaban el nuevo día. Inhalé profundamente el aire fresco, dejando que la tranquilidad del momento me envolviera. El canto de los pájaros recién despertados añadía una serenidad que apreciaba profundamente.
Al terminar, regresé al campamento improvisado y me senté en el lugar donde había descansado. Justo cuando estaba a punto de estirar mi cuerpo, me erguí de golpe y escudriñé el área. Algo no estaba bien, un colega faltaba. Me negué a entrar en pánico, consideré la posibilidad de que simplemente estuviera ocupado como yo momentos antes. Decidí esperar y estar alerta hasta su regreso.
Sin embargo, con el paso de los minutos, una inquietud comenzó a crecer en mí. Bebí un poco de agua mientras reflexionaba sobre la ausencia de mi compañero. No podía ignorar la sensación de que algo andaba mal. Me puse de pie, decidido a buscarlo por mi cuenta. Detecté pisadas extrañas en el terreno circundante, indicios de algún tipo de lucha o forcejeo. Eran dos tipos de huellas: una masculina y otra que me desconcertó. Me puse de rodillas y, al analizarla más detenidamente, llegué a una escalofriante conclusión; eran huellas de una mujer.
Mis pensamientos se agitaron al comprender la implicación de este descubrimiento. No quería alarmar a mis colegas sin tener pruebas concretas. Mi tenacidad se fortaleció, y comencé a seguir las huellas. Después de recorrer una distancia considerable entre la hierba alta, encontré un bulto. Una lona ondeaba suavemente con la brisa. Al acercarme, mis manos temblaron al levantar lo que estaba sobre ella, y el reconocimiento me golpeó como un puñetazo en el estómago al levantar uno de esos lingotes de oro que habíamos robado del tren.
Mi pulso se aceleró mientras retiraba la lona para revelar lo que había debajo. No experimenté miedo ni furia, solo una extraña mezcla de náuseas y tristeza. La escena que se develaba ante mis ojos era perturbadora. Deseaba desesperadamente que el cuerpo que yacía allí hubiera sufrido lo menos posible a causa de ese sádico y terrorífico corte. Con manos firmes, quité mi camisa y la usé para cubrir la parte desgarrada.
Me alejé con paso lento, regresando al campamento donde mis compañeros comenzaban a despertar. Dejé la redonda carga ensangrentada cerca de las cenizas del fuego de la noche anterior y enfrenté a mis compañeros con una mirada de compasión. Sus rostros reflejaban incertidumbre y genuino terror cuando les comunique con voz calmada pero firme, que ahora quedábamos solo cinco.
Bajo la oscuridad protectora de la noche, avanzo sigilosa hacia el campamento de aquellos bandidos. Esta vez, parece que dar con ellos ha sido más fácil de lo que pensaba. Me encuentro a escasos metros de distancia, y mi corazón late fuerte por la excitación y la anticipación. He dejado a mi caballo a resguardo, lo suficientemente lejos para no alertarlos. Observo el pequeño campamento que han construido, consciente de la peligrosidad de enfrentarme a estos hombres.
Decido esperar. Si es necesario, pasaré toda la noche aquí, aguardando a que uno de ellos se aleje del grupo y me brinde una oportunidad. El cansancio comienza a pesar sobre mis hombros, pero mi voluntad y sed de venganza mantienen mi energía en alto. Quiero hacerlos pagar por lo que le hicieron a mi esposo, y esta noche será la culminación de mi búsqueda incansable.