CAPÍTULO 3
PRIMEROS DÍAS
—No, señorita. Lo siento pero no podrá ser —me explicó la pesada directora de admisiones de la universidad con el tono más aburrido que haya escuchado en la vida —la clase del profesor Nashville está llena a capacidad. No puedo añadirle más alumnos —insistía.
Hay algo con este tipo de gente que me enerva. Es su insistencia a la negativa sin haberlo intentado.
—Me puede colocar en cualquier horario. No tengo problema con eso…—insistí decidida a que tomaría la clase a como diera lugar.
Ella se ajustó los anteojos con fastidio mientras aporreaba el teclado buscándome opciones para tomar el curso.
Luego de un buen rato, me hace un ofrecimiento.
—Ese mismo curso lo ofrece la profesora Higgins y veo que tiene cupos disponibles.
Respiré hondo procurando no demostrar la impaciencia que me sobrecogía.
—Debo tomar el curso de estadística con el profesor Nashville —remarqué.
La oficial de admisiones se removió los anteojos para mirarme con fijeza. Enarcó una ceja con severidad.
—Es el mismo curso. No comprendo su empeño…además…he visto en el sistema que usted es graduada de Economía y Finanzas…ya tuvo que haber tomado este curso…
Volví a respirar hondo. ¿Será que no se da cuenta? ¡Quiero repetir el curso con él!
—Necesito volver a tomarlo porque me estoy preparando para el posgrado y tengo que refrescar algunos conceptos que solo el profesor Nashville sabe explicar con precisión. Vamos…ayúdeme. Prometo no importunarla nunca más —disfracé mi enfado con el tono más delicado que pude articular.
Ella carraspeó y volvió a colocarse los anteojos. Otra vez vuelve a aporrear el teclado. De pronto da un leve respingo.
— ¡Vaya! Hoy es su día de suerte, señorita. Acaba de abrirse un espacio. Al parecer, alguien se ha dado de baja y…
No la dejé terminar la frase.
— ¡Asígneme a ese curso! —Exploté de alegría — Usted se acaba de convertir en la mejor oficial de admisiones de toda la universidad —la halagué con una amplia sonrisa.
—Oh, ya basta…—respondió sin poder evitar sentirse halagada con mi comentario.
—Es en serio —le aseguré —usted es la mejor.
Salí eufórica de aquella oficina. Estaba tan emocionada que apenas podía esperar a que llegara el momento. Nunca antes tomar un curso me pareció tan excitante.
Acababa de dar otro paso para adelantar mi plan de conquista. Pronto vería a Mr. Nash por una hora completa, tres veces por semana. Al llegar a la casa, me dispuse a prepararme lo mejor posible. El curso comenzaría en cuestión de días y yo debía tener listo mi vestuario para cada ocasión. Miré lo que tenía en el armario y todo me pareció pasado y aburrido por lo que salí de compras para hacerme de ropa nueva, zapatos, y hasta me di un nuevo corte de cabello. Quería lucir regia para él.
Los días que faltaban pasaron arrastrándose hasta que al fin llegó el momento. Me puse una falda corta, un top oscuro y me apliqué un maquillaje discreto pero favorecedor. Me rocié con mi perfume favorito y arreglé mi cabello con esmero.
Era una mañana esplendorosa. La clase comenzaba a las diez pero yo estuve esperando en el pasillo desde las nueve. No iba a arriesgarme a la desventura de que alguien tomara el mejor lugar, que no es otro que el más cercano a su escritorio.
Cuando al fin el reloj marcó la hora, entré junto a otros alumnos haciendo un esfuerzo por calmar mis nervios. Mr. Nash se encontraba de pie, de espaldas limpiando la pizarra. Aun desde esa perspectiva, lucía atractivo. No pude resistir el impulso de admirarlo. Era un espectáculo de hombre en cualquiera de sus poses.
Me acomodé en el pupitre y, por supuesto, elegí el más cercano a su escritorio. Los alumnos siguieron llegando y pronto llenaron el recinto. Se escuchaban murmullos apagados y pies arrastrándose hasta acomodarse en sus lugares.
Todavía Mr. Nash no se había volteado a mirarnos cuando habló a la clase.
—Bienvenidos al curso, jóvenes —saludó al tiempo que escribía en letras grandes:
ESTADISTICA 101.
Fue ahí cuando noté que escribía con la mano izquierda. ¡Tengo fascinación por los zurdos! Hay algo en ellos que me arrebata. No sabría explicarlo pero saber que Mr. Nash es zurdo me hizo apetecerlo más. Si eso era posible.
—Soy el profesor Eliot Nashville. Les aconsejo que antes de comenzar revisen sus matrículas para asegurarse que están en la clase correcta. Nadie quiere tomar esta materia y enterarse luego que no le correspondía…
Entonces se volteó a mirarnos, todavía con la tiza en su mano.
No puedo precisar que fue lo más que me impactó. Si fue verlo con aquellos anteojos que se le desplazaban juguetones desde el puente de la nariz cada vez que bajaba la cabeza, si fue su olor a hombre que logré detectar desde mi lugar, si fue su impecable forma de vestir y que todo luzca tan perfecto sobre su cuerpo o si fue que por unos segundos sus ojos se posaron sobre mí con cierto asombro.
Aquellos cortos segundos me sirvieron para sonreírle y sostenerle la mirada. El efecto fue electrizante.
Parpadeó con rapidez y apartó la mirada. Prosiguió entonces a impartir las directrices del curso. Yo no escuchaba nada. Estaba alelada con su rostro de mandíbula cuadrada y varonil, con sus enigmáticos ojos grises, con su presencia que opacaba todo a su alrededor, con la forma en que movía sus manos. Todo en él me fascinaba y no le quité la vista de encima.
Mencionó los rasgos de la materia. Reunir, organizar, analizar datos numéricos para ayudar a resolver problemas como el diseño de experimentos y la toma de decisiones. Eso era estadística para él. Para mí, el paraíso.
La clase prosiguió por algo más de una hora donde Mr. Nash no se sentó ni por un momento. Se paseaba de lado al lado mientras yo luchaba por contener los suspiros. Se dedicó a explicarnos en qué consistiría su cátedra y la forma en que mediría nuestro rendimiento. Estuve pendiente a cada uno de sus movimientos. No escuchaba sus palabras pero observaba sus labios moverse y los imaginaba en los lugares por los que deseaba sentirlos. No aparté la vista de él salvo para hacer esporádicas anotaciones en mi cuaderno. Me hubiera quedado todo el día observándolo pero la clase terminó y nos despachó hasta la próxima sesión.