CAPÍTULO 10
SONRISA
Todavía no me repongo del gran chasco de aquella noche. Le he dado mil vueltas en la cabeza y no logro entender cuál era la intención de Mr. Nash al decirme aquella dirección y hora. Fue una total pérdida de tiempo y energía. Mis amigas siguen con sus teorías de lo que pudo pasar pero solo cuando lo escuche de su propia boca podré comprender.
El siguiente día de clases soy la primera en llegar. Tuve la esperanza de poder preguntarle antes de que se asomara el resto de la clase pero el salón se encontraba vacío. No había rastro de Mr. Nash por todo aquello, cosa que me pareció inusual. Los compañeros comenzaron a llegar y tomar sus asientos cuando por fin él hizo su aparición. Fue el último en llegar. Así fue como se lanzó por la ventana mi esperanza de cuestionarle a solas. Me vi obligada a aguantarme las ganas de pedirle explicación.
Mi corazón se acelera cuando al fin lo veo llegar. Masculla una disculpa por la tardanza y enseguida entra en materia de clases.
Me siento ansiosa. No puedo concentrarme en nada más sino en idearme alguna forma de encontrármelo a solas. Necesito que me aclare y no sé si el truco de retrasar la salida ya está desgastado y terminará por ponerme en evidencia.
Sin embargo, a pesar de estar retraída en mis pensamientos, noto algo en él que llama mi atención. Hoy - por primera vez desde que lo conozco- Mr. Nash parece sonriente. No trae su acostumbrado aspecto sobrio y formal. En su rostro se trasluce una forma de extraña alegría, algo perturbador que no paso por alto porque contrasta con su personalidad habitual. El rictus en su boca es casi una sonrisa... pero… ¿Perversa? Eso me parece.
De pronto me irrita verlo contento. Lo miro con los ojos encendidos en llamas ¿Qué diablos le ha causado tanta felicidad que hasta le ha transformado el semblante?
Para mi mayor consternación ¡Me mira! Nunca lo hace. De hecho, creo que es la primera vez que pone sus ojos en mi dirección desde que comenzamos el curso. Ha colocado la vista sobre mí en varias ocasiones, con esa estúpida sonrisa que ya empieza a irritarme. No me gusta la forma en que lo hace. Es como si me diera a latigazos con la mirada.
Permanezco seria en todo momento. No me da buena espina tanta simpatía de su parte. Sobre todo, porque percibo un aire burlón y eso me molesta.
Se precipitan por el abismo todas mis ganas de hablarle y se sobrepone el deseo de abofetearlo. Quisiera borrarle de la cara esa estúpida sonrisa.
No quiero verlo. Hago anotaciones en mi libreta y me entretengo en cualquier cosa que no sea mirarlo. Incluso vacío sobre el pupitre el contenido de mi mochila y lo vuelvo a acomodar; todo solo para matar tiempo. No le quiero dar el gusto de que me vea enfadada. Escribo, miro a la pizarra, me observo los zapatos, siembro mi cabeza en el cuaderno, cualquier cosa menos que me vea molesta. No estoy segura de que es lo que pretende pero sea lo que sea no lo voy a complacer. Lo único que me consuela es ver que la maldita foto ya no está sobre su escritorio y eso lo considero un triunfo. Volveré a dañarla si vuelve a colocarla. Así de rabiosa me siento.
Al terminar la clase, quiero ser la primera en salir. Recojo todo con rapidez, lo tiro en mi mochila y salgo tan rápido como puedo. Me pierdo por el pasillo, bajo las escaleras que dirigen al estacionamiento y llego al auto pero…
¡Maldición! ¿Dónde está la llave? ¡No la encuentro por ningún sitio!
Esto es el colmo de lo que puede pasarme. Me veo obligada a volver al salón para buscarla. Me devuelvo apurada, casi corriendo. Con un poco de suerte ya habrá llegado el grupo siguiente, encontraré la llave y regresaré sin problema.
No obstante, cuando regreso encuentro el salón con la puerta abierta pero completamente vacío. No hay nadie, ni estudiantes ni profesor a la vista. Me apresuro a la recoger la llave que diviso tirada en el suelo. La tomo y salgo tan veloz como puedo. Nuevamente recorro el pasillo, bajo las escaleras y llego al estacionamiento. Estoy agitada por el esfuerzo.
Camino deprisa hasta el auto y… ¿Qué es lo que veo?
Mr. Nash ha estacionado su camioneta junto a mi auto y se encuentra de pie como esperándome. Mis pies se detienen por un instante. Se corta mi respiración, trago hondo y reanudo la marcha. Debo dominar mis impulsos.
Le paso por el lado ignorándolo, como si no lo viera. Quito el seguro con el control a distancia e intento abordar pero él me detiene.
— ¿Fue a la cita? —me pregunta y todavía diviso trazos de la estúpida sonrisa en sus labios.
Me volteo a mirarlo con rabia.
— ¡Por supuesto que fui! —Ladro enfurecida — ¡El que no apareció fuiste tú!
— ¡Ja! —echa la cabeza hacia atrás riéndose como un perfecto idiota.
Las cosas empiezan a aclararse en mi mente.
— ¿Lo ha hecho a propósito? —Inquiero — ¿Me ha citado solo para plantarme?
Vuelve a reír, esta vez con más fuerza.
— ¿Qué se siente que te mientan? —siento que su pregunta me traspasa como espada. Está admitiendo culpabilidad sin ningún remordimiento. Acaso hasta orgullo siente de su hazaña.
—Eres un patán…un engreído, un imbécil.
—Le quedaba bonito el vestido…—se atreve a decir.
—Eres un…
Iba a responder, a escupirle todas las barbaridades que se me ocurrieran. Pero su rostro vuelve a tornarse severo y su mirada me amenaza.
—Mucho cuidado, señorita Wells. Usted me debe respeto, yo soy su profesor…
— ¡Al diablo con ser mi profesor! ¡Eso no se le hace a una mujer! —riposto cada vez con mayor enfado.
—La voy a reprobar por indisciplina —amenaza.
—Haga lo que quiera. Al fin de cuentas no necesito su estúpida clase, ya me gradué —le aclaro con el mayor desparpajo.
—Lo sé…por eso no entiendo que es lo que busca conmigo…
—Lo que buscaba ya se lo dije. Pero no se preocupe que no lo buscaré más. ¡Adiós!