CAPÍTULO 11
RAZON 3: IGNORAR
—Vamos, Nikki… que no es para tanto —suelta Camila restándole importancia a mi decisión de no volver a clases. Llevo una semana sin asistir y no me importa.
— ¿Qué no es para tanto? —le devuelvo la pregunta mirándola con ganas de ahorcarla —¿Te parece poco que me haya ilusionado con una cita con el único propósito de dejarme plantada?
Camila se ríe y me molesta que tome mi enfado tan a la ligera.
—A mí hasta me parece un acierto la conducta de Mr. Nash —responde y vuelve a irritarme que encuentre algo positivo en la situación.
— ¿Podrías explicarte?
Camila se acomoda en el asiento del cine. Hemos quedado en llevar a su niño a ver una película. Cuando entramos el lugar estaba vacío así que continuamos la charla que habíamos comenzado afuera. El niño de Camila es un primor. Se llama Enzo y cree que soy hermana de su madre por lo que siempre me llama tía y yo lo dejo. Es un pequeñín adorable al que quiero como a un verdadero sobrino. Como su padre brilla por su ausencia, con frecuencia lo llevamos juntas al parque o al cine. No me molesta en lo absoluto encontrarme entre niños o ver películas infantiles, muy al contrario, lo disfruto.
Seguimos platicando entre refrescos y palomitas de maíz. La poca gente que asiste a la primera tanda de la tarde nos da la libertad de elegir el lugar con mejor visión y continuar mi diatriba con relación a mi odioso profesor.
—Lo digo porque al menos ya sabemos que no es un robot…que hace cosas tan humanas como cualquier otro…hasta tiene sentido del humor…
—Es un robot…está dañado y hay que arreglarlo tuerca por tuerca…—respondo.
—Vamos…Nikki…te repito que exageras —insiste — ¿De veras que no piensas asistir más a su clase? ¡Ya vas a medio semestre! Si la oficial de admisiones se entera que te fuiste de la clase después de todo lo que importunaste por un cupo, es capaz de matarte.
—Antes yo ahorcaré al idiota de Eliot Nashville —todavía guardo suficiente rabia como para declinar llamarlo Mr. Nash.
El público va llegando y poco a poco se van llenando las butacas. Los niños hacen suficiente algarabía como para que nuestra conversación se diluya entre sus ruidos. El pequeño Enzo se divierte distraído en los anuncios comerciales de las siguientes películas que estrenaran.
—Encima tuvo el descaro de decirme que me quedaba bien el vestido…lo cual quiere decir que me vio esperarlo y no se inmutó. Te lo repito, amiga….es un perfecto imbécil y no quiero saber nada de él.
Camila sonríe resignada. Me conoce lo suficiente como para saber que soy terca y que por lo pronto no pienso dar tregua.
—Ya se te pasará…y entonces debes regresar. Al menos así le demostraras que no te ha herido. Que te es indiferente y que seguirás el curso ignorándolo como a una cucaracha…—me aconseja.
—Yo no ignoro las cucarachas…
—Pero a ese cucaracho lo vas a ignorar. Veras que eso le duele más —asegura entre bocanadas de palomitas y sorbos al refresco.
De pronto me parece que Camila no es tan sonsa como parece. Me detengo a mirarla por un segundo como si ella acabara de revelarme el descubrimiento de un nuevo planeta en el universo.
— ¿Te parece? —inquiero fascinada.
— ¡Por supuesto, Nikki! No hay peor cosa que sentirse ignorado por la persona que piensas tener deslumbrada. Así que preséntate al salón de clases y actúa como si no hubiera pasado nada —me aconseja.
—No sé…ya llevo una semana sin ir…
—Mejor aún, así tendrá doble sorpresa: Aparecerte e ignorarlo.
Su sugerencia me deja pensativa.
La película está a punto de comenzar. El pequeño Enzo me toma la mano emocionado al ver las primeras imágenes y me parece que ese es el único momento que vale la pena que un hombre te tome la mano. Cuando todavía es inocente y no se ha convertido en un idiota como mi profesor.
***
Terminé por tomarle el consejo a Camila y me presenté a clases tal como ella me dijo. Puse especial esmero en mi apariencia, cosa que siempre hacía para ir a la clase pero que ahora adquiría otro significado. Impresionar para ignorar era buena estrategia según me indicaba el despecho y la rabia. Me pinté los labios del mismo color que el día de la fiesta de máscaras y utilicé el mismo perfume. Quería que viera y sintiera la misma locura de aquella noche que nunca tuvo la valentía de admitir. También le guardo resentimiento por eso.
Parte de mi acto de aparición consistía en ser la última en entrar al aula. Llegar cuando ya todos se encontraran adentro y él pensara que sería otro día más sin verme sería no solo dramático sino divertido. Interrumpiría la clase con mi entrada para llamar su atención y no pasar desapercibida. Quería que me viera llegar, que acaso se sorprendiera, se alegrara o enfadara al verme. Lo que fuera, pero algún efecto debía causarle.
Llevaba puesta una falda corta, un top oscuro y unas botas de tacón alto que me llegaban hasta las rodillas. Crucé la puerta como una diva que anuncia su llegada con el taconeo de su calzado. Me dirigí a mi asiento cerca de su escritorio que estaba vacío y parecía esperarme. Los alumnos apenas voltearon al verme pero la cara del profesor valía un tesoro.
Estaba en medio de su cátedra, hablando no sé qué bobada sobre análisis de datos cuando de repente enmudeció y me siguió con la mirada hasta que tomé mi lugar. Intenté no cruzar mi mirada con la suya pero con el rabillo del ojo pude darme cuenta de la sorpresa que le causaba. Luego de reponerse de la impresión inicial, retomó la clase con algún titubeo. Yo abrí mi libro de texto y disimulé escribir algo en mi cuaderno pero en realidad garabateaba un sinsentido para ocupar mis manos que empezaban a temblarme.
La clase continuó y yo apenas lo miraba. Sin embargo, las pocas veces que dirigí mi vista a él, lo pillé mirándome. No puedo describir con certeza si lo que me transmitía era alegría de verme o simple curiosidad por mi llegada. Pero fuera lo que fuera, no me ignoraba como yo lo hacía con él. Lo pillé más de una vez mirándome las piernas. Era pues, una victoria.