CAPÍTULO 13
INDECENTE
Me presenté a clases como si tal cosa. Tomé el asiento de siempre y actué con total naturalidad. Él hizo lo mismo, mirándome de vez en cuando pero manteniéndose impasible. Creo que ambos preferimos esa actitud antes que admitir derrota frente al otro. ¿Era un empate? Quizás. El caso es que él parecía cansado de la situación y yo también lo estaba.
Dio la clase como acostumbrado y volvía a ser el mismo profesor Nashville de siempre. Tal vez era el momento de aceptar que aquello era solo un deseo que nunca llegaría a nada.
Hubiera pensado que ahora que estábamos a mano era el fin de todo. Pero quedaba algo. Sus ojos más que mirarme, me taladraban. Como si quisieran decirme algo. Tenían un fulgor que no supe descifrar. No irradiaban rencor ni enojo, sino algo mucho más sublime. ¿Qué le pasaría por la cabeza?
Debo admitir que el misterio de aquella mirada tan gris como penetrante, me desarmaron. Se esfumó mi deseo de reírme por el golpe devuelto. Ahora crecía en mí una inmensa curiosidad por saber que cruzaba su pensamiento. ¡Oh, Mr. Nash! ¡Que talento el tuyo para manejar mis emociones con tan solo una mirada!
Al terminar la clase me mostré vacilante. No supe si largarme tan rápido como pudiera o retrasar mi salida y lograr unos minutos a solas. Estaba distraída, absorta en mis pensamientos de una manera absurda.
Decidí marcharme, dejar todo atrás de una vez y por siempre. Si mis amigas consideraban que el reto estaba cumplido, ¿Por qué insistir? Me daba miedo la respuesta a aquella pregunta. ¿Para qué escarbar tan profundo si fue solo un reto? Decidí irme.
Pero Mr. Nash tenía otros planes.
“Estamos a mano…” escuché su voz decir tras de mí.
Sus palabras tuvieron un efecto paralizante. Ya me encontraba a punto de cruzar la puerta y aquellas pocas palabras, que parecían ser lanzadas al aire, lograron paralizarme.
Me detuve al instante. El resto de los alumnos salían sin prestar atención, envueltos en sus propios asuntos y sin importarles otra cosa que pasar a la siguiente clase. Pero para mí, fue como un flechazo recibido a larga distancia.
Retrocedí mis pasos y regresé al salón. Él ya se había ubicado tras su escritorio pero se puso de pie en cuanto nos quedamos a solas.
“Pero no hemos terminado…” continuó diciendo.
Yo tragué hondo y no respondí nada. Estaba atónita con su comportamiento. ¿Qué quiere decir? Hasta me hubiera aliviado que me reprochara porque sería la oportunidad de restregarle mi revancha como en un principio pensé hacer. Pero no estaba preparada para escuchar aquello que sugería continuidad.
— ¿No hemos terminado? —Le pregunté — ¿Qué quiere decir?
Él paseó su mirada por el salón antes de responder. Creo que quiso asegurarse de que nadie nos escuchaba.
—Que usted y yo tenemos que terminar bien todo esto —asestó sin rodeos.
Yo no salía de mi asombro.
— ¿Terminar bien todo esto? ¿Podrías explicarte?
Lo miraba sin atinar a comprender. Necesitaba que me aclarara porque terminar bien puede significar muchas cosas. Terminar bien es cortar, es dejarlo ir, es no permitir que nos dañe…o celebrar, rendirnos a placer, tener una despedida en una forma que ambos deseáramos.
Él sonrió de una manera un tanto retorcida. Son tan pocas las veces que lo he visto sonreír que no exagero cuando digo que me derrite. Mr. Nash tiene una sonrisa encantadora y es una lástima que no la muestre más a menudo. Sonriente luce todavía más seductor y magnético. Sus dientes son blancos y alineados, sus labios forman una curvatura perfecta. Aquella sonrisa lo ilumina todo, incluyendo mi corazón.
Me tomó por el mentón y puedo jurar que ese simple gesto me estremeció de pies a cabeza. Parpadeé varias veces seguidas para disfrazar la emoción que me recorría entera.
— ¿Sabe que imparto una clase nocturna? —preguntó.
Negué con la cabeza.
—No lo sabía.
—En este mismo recinto —añadió.
“¿Sabes que tu voz profunda y varonil me hechiza?” Pensé.
Todas las palabras que salen de su boca tienen el poder de embrujarme y no dejarme pensar con claridad.
— ¿Entonces? —pregunté tontamente aun creyendo saber a dónde dirigía su intención.
—Entonces quiero que esta noche llegue a este mismo salón, luego de la clase, cuando todos se hayan ido…—respondió.
Por un instante, dudé.
— ¿Cómo sabré que no es una trampa?
—Ya está bueno de trampas, señorita. Esta noche la quiero ver aquí mismo. Me quedaré después de la clase. Intente esquivar el personal de seguridad y no me falle —dijo y se mordió el labio inferior de una manera tan provocativa que me dieron ganas de besarlo allí mismo.
No necesitaba preguntar el motivo pero igual sentí la garganta seca. De pronto, su petición me pareció descabellada, tentadoramente descabellada.
— ¿Estás seguro? —inquirí.
—Segurísimo —volvió a sonreír.
Le respondí que sí con toda la intención de cumplir, con la convicción de que esta vez sería la definitiva. Ya podía imaginarme el momento. No iba a renunciar a tenerlo después de desearlo tanto.
Salí de allí con el corazón desbocado. ¡Vaya! ¿Quién iba a pensarlo? ¡Mr. Nash me hizo una propuesta indecente!
Todo el trayecto de regreso a la casa lo pasé pensando en esa noche. Moría de nervios con solo imaginar lo que iba a suceder. ¿En el propio salón de clases? ¡Me parecía genial!
Llegando a la casa me lancé directo al armario a elegir que me pondría. El vestido de corte de sirena no me parecía apropiado para la ocasión, me traía malos recuerdos y aparte sería muy difícil de explicar en caso que los de seguridad me pillaran. Así que opté por algo más casual pero lo suficiente bonito y, en especial, fácil de quitar.
Por otro lado, decidí no consultarlo con las amigas. ¿Para que pusieran dudas en mi mente sobre si debía ir? No, gracias.